sábado, 5 de marzo de 2016

Del Imbolc celta a los trisantos de febrero: Cuando la diosa Brigantia se convirtió en Santa Brígida




Paseando la semana pasada por las salas del Museo Nacional de Escocia me topé con un ara de apariencia romana con un nombre que me llamó la atención; Brigantia. Y recordé que ya mismo, en algunos pueblos extremeños, celebraríamos nuestra fiesta celta vestida de ropajes cristianos: Santa Brígida.

Y es que Santa Brígida es, como bien recoge el historiador  Jose María Dominguez Moreno, uno de “los trisantos de febrero”

Los trisantos de febrero:

Santa Brígida el primero,

el segundo Candelero

y el tercero gargantero.

Estos “trisantos” engloban en nuestras tierras la festividad celta de Imbolc, que marcaba el inicio del resurgir de la vida  Se celebraba en torno al 1 de Febrero, durante la luna llena que tiene lugar entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera.

Imbolc era la fiesta de la luz que reflejaba la esperanza de la primavera y cómo los días eran cada vez más largos. El fuego y la purificación son un aspecto muy importante de esta festividad puesto que Brighid es la diosa de la salud y está asociada a la curación, a los manantiales y al fuego sagrado. Por eso, el encendido de velas y fuegos representa la vuelta del calor y del creciente poder del Sol en los meses venideros. De hecho, La diosa Brigit (o Brighid) y su trasunto Santa Brígida se representan con un fuego en las manos. Y por si fuera poco, en estos días se encienden en los pueblos las fiestas rituales de las Candelas.



Imbolc era el día en que Brighid recorría la tierra y recogía la leña que necesita para el resto del invierno. Como afirman los compañeros de Oscec si el invierno aún había de durar, sería un día soleado, para que Brighid pudiera salir a por la leña que necesite para el resto del invierno. Si hacía un día malo es porque Brighid no necesitaba más leña y porque el invierno ya no duraría mucho.

La Iglesia Católica no tardó en sustituir a la diosa Brigit por la abadesa santa Brígida de Kildare, cuya fiesta (al parecer, su muerte) también se celebra el 1 de febrero, una noche es en la que Santa Brígida recorre la tierra.

Antes de acostarse, todos dejan una cinta o pañuelo en la ventana para que, al pasar, las bendiga. El padre de familia apaga entonces el fuego y rastrilla las cenizas. Por la mañana los surcos en las cenizas son las huellas del paso de Santa Brígida y entonces se recogen los pañuelos que ahora tienen poder de curación y protección (¿No nos recuerda eso a San Blas y a sus cordones protectores de gargantas, otros de los trisantos de febrero?)


De hecho, la vida de la Santa  no tiene desperdicio para quien sepa leer entre líneas, pues cuenta el maestro e investigador Jose Luis Rodriguez Plasencia que algunas tradiciones presentan a Brígida bastarda de un druida, que tuvo una visión según la cual estaría llamada a ser una gran diosa; o incluso como alumna aventajada de los druidas.

Brígida nació al amanecer, mientras que su madre caminaba sobre un umbral, es decir, estando entre lugares y tiempos. En la tradición celta este es un periodo de espacio sagrado cuando las puertas entre los mundos se abren y pueden ocurrir eventos mágicos.

Otra leyenda cuenta que de niña no podía ingerir alimentos ordinarios, y era alimentada con la leche de una vaca blanca con las orejas rojas. Los animales blancos con orejas rojas se encuentran frecuentemente en la mitología celta como bestias del otro mundo.

En Irlanda, esta festividad está ahora consagrada a Santa Brígida, el día 2 de Febrero,

En el oeste de la península ibérica, todos los pueblos de origen céltico también compartían este culto y las festividades del calendario celta, siendo conocida con el nombre de Brigantia

El culto a Brigantia no ha desaparecido de nuestras tierras. O al menos, no del todo., Sabemos por Rodriguez Plasencia que tuvo ermita en Calzadilla de los Barros,  en Talarrubias, en Villarta de los Montes, en Usagre y en Fregenal de la Sierra. En  Monesterio también hubo una ermita de Santa Brígida, (también llamada, mire que curioso, de la Candelaria, otra trisanta), y en Lobón hubo una capilla dedicada la santa irlandesa (de la que ya no quedan ni los restos) pero de la que partían las cacerías de lobos que se organizaban en la localidad.


La diosa cristianizada todavía recibe culto en Peñalsordo, (en la zona más elevada del pueblo) en Montemolín (cuya ermita ahora es llamada de San Blas, otro trisanto). Santa Brígida es además patrona de Zafra, y según afirma el antropólogo Javier Marcos Arévalo, sus fiestas (tanto la de Santa Brígida como la de la Candelaria) dan una especial relevancia social a las mujeres.

En algunos pueblos de la provincia de Cáceres, como Cambroncino o Aldeanueva del Camino, aunque no hay ermitas dedicadas a la santa se conservaba hasta hace poco la costumbre de tocar las campanas de la iglesia el día de Santa Brígida, con el objeto de propiciar los buenos temporales.

Quizás a partir de ahora, cuando suenen las campanas o subamos a una ermita perdida encomendada a Santa Brígida, podamos ver, mirándola a los ojos, a la diosa que se oculta tras la santa, y descubrir, bajo nuestros hábitos cristianos, nuestra piel celtíbera y pagana.



viernes, 4 de marzo de 2016

El fantasma de la Vieja Cuaresma



 Anda (y nunca mejor dicho)  por estos días La Patarrona recorriendo pueblos extremeños. La Patarrona  es una vieja  con muchas muchas piernas  que amenaza a los niños con ponerles un grano en la cara si no cumplen sus exigencias. La Patarrona comenzó a caminar en Italia y Cataluña con siete patas y terminó en Extremadura con solo cinco. Empezó siendo una vieja desagradable y  terminó convertida en una simpática bruja. Nació cuaresmera y la hicimos carnavalera.

A nuestra Patarrona se la llama en otros lugares La Vieja Cuaresma, y cada pierna de la anciana es una semana que queda para la Pascua. Pero, en algunos lugares de Extremadura, como en Fuente del Arco, La Vieja Cuaresma tiene una leyenda más triste, aunque vestida con los mismos ropajes de bruja anciana.

 Acudimos a Fuente del Arco siguiendo el rastro de las leyendas que el filólogo y escritor Manuel Vilches nos relata en su libro La Tierra de Jayón, y concretamente  una de ellas: La cueva Cuaresma.

 Nada más salir del pueblo, camino de esa joya que es  la ermita del Ara, nos encontramos a la derecha una elevación conocida como El Cerrajón, en la que aún se dibuja lo que queda de la misteriosa “la Cueva Cuaresma”,  con aires brujeriles y reducida  a barrenazos  desde los años veinte, pero aún visible en la cresta.

Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, (tanto que ni los más ancianos del lugar recordaban haberla conocido), una anciana tenía por  costumbre recluirse en aquella covacha durante el período de Cuaresma, los 40 días de ayuno y abstinencia previos al domingo de Pascua.

Cuentan que esta vieja en otro tiempo fue joven, y tan devota y mística que  decidió encerrarse las cuaresmas en la cueva  para estar más cerca de Dios y más lejos de los hombres. Pero el pueblo, que no perdona al que va por libre, comenzó a murmurar de la muchacha, llegando primero a decir que andaba amancebada en la cueva con un bandolero, y más tarde a afirmar que el bandolero no era tal, sino el mismo demonio al que había entregado su alma y su cuerpo a cambio de conocimientos brujeriles.

Tal era el rechazo que le demostraban sus vecinos cuando decidía bajar el pueblo, que un año, al llegar la Pascua,  decidió no volver a bajar, y habitar por siempre en la cueva.




El tiempo pasó, los años pasaron lentos e inexorables, la juventud dio paso a la vejez. Y un día, en el pueblo, alguien comentó que la Vieja Cuaresma había muerto. Y cuenta Vilches, con muy buena pluma, que en se afirmaban en las calles

… “que al filo silencioso de la medianoche podía verse su espectro enlutado vagar sin rumbo fijo por los peñascos escarpados del Cerrajón, envuelto en un pálido resplandor de luna, que por los alrededores del cerro a esa hora podía oírse, con espantosa claridad, un monótono llanto procedente del interior de la cueva, un llanto extraño y prolongado, una especie de aullido agudo y sin final, infinitamente triste, como el lento delirio de una alimaña agonizante”.

Desde entonces, y aunque nadie la ha visto, los mayores atemorizan a los niños cuando andan por la zona.

 “¡Por allí viene la Vieja Cuaresma, ¿No la veis?!”— gritaba siempre alguien.

Y los niños huían cerro abajo, en desbandada, sin atreverse a mirar si era cierto o no.

Y cuentan los campesinos que cuando volvían al pueblo al atardecer, llegando al cruce de senderos de la Cruz de Guardao, y al pasar  frente a la boca de la cueva, las cargas de leña, como por arte de magia, se deshacían sobre el lomo cansino de las bestias, desmoronándose y cayendo al suelo.


Aunque hay quien afirma que el fantasma de la Vieja Cuaresma no baja de la cueva, y que quien deshace las cargas de los burros es el espíritu del Guardado, un borrachín bocazas al que una vecina asesinó en ese mismo lugar mientras dormía, atravesándolo con una aguja de coser serones por poner su nombre y su honra en boca de todo el pueblo.

Sea  como sea, y aunque el paisaje es precioso, y la cueva ya no es tanta cueva y la Cruz del pobre Guardado acaban de encalarla, no andaba yo sola por la zona una vez anochecido. Y menos en Cuaresma. Por si acaso.