Anda (y nunca mejor dicho) por estos días La Patarrona recorriendo pueblos extremeños. La Patarrona es una vieja con muchas muchas piernas que amenaza a los niños con ponerles un grano en la cara si no cumplen sus exigencias. La Patarrona comenzó a caminar en Italia y Cataluña con siete patas y terminó en Extremadura con solo cinco. Empezó siendo una vieja desagradable y terminó convertida en una simpática bruja. Nació cuaresmera y la hicimos carnavalera.
A nuestra Patarrona se la llama en otros lugares La Vieja Cuaresma, y cada pierna de la anciana es una semana que queda para la Pascua. Pero, en algunos lugares de Extremadura, como en Fuente del Arco, La Vieja Cuaresma tiene una leyenda más triste, aunque vestida con los mismos ropajes de bruja anciana.
Acudimos a Fuente del Arco siguiendo el rastro de las leyendas que el filólogo y escritor Manuel Vilches nos relata en su libro La Tierra de Jayón, y concretamente una de ellas: La cueva Cuaresma.
Nada más salir del pueblo, camino de esa joya que es la ermita del Ara, nos encontramos a la derecha una elevación conocida como El Cerrajón, en la que aún se dibuja lo que queda de la misteriosa “la Cueva Cuaresma”, con aires brujeriles y reducida a barrenazos desde los años veinte, pero aún visible en la cresta.
Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, (tanto que ni los más ancianos del lugar recordaban haberla conocido), una anciana tenía por costumbre recluirse en aquella covacha durante el período de Cuaresma, los 40 días de ayuno y abstinencia previos al domingo de Pascua.
Cuentan que esta vieja en otro tiempo fue joven, y tan devota y mística que decidió encerrarse las cuaresmas en la cueva para estar más cerca de Dios y más lejos de los hombres. Pero el pueblo, que no perdona al que va por libre, comenzó a murmurar de la muchacha, llegando primero a decir que andaba amancebada en la cueva con un bandolero, y más tarde a afirmar que el bandolero no era tal, sino el mismo demonio al que había entregado su alma y su cuerpo a cambio de conocimientos brujeriles.
Tal era el rechazo que le demostraban sus vecinos cuando decidía bajar el pueblo, que un año, al llegar la Pascua, decidió no volver a bajar, y habitar por siempre en la cueva.
El tiempo pasó, los años pasaron lentos e inexorables, la juventud dio paso a la vejez. Y un día, en el pueblo, alguien comentó que la Vieja Cuaresma había muerto. Y cuenta Vilches, con muy buena pluma, que en se afirmaban en las calles
… “que al filo silencioso de la medianoche podía verse su espectro enlutado vagar sin rumbo fijo por los peñascos escarpados del Cerrajón, envuelto en un pálido resplandor de luna, que por los alrededores del cerro a esa hora podía oírse, con espantosa claridad, un monótono llanto procedente del interior de la cueva, un llanto extraño y prolongado, una especie de aullido agudo y sin final, infinitamente triste, como el lento delirio de una alimaña agonizante”.
Desde entonces, y aunque nadie la ha visto, los mayores atemorizan a los niños cuando andan por la zona.
“¡Por allí viene la Vieja Cuaresma, ¿No la veis?!”— gritaba siempre alguien.
Y los niños huían cerro abajo, en desbandada, sin atreverse a mirar si era cierto o no.
Y cuentan los campesinos que cuando volvían al pueblo al atardecer, llegando al cruce de senderos de la Cruz de Guardao, y al pasar frente a la boca de la cueva, las cargas de leña, como por arte de magia, se deshacían sobre el lomo cansino de las bestias, desmoronándose y cayendo al suelo.
Aunque hay quien afirma que el fantasma de la Vieja Cuaresma no baja de la cueva, y que quien deshace las cargas de los burros es el espíritu del Guardado, un borrachín bocazas al que una vecina asesinó en ese mismo lugar mientras dormía, atravesándolo con una aguja de coser serones por poner su nombre y su honra en boca de todo el pueblo.
Sea como sea, y aunque el paisaje es precioso, y la cueva ya no es tanta cueva y la Cruz del pobre Guardado acaban de encalarla, no andaba yo sola por la zona una vez anochecido. Y menos en Cuaresma. Por si acaso.
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