lunes, 21 de marzo de 2016

Centauros en Extremadura: galopando en las montañas



Todo el mundo conoce a los centauros, pero pocos saben que sus cascos retumbaron en los valles y sierras del norte de Extremadura, donde aún se les recuerda. Es más: somos de los pocos territorios en los que las imponentes centaúrides camparon a sus anchas, y aún se les canta y se les recita y hasta se les levantan estatuas y se les consagran días. ¿No lo creen? Pues pasen y lean…

El centauro, como bien saben, es una criatura con la cabeza, los brazos y el torso de un humano y el cuerpo y las patas de un caballo. Lo heredamos de la mitología grecoromana, y sus versiones femeninas (que son las que más abundan en Extremadura) reciben el nombre de centáurides. El retórico griego Filóstrato el Viejo nos habla de estos seres zoomorfos femeninos en términos leogiosos:

“Qué hermosas son las centáurides, aunque tengan cuerpo de yegua; porque algunas crecen de yeguas blancas, otras de yeguas castañas, y el pelaje de otras es manchado, pero todas brillan como las yeguas bien cuidadas”.

Varios autores romanos recogen la leyenda de que en un monte sagrado de  Lusitania, el viento fecundaba a las yeguas. Ese monte, en opinión de Silio Itálico, se localiza en tierra de Vettones, patria de uno de nuestros mitos señeros: la Serrana de la Vera.

Muchos ignoran que la leyenda de la Serrana, en el principio de sus tiempos, no contaba la historia  de  una bella joven seducida y engañada (esta imagen se construye después), sino que habla de un ser monstruoso de doble naturaleza, humana y animal, que habita en una cueva en la montaña.

De hecho, ya en el siglo XVIII el párroco de Piornal, don Pedro Vicente de Thegeda, recoge esa leyenda en la correspondencia al geógrafo Tomas López el 1 de septiembre de 1786:

“Ay una cueva, según tradición, que una bestia medio mujer de el medio cuerpo arriba y del medio cuerpo abajo, de bestia igual, habitaba en el verano, de tanta fortaleza que tiraba a la Barra con una piedra que pesa más de 100 arrobas  y ella misma se precipitó por no ser cogida; está la cueva a poniente, distante del pueblo 3 quartos de legua y para el yvierno tenía otra cueva para habitar, llamado el puerto de la Serrana”.

De hecho,  es un ser mítico en cuanto a que es mitad persona y mitad animal :

 “De la cintura parriba de persona humana era

De la cintura pabajo era estatura de yegua”



Pero si hacemos caso a los romances más antiguos, la Serrana es un ser de tamaño y constitución sobrehumanos, con cabeza y busto de mujer pero patas de yegua.

Esto de tener pezuñas bajo las largas faldas no puede dejar de recordarnos a las lamias castúas y a las “patas de cabra” que hasta hace bien poco atemorizaban (oh, sorpresa) a los cabreros y habitantes de esta misma comarca.

También es curioso, cuando menos, que ya en el Libro de las maravillas del Mundo des Juan de Mandeville (o Mandavila) de 1540 se  nos hable de unas peculiares mujeres, vestidas con largas faldas, que ocultan sus patas de asno, que atraen a los varones a la Isla de los Espejismos donde, después de emborracharlos y yacer con ellos, los degüellan mientras duermen y se los comen, lo que explica que en el suelo de la isla este plagado de calaveras y huesos.

Exactamente lo mismo que hacen las serranas extremeñas con los jóvenes que consiguen atrapar en su cueva.

- Bebe serranito bebe,   agua de esa calavera,

 que puede ser que algún día   otro de la tuya beba.

De hecho, no solamente actúa así la Serrana , sino que si pasamos “achancando” a la comarca vecina de Las Hurdes nos encontramos a la temida  Chancalaera, una mujerona engendrada por un pastor gigante que tenía a su servicio el rey “Batueco”. El pastor tuvo relaciones amorosas con una cierva (otros dicen que con una yegua), y de ahí nació La Chancalaera, un origen que comparte con la Serrana , quien en sus romances más antiguos confiesa que su padre era un pastor y su madre era una yegua.

El investigador hurdanófilo Félix Barroso recoge un romance de la comarca en el que se da buena cuenta de estos datos:

-¿De quién son tos esos huesos

que brillan junto a la hoguera?

-De hombres que yo he matado

por estas espesas sierras.

que tengo una maldición

y cien años de condena,

que mi padre era un pastor

y mi madre era una yegua,

y todo el que ve el mi rostro

tiene que morir por fuerza.

Si seguimos achacando unas montañas más llegamos al  Valle del Jerte , donde la Serrana se convierte en yegua por completo y cuando quiere, debido a una maldición que recoge el antropólogo Flores del Manzano de boca de L.G. , de la localidad de Cabrero, en el Valle del Jerte, quien afirmaba que su abuelo le contaba

 “…que La Serrana era una mujer de por aquí. Tenía un novio que no agradaba a sus padres, pero ella no hacía mucho caso. Una noche los sorprendieron y el padre la echó de casa y al salir la maldijo, por eso la serrana un día se convertía en juna culebra grande, otras veces se hacia una yegua, y cuando le convenía, se convertía en una doncella”.


Pero no solo de centaúrides vive el norte de Extremadura. Cuentan los extremeños del norte que habitaba por la zona de un ser gigante mitad caballo, mitad hombre, que  se entretenían en raptar doncellas  para gozarlas en su gruta, una cueva en la que nadie osaba penetrar en ella por el miedo que imponía el monstruo.

Cuentan que en una ocasión  desapareció inexplicablemente una joven hermosísima y muy querida por todos, y pensaron que el centauro la había cogido. Entonces se organizo una expedición de jóvenes valientes y arriesgados que se introdujo en la cueva.  Allí encontraron el esqueleto del monstruo, sobre un lecho de escobones, helechos y ramajos, pero no hallaron el menor indicio de la bella moza desaparecida.

Y así. con el tiempo, nos quedamos en estas tierras  huerfános de centauros, serranas y chancalaeras, aunque algunos afirmen que en las noches de luna, si se presta atención y el agua corre quieta, puede escucharse  el galopar lejano de los seres que habitaron, hace ya mucho tiempo, en las cuevas agrestes de nuestras sierras vígenes.





jueves, 17 de marzo de 2016

El sepulcro megalítico de Huerta Montero: La magia de los Muertos en el solsticio de invierno.



Amanece el 21 de diciembre en las afueras de Almendralejo. Las nieblas que envuelven a  la Vega de Harnina como un sudario blanco comienzan a deshilacharse. Allá, a los lejos, en el horizonte de Almendralejo, el sol de invierno intenta rasgar los jirones niebla con sus rayos dorados. Apenas lo consigue.
Por fin, la luz cobra fuerza. Los rayos del sol penetran en un corredor oculto en la colina. Lleva más de cuatro milenios intentando volver a hacerlo, año tras año.  La luz avanza por el corredor de piedra y desemboca en la cámara circular donde reposan los huesos de los antepasados. La luz del sol les da de nuevo en los ojos sin cuenca. El dios del sol acaricia, un solsticio de invierno más, a nuestros antepasados de la Edad del Cobre.
Unos antepasados que rezaron aquí hace 4650 años, y  los que se enterró aquí colectivamente durante cerca de un milenio. En total, reposan en su mágico suelo  109 individuos entre niños y adultos, de una edad máxima de 23 años, algunos de ellos en posición fetal.
En un segundo momento, hace unos 4.000 años, alguien coloca los huesos de otras 34 personas al fondo del sepulcro, formando una media luna en la que los huesos más grandes se centran y los más pequeños ocupan las esquinas. La edad media de los difuntos ha bajado hasta los  21 años. Los arqueólogos afirman que la reorganización de los huesos en forma de media luna pudo deberse a una ofrenda ritual en el momento de clausurar la tumba. Bonito gesto de despedida…
Los objetos personales que se encuentran en el sepulcro como parte de los ajuares funerarios  incluyen colmillos de jabalí, conchas marinas, ídolos placa y un silbato realizado en hueso de buitre decorado con forma humana. También se han encontrado ídolos falange, utilizados seguramente como amuletos que acompañaron a los difuntos en el tránsito hacia la otra vida.



Y es que para nuestros ancestros la tumba no solo es considerada un lugar de enterramiento… es el lugar donde moran los antepasados, donde rendir culto a aquellos que ya se fueron, a los que emprendieron antes que ellos el camino incierto hacia el Más Allá, a Aquellos que, por vivir en la Muerte, pueden ser mediadores entre los vivos y los dioses, pueden interceder por las súplicas de sus descendientes, pueden aplacar la ira de los que Todo lo Pueden.
De ahí la orientación de la tumba,  proyectada para que el sol penetre a través del corredor en la cámara el día más corto del año, para poder celebrar  una ceremonia que ofrendara la luz del nuevo sol a sus difuntos.
Pero la entrada de la vida se cerró a cal y canto, y la Casa de los Muertos se camufló en el paisaje de la Huerta Montero, y tuvieron que pasar cuatro milenios hasta que nuestros difuntos volvieron a sentir la caricia del sol en sus huesos. Fue concretamente en el año 1988, cuando un agricultor descubrió, accidentalmente, que su colina estaba hueca…
Ahora, como hace miles de años, nos seguimos reuniendo en el amanecer del solsticio para ver como los rayos penetran en el útero de la tierra.



Nuestros antepasados vivían cerca de donde fueron enterrados, en un poblado fortificado con varias líneas de muralla en el “Cabezo de San Marcos” y con una aldea a sus pies. Entre el poblado y el sepulcro es fácil descubrir vestigios mágicos de un lugar señalado ya por nuestros ancestros.



En algunas rocas cercanas a la Ermita de San Marcos todavía pueden reconocerse perfectamente Las Pulideras,  un tipo de grabados en la roca muy parecidos a las cazoletas. Son una serie de oquedades utilitarias, que se han localizado en superficies horizontales y que generalmente se han interpretado como talleres para el pulimento de instrumentos líticos.

Justo por encima de estas piedras grabadas se encontraba la Fuente Santa, ya perdida, un manantial de orígenes de remotos del que todo el mundo bebía en las romerías. El agua caía en un receptáculo “muy antiguo” que una vez colmado corría entre los riscos,  cuesta abajo, y en cascada caía a la  pradera formando una gran charca.




Cerca, muy cerca, dentro de los límites de lo que es ahora el Club Privado San Marcos, se encuentra otro elemento lítico ritual:  “La piedra resbaliza”. Estas piedras pulimentadas aparecen con frecuencia asociadadas siempre a cuevas o abrigos con arte rupestre del Calcolíto, y en este caso no es una excepción.  La piedra pulida por el uso durante cientos de generaciones, se utiliza ahora como entretenimiento, pero formó parte de un ritual de fertilidad por el que la piedra (elemento masculino) fecunda a la mujer que se desliza por ella.



Y a un tiro de piedra (nunca mejor dicho) nos encontramos con la cueva del moro. Las leyendas hablan del lugar donde los moros enterraron sus tesoros antes de huir ante la reconquista, incluso de un moro que allí se escondió durante cierto tiempo, pero las pequeñas  medidas del habitáculo desmienten estas  leyenda,  y dan algo más de verosimilitud a las que afirman que se llama así por su antigüedad, o como se dice en Extremadura, “del tiempo de los moros”…
Lo cierto es que la acumulación de rocas que forman la covacha es realmente antigua. Y testigos mudos de los milenios son las silenciosas cazoletas que aparecen granadas en el fondo de la covacha. Para el arqueólogo Francisco Blasco, responsable de las excavaciones, todo tiene su espíritu, especialmente para nuestros antepasados. Las cazoletasrepresentan a los difuntos y a los espíritus, o a divinidades menores, y la “cueva del moro” es un templo para rendir culto a los dioses o a los difuntos.
Sepulcros, fuentes, templos y piedras, ritos milenarios que aún hoy nos llaman a gritos desde el pasado ancestral de sus silencios.
Extremadura Secreta