jueves, 26 de enero de 2017

El caballo de Aliatar




Como explicamos en la historia del enamoramiento entre el Sultán Muley Hacen y su prisionera Isabel de Solís (conocida como Zorayda) éste rey de Granada quiso favorecer a los hijos que tuvo con su amada segunda esposa. Ante la inminencia del cambio de heredero al trono de Granada, la despechada sultana Aixa defendió los derechos de su hijo Boabdil aliándose con el clan de los poderosos abencerrajes, que odiaban intensamente a Muley Hacen desde que éste —siendo todavía príncipe heredero, 29 años antes— hubiera masacrado a sus padres y parientes en una sala de su palacio de La Alhambra. En el invierno de 1482 Boabdil y sus aliados consiguieron controlar la ciudad de Granada (además de la parte del reino ocupada por sus partidarios).

En éste contexto de guerra civil se produce la llamada Leyenda del Caballo de Aliatar. Pero dadas las numerosas coincidencias históricas —y entendiendo las normales exageraciones de un relato caballeresco como éste— entendemos que hay mucho de historia creíble en esta leyenda. Pero sigamos con los personajes históricos, los lugares y el relato.

Además del apoyo de Los Abencerrajes, el joven sultán Boabdil contaba con la ayuda de su suegro Aliatar, el prestigioso y temido general musulmán que era el alcaide de la localidad de Loja. Esta bella ciudad era por aquel entonces especialmente estratégica, pues era la última que quedaba entre las avanzadillas de los cristianos y la capital del reino de Granada. Al ser considerada «la llave de la ciudad de Granada» Aliatar había reforzado extraordinariamente sus fortificaciones y había acumulado allí numerosos guerreros moros dispuestos a todo. Por su parte, el depuesto sultán Muley Hacen controlaba otras zonas del reino y trataba de buscar apoyos para reconquistar la capital que su hijo y su primera esposa le habían arrebatado.


El rey Fernando el Católico trataba de sacar partido de la guerra civil entre Muley Hacen y Boabdil. Para ello contaba como base de partida para su ejército con la fortaleza de Priego de Córdoba, cuya defensa estaba encomendada a la Orden de Calatrava. En ese lugar tan peligroso estaban destinados la flor y nata de sus caballeros. En el mes de julio de 1482 un impresionante ejército dirigido personalmente por el rey Fernando se dirigió desde Priego hacia Loja, con la gran caravana de tropas y auxiliares necesarios para montar el asedio a una fortaleza casi inexpugnable. Entre los importantes caballeros que acompañaban al rey en una expedición tan arriesgada estaban el Condestable de Castilla Pedro Fernández de Velasco, el Duque de Medinaceli y El Gran Maestre de los caballeros de Calatrava; tenían a su disposición unos 5.000 caballeros y 10.000  soldados de infantería, así como una potente artillería de asedio y los miles de paisanos necesarios para cavar trincheras, levantar muros, cortar leña y garantizar el avituallamiento de miles de combatientes y caballos.

Los castellanos empezaron a montar su campamento a orillas del río Genil, en una complicada zona de cuestas, olivares y barrancos; el sitio elegido no facilitaba el posicionamiento y la maniobra de la numerosa caballería castellana. Pero antes de que los cristianos estuvieran organizados apropiadamente, Aliatar y sus guerreros hicieron un ataque por sorpresa en el que derrotaron a los cristianos y les obligaron a replegarse desordenadamente. Entre los muertos figuró Rodrigo Téllez Girón, Gran Maestre de los calatravos y alcaide de la fortaleza de Priego. Esa victoria supuso una gran alegría para Boabdil, pues no solo le evitaba una invasión, sino que le reforzaba en su posición frente a su padre. También aumentó aún más el prestigio de Aliatar, que pasó de defender Loja a atacar la frontera castellana con su triunfante caballería mora.

A causa de la derrota de Loja la plaza fuerte de Baena adquirió mayor valor para los cristianos. Su alcaide era el caballero Don Pedro Manrique de Aguilar, que tenía como misión defender esa parte de la frontera de los moros que controlaban la fortaleza de Carcabuey. Un día de noviembre de 1482 un agitado colono cristiano se presenta ante el alcaide para alertarle que ha visto a un numeroso grupo de caballeros escondidos en los alrededores. Para cerciorarse de si eran bandidos cristianos o musulmanes de Carcabuey, Pedro Manrique salió en solitario para localizar al grupo. Al llegar a la zona indicada se vio rodeado por un grupo de unos 40 caballeros musulmanes comandados por Aliatar. Como ambos caballeros se conocían de combates anteriores, se saludaron. El alcaide moro le dijo a Manrique que le entregara sus armas y que le acompañara en calidad de rehén hasta Carcabuey; también le comentó que se había escondido allí para evitar que le capturase el conde de Cabra, que le había estado persiguiendo con muchos más caballeros.

Para evitar encontrarse con la mesnada del Conde de Cabra, Aliatar decidió coger la senda de las Navas; se trata de un recorrido muy estrecho, abrupto y peligroso que por causa de las lluvias se había vuelto muy resbaladizo. Para evitar despeñarse todos desmontaron de sus caballos y avanzaron al paso, cuidadosamente. El jefe moro Aliatar y Don Pedro marchaban en vanguardia del grupo, charlando sobre otros encuentros bélicos.

En un momento dado, ambos se adelantaron al resto del grupo, circunstancia que aprovechó Don Pedro para darle un empujón a Aliatar; éste cayó por el terraplén rodando hasta una zona con una vegetación muy densa. Don Pedro bajó detrás de él, le arrebató su puñal y se lo puso en el cuello, ordenándole que guardara silencio —pues de lo contrario lo mataba—. Cuando llegaron a su altura el resto de los musulmanes y comenzaron a buscarles entre la maleza, hizo aparición el conde de Cabra y sus caballeros; esto motivó que los guerreros musulmanes interrumpieran la búsqueda y huyeran.

Reunidos el conde de Cabra, Aliatar y Manrique se pusieron a hablar de lo ocurrido y de pasados encuentros; el caudillo moro se quejó de que sus acompañantes hubieran huido sin combatir, y comparó esa actitud cobarde con la nobleza de su caballo llamado «Leal» (que se había quedado en las inmediaciones, esperando a su dueño). Aliatar también se lamentó de que —al ser su prisionero— perdería para siempre a su querido caballo. La conversación se volvió tan sentimental que tanto Manrique como el conde de Cabra decidieron devolver la libertad a su prisionero, autorizándole a volver a Loja con su querido caballo. Todos montaron con el fin de salir del intrincado lugar en que se encontraban; Aliatar abría el camino para el gran grupo de caballeros. En un momento dado se encontraron con un río muy crecido y peligroso; pero cuando se disponían a cruzarlo por un determinado vado, el caballo Leal sorprendió a todos negándose a pasar por ahí y empeñándose en dirigirse a otro lugar para atravesarlo. Resultó ser mejor y por allí cruzaron todos; y a partir de ese momento lo denominaron “El vado del moro”.

Cuando llegaron al lugar en que debían de separarse para seguir hasta sus respectivas fortalezas, un Aliatar emocionado por el comportamiento de los cristianos le dijo a Don Pedro que le agradecía tanto su gesto que había decidido regalárselo como recuerdo de aquel día. Don Pedro le dio entonces el suyo, como intercambio. El alcaide musulmán volvió a su fortaleza y Manrique regresó a su casa montando a Leal. En los días siguientes Leal se negó a comer, muriendo de pena. ¿Cuanto hay de verdad y cuanto de exageración o de invención? ¿Es imaginable renunciar a un rescate tan jugoso como el de Boabdil por un gesto de caballerosidad? ¿Puede un caballo saber mejor que su jinete por donde cruzar un río?


lunes, 23 de enero de 2017

Doña María Coronel y el rey Pedro I.



Pedro I de Castilla (1334 – 1369) ha sido uno de los reyes más polémicos de la historia de España. Como a muchos otros monarcas poderosos de la turbulenta Edad Media, se le atribuyen numerosas muertes. Aunque hay que reconocer que a él se le hace responsable de una cantidad bastante mayor; además, se significó por ajusticiar a importantes personajes históricos.

La mayor parte de los monarcas de la época evitaron cebarse con los consanguíneos y nobles (a muchos de los cuales les acababan perdonando); la ejemplaridad y la crueldad las solían reservar para los más débiles. En cambio, Pedro I hizo más bien lo contrario, protegió a la burguesía y las minorías, ganándose el apoyo de judíos, musulmanes y burgueses en su enfrentamiento con su numerosa familia bastarda y con una nobleza altamente levantisca.

El hecho de que le sucediera en el trono su mortal enemigo –su hermanastro Enrique de Trastámara– puede explicar que la historiografía le haya calificado como “El Cruel”.De haberle sucedido uno de su sangre seguro que el apelativo hubiera sido más suave. Desde el reinado de Felipe II —admirador de su antecesor— algunos cronistas e historiadores le han denominado “El justiciero”, denominación que no ha conseguido imponerse. Con parecido criterio, cada vez más historiadores le llaman del mismo modo. Esta historia nos dará que pensar, aportando argumentos a unos y otros.

El origen del dramático problema familiar fue la pasión del rey Alfonso XI de Castilla por Leonor de Guzmán, su barragana (denominación que recibían las amantes oficiales de los reyes y magnates). Esa relación afectó enormemente a la reina legítima —María de Portugal—; especialmente hiriente fue el hecho de que Leonor le dió al rey Alfonso 10 hijos bastardos. Para la reina legítima supuso una tremenda humillación, pues el insólito número de hijos ilegítimos demostraba lo poco que le importaba al rey su esposa María de Portugal y la tremenda pasión que mantenían por su amante. Según fueron creciendo los bastardos, a tan numerosísima prole hubo que irla colocando en cargos y darles los medios de vida propios de los hijos ilegítimos de los reyes: las hembras se solían internar en los conventos o casar con nobles, en tanto que los varones recibían algún título de la corona o cargo en una orden militar, pudiendo también recibir algún cargo episcopal. De algún modo, se estaba creando una gigantesca estructura de influencias e intereses a la que unir la propia parentela nobiliaria de Leonor de Guzmán y sus numerosos amigos colocados por ella en cargos de alto rango. La activa e inteligente Leonor era consejera habitual de su amante del rey Alfonso, y formó en su Sevilla natal una auténtica Corte paralela de la que formaban parte numerosos familiares e importantes linajes como los Lara, los Enriquez y los Coronel.

María de Portugal y su hijo Pedro fueron conscientes de que se había formado un auténtico “partido” capaz de arrebatarle el poder al joven. Tras morir en 1350 el rey, Leonor de Guzmán trató de mantener su infuencia, llegando a tomas audaces decisiones, como hacer que prestase su propia alcoba para que su hijo Enrique se acostase con su prometida —Juana Manuel, hija del infante Don Juan Manuel— para precipitar ese matrimonio que tanto le convenía. Eso causó un gran escándalo en la Sevilla de aquel entonces. Leonor fue llevada presa al castillo de Talavera de la Reina, donde fue ejecutada por orden de la reina madre María de Portugal.

El siguiente paso de Pedro y su madre para tratar de eliminar las amenazas que pendían sobre l joven rey fue reducir el poder de los numerorísisimos nobles que habían alcanzado gran poder y riqueza gracias a Leonor de Guzmán. Uno de estos fue Alfonso Fernández Coronel, que fue capturado tras el asalto a su castillo de Aguilar de la frontera (Córdoba), el 2 de febrero de 1353. Inmediatamente después de hacerse con el fue condenado por traición en un juicio sumarísimo, para a continuación ser ejecutado y su cadáver fue a continuación quemado para que ni siquiera fuera posible que su familia tuviera donde visitarlo y recordarlo. Esta macabra ceremonia se celebró ante los cuatro hijos del reo, incluida su hija María Coronel.


Otra de las hijas que presenciaron esa ejecución era Aldonza Coronel, esposa de Don Alvar Pérez de Guzmán —personaje que, habiendo intrigado contra el Rey— se vio obligado a huir por lo que fue declarado traidor. A raíz de este suceso Aldonza Coronel se refugió en el convento sevillano de Santa Clara. Ante la continua eliminación de enemigos del rey, Aldonza decidió salir del convento para suplicarle al Rey el perdón para su marido. (No tenemos noticia de si lo consiguió, pero lo que es seguro es que sus naturales encantos suscitaron el interés del Rey).

Heredero de los libertinos instintos de su padre, por aquel entonces Pedro I tenía a su esposa encerrada en el castillo de Arévalo (Ávila) y mantenía públicamente como barragana a María de Padilla; y aunque esta le había dado varios hijos, eso no resultaba un obstáculo para que Pedro se procurase amantes adicionales cuando surgía la ocasión. Al gustarle la mujer, a partir de entonces el Rey comenzó a visitar a Aldonza en el convento; finalmente esta acabó cediendo a sus pretensiones, y Aldonza Coronel se convirtió en la segunda amante del rey, quien la instaló en una habitación de la Torre del Oro.

Otro foco de suspicacias era el marido de Maria Coronel; Juan de la Cerda era descendiente de la familia real de León y potencial candidato a la corona real de ocurrirle algo a Pedro. Y, aunque el suegro de María había reconocido a Alfonso XI su derecho al trono, Juan permanecía bajo sospecha. Juan de la Cerda acabó por comenzar a intrigar también contra el Rey, quien acabará ordenando que Juan sea encerrado en la Torre del Oro —de donde había sido trasladada previamente su cuñada Aldonza, cuando fue trasladada a la vecina Carmona—. Ante el grave peligro que acechaba a su marido, Maria Coronel viajó desde Sevilla a Tarazona (Zaragoza) para suplicarle personalmente al rey el perdón; lo obtuvo, pero para cuando volvió a su ciudad, se encontró que Juan de la Cerda ya había sido ejecutado. Desolada, María se encerró en el convento de Santa Clara; posteriormente María se ordenó monja.


El Rey ya le tenía echado el ojo a María; y al igual que hizo con su hermana, la reclamó a su presencia. Ella no acudió y el rey Pedro I fue a buscarla personalmente al convento. Ante la llegada del Rey, María consiguió esconderse de él, tapando su escondrijo con unos palos y ramas pero el Rey volvió pronto, cogiéndola esta vez por sorpresa. María reaccionó echándose encima un aceite hirviendo que la dejó desfigurada. A partir de ese momento, el Rey la dejaría en paz.


Algunos cronistas han afirmado que María de Padilla —la amante favorita del rey, que ejercía de reina de facto, por la prisión de Blanca de Borbón— al enterarse de lo ocurrido con aquella mujer, la mandó llamar a su palacio. Al verla con la cara abrasada, la Padilla se levantó, la abrazó, se quitó la corona (no debería de llevar corona siendo solo barragana, pero hagámonos los tontos/as), y le colocó dicha corona sobre la cabeza de la monja, diciendo: “Vos María merecéis corona y debéis llamaros coronada”.

Al morir Pedro I a manos de su hermanastro Enrique, el nuevo rey ordenó que se le devolvieran sus bienes a las hermanas Coronel. Con la fortuna recuperada María y Aldonza fundaron el convento de Santa Inés en el solar del antiguo palacio de su padre; allí se trasladaron en 1376 con las monjas del convento de Santa Clara.

Maria Coronel fue la primera abadesa del nuevo convento. Se cree que María falleció el 2 de diciembre de 1411, a los 77 años de edad.

En 1626, al realizarse el traslado de sus restos, se encontró su cuerpo incorrupto, con el rostro y el cuello marcados por las quemaduras. Cada dos de diciembre, aniversario de su muerte, en la sevillana iglesia de Santa Inés se expone al público su cadáver.


¿Y el perejil? pues no sabemos. En Sevilla a esta historia o leyenda se le llama La leyenda del perejil, pero dicha planta no aparece por parte alguna. ¿Pudiera haberse asociado a las plantas que cubrieron a Maria Coronel en su primera escapada del rey? Tendría que haber sido muchísimo perejil… Tal vez ese es el mayor misterio de esta leyenda, todavía por descubrir.