Esto era delicioso, porque el ciervo era muy sociable y gustaba de ver a sus amistades del bosque. Pero, desgraciadamente, sólo venían a verlo los amantes de la hierba tierna. Por fin, se acabó el alimento del ciervo, ya que los mordisqueantes conejos y la hambrienta cabra habían devorado toda la hierba que había al alcance del ciervo herido.
Mientras el pobre animal yacía sobre el pelado suelo, muriéndose de hambre, pasó casualmente el granjero y oyó sus gemidos. Separó las zarzas y halló al hambriento animal estirado sobre su lecho.
-¿Qué te pasa, pobrecito? -le preguntó-.
-¡Tengo hambre! -replicó el cíervo-. Los amigos que vinieron a expresarme su condolencia se han comido todo mi alimento.
-¡Así suele ocurrir! -exclamó el granjero-. Ten siempre cuidado con los amigos cuyo afecto está ubicado en el estómago.
Y fue en busca de varias brazadas de la más tierna hierba del bosque y se la trajo a su amigo.
-Come hasta hartarte y reponte -le dijo-.