martes, 11 de septiembre de 2018

El ciervo herido



En lo más profundo del sombrío bosque y sintiéndose a salvo, tras un espeso matorral de zarzas, yacía un ciervo. Lo había herido un cazador y, después de internarse en el bosque, se instaló sobre una tupida capa de tierna hierba, para. reponerse. Pero un conejo descubrió su escondite y, como le inspiraba piedad, lo visitó a menudo. Hasta habló a los demás habitantes del bosque, del ciervo tendido en la tierna hierba…, herido y solitario. Y por eso, cada día acudían a visitarlo más y más amigos.

Esto era delicioso, porque el ciervo era muy sociable y gustaba de ver a sus amistades del bosque. Pero, desgraciadamente, sólo venían a verlo los amantes de la hierba tierna. Por fin, se acabó el alimento del ciervo, ya que los mordisqueantes conejos y la hambrienta cabra habían devorado toda la hierba que había al alcance del ciervo herido.

Mientras el pobre animal yacía sobre el pelado suelo, muriéndose de hambre, pasó casualmente el granjero y oyó sus gemidos. Separó las zarzas y halló al hambriento animal estirado sobre su lecho.

-¿Qué te pasa, pobrecito? -le preguntó-.

-¡Tengo hambre! -replicó el cíervo-. Los amigos que vinieron a expresarme su condolencia se han comido todo mi alimento.

-¡Así suele ocurrir! -exclamó el granjero-. Ten siempre cuidado con los amigos cuyo afecto está ubicado en el estómago.

Y fue en busca de varias brazadas de la más tierna hierba del bosque y se la trajo a su amigo.

-Come hasta hartarte y reponte -le dijo-.

lunes, 10 de septiembre de 2018

El caballo y el asno



-¡No! -dijo el obstinado caballo, y golpeó enojado el suelo, como un niño mimado.

-¡Por favor! -gimió el asno, con lastimero acento, bajo su pesada carga- ¡Quítame una parte de esta carga, o el peso me matará!

Pero el caballo respondió con desdén: -¿Qué me importa a mí tu carga?

Y ambos siguieron su camino, recorriendo trabajosamente, uno detrás de otro, el sendero que serpenteaba por la ladera de la montaña. El caballo bailoteaba alegremente al mordisquear la tierna hierba. Pero el asno, con la cabeza baja, ahuyentando con la cola a las torturantes moscas, jadeaba penosamente mientras avanzaba bajo aquel peso abrumador.

De pronto, desfalleció. Se le doblaron las rodillas y se desplomó…, muerto.

Su amo, que iba varios pasos más atrás, vio lo sucedido y corrió hacia él. Rápidamente soltó las correas que sujetaban la carga al lomo del asno y la puso sobre el del caballo, cargando, además, a éste, con el animal muerto.

-¡Esto es terrible! -dijo el caballo, jadeante-. Me resulta insoportable transportar toda la carga y, además, el cuerpo del asno. De haber sabido que sucedería esto, le habría ayudado gustosamente. ¡Me habría resultado mucho mejor!