jueves, 13 de septiembre de 2018

La estrategia de Perseo para acabar con Medusa



Héroes griegos hay muchos, pero los más antiguos fueron los que realizaron las hazañas más increíbles y maravillosas. Perseo era uno de esos héroes fortachones y se hizo famoso por poner fin al terror impuesto por la Gorgona Medusa, que convertía en piedra a todas las personas que la miraban.

Medusa era una Gorgona, un ser monstruoso que tenía el cuerpo cubierto de escamas, la cara toda arrugada y en el pelo, en lugar de tirabuzones, tenía serpientes enroscadas que jugueteaban en su cabeza. A Medusa no se la podía mirar a la cara, pero no porque fuera horrorosa, sino porque en cuanto la mirabas te convertía en piedra. Así que todo el mundo tenía miedo de ella.

Todo el mundo menos Perseo, que para eso era un héroe griego. Así que un buen día decidió acabar con Medusa y liberar al mundo de convertirse en estatuas de piedra. Pero el asunto no era fácil y Perseo tuvo que pedir ayuda. Fueron los dioses griegos quienes ayudaron a Perseo haciéndole algunos regalos que necesitaría para vencer a Medusa.


Atenea le dio un escudo que era a la vez un espejo, Zeus le dio una hoz con un filo muy cortante, Hermes le prestó sus sandalias aladas y Hades le dejó su casco que le hacía invisible. Armado con todos estos regalos, Perseo se fue al encuentro de la Gorgona. Y allí se encontró a Medusa, paseando divertida mientras convertía en estatuas de piedra a todo aquel que se encontraba por el camino.

Cuando Medusa se sentó a descansar, Perseo empezó su maniobra. No podía mirarla a los ojos porque se convertiría en piedra, así que utilizó el escudo espejo para controlar los movimientos de medusa. En cuanto la vio sentada y descansando, Perseo se puso su casco que le hacía invisible, se colocó sus sandalias de alas y salió volando con la hoz en la mano listo para cortarle la cabeza a Medusa.

Fue todo un éxito, porque Perseo logró cortarle la cabeza a Medusa y guardarla en una bolsa opaca para que no pudiera petrificar a nadie más. Además, de la sangre de Medusa nació el famoso caballo Pegaso, un caballo que volaba y que Perseo utilizó para llegar a casa cuantos antes.

Laura Vélez. Redactora de Guiainfantil.com

miércoles, 12 de septiembre de 2018

El cuervo y su madre



Una vez, un joven cuervo robó un trozo de pan en una granja y lo llevó al nido de la familia. En vez de regañarlo, como debió hacerlo, mamá cuervo batió las alas con placer y lo elogió por ser un hijo tan desinteresado, que traía alimento a su pobre madre, que tanto trabajaba.

-¡Qué joven talentoso eres! -exclamó-. ¡Mamá se enorgullece de ti! La vez próxima, debes tratar de traer a casa un poco de carne, o quizá algo realmente valioso, como una cuchara de plata o un anillo.

Encantado con las palabras de su madre, el joven cuervo empezó a coleccionar cosas seriamente. Al poco tiempo, había traído a casa tantos cuchillos, tenedores, anillos, broches de oro y otras bonitas bagatelas, que su familia podía haber abierto un comercio para su venta. Y la madre graznaba de alegría, diciendo a todos sus amigos que era una lástima que ellos no tuviesen hijos tan inteligentes como el suyo.

A los pocos meses, el atareado cuervo se cansó de robar cosas ante las propias narices de la gente. Le resultaba tan fácil hacerlo que ya no lo divertía. Por eso, mientras su madre seguía diciendo que era el hijo más maraviloso que hubiese incubado cuervo alguno, comenzó a robar en los nidos de otros pájaros. Esto era arriesgado y exigía más astucía, pero… ¿cómo podrían sorprenderlo cuando lo hacía -se preguntaba- un torpe petirrojo, un grajo o un águila?

Por desgracia, esto fue lo que sucedió finalmente. Lo sorprendieron con las manos en la masa, Y dos feroces águilas lo custodiaron hasta el momento en que debía ser castigado.

Porque, desde luego, mientras que los seres humanos eran considerados víctimas más o menos adecuadas, robar a los demás pájaros constituía un delito grave.

La mitad de los pájaros del bosque se reunieron esa mañana para decidir su destino. Aunque los cuervos alegaron largamente y con vehemencia en su favor, no lograron salvarle la vida. Finalmente, el joven cuervo pidió un favor: que le dejaran hablar con su madre. Nadie podía negarle aquel conmovedor deseo, y toda la selva guardó silencio mientras ambos pájaros estaban parados el uno junto al otro… para darse el último adiós.

Entonces, sin advertencia previa, el joven cuervo le clavó las garras y picoteó a su madre tan cruelmente, que los demás pájaros, horrorizados, los separaron. Por fin, más muerto que vivo, el cuervo logró que lo escucharan.

-Vosotros creeréis que soy un malvado y un salvaje -comenzó-. Y, desde luego, probablemente lo soy. Pero la culpa no es mía. Yo no estaría hoy aquí, si mi madre hubiese hecho que me comportara bien. En cambio, me mareó y me indujo a creer que todo lo que yo hacía era maravilloso. Si fuerais justos, la castigaríais también. Por lo menos, he dicho lo que tenía que decir. ¡Ahora, haced conmigo lo que queráis!

Aunque todos reconocieron que cuanto el cuervo había dicho era cierto, esto de nada le sirvió. Lo colgaron de la rama de un olmo… como escarmiento para todos los pájaros que pensaran robar a otros de su especie.