-¡Qué joven talentoso eres! -exclamó-. ¡Mamá se enorgullece de ti! La vez próxima, debes tratar de traer a casa un poco de carne, o quizá algo realmente valioso, como una cuchara de plata o un anillo.
Encantado con las palabras de su madre, el joven cuervo empezó a coleccionar cosas seriamente. Al poco tiempo, había traído a casa tantos cuchillos, tenedores, anillos, broches de oro y otras bonitas bagatelas, que su familia podía haber abierto un comercio para su venta. Y la madre graznaba de alegría, diciendo a todos sus amigos que era una lástima que ellos no tuviesen hijos tan inteligentes como el suyo.
A los pocos meses, el atareado cuervo se cansó de robar cosas ante las propias narices de la gente. Le resultaba tan fácil hacerlo que ya no lo divertía. Por eso, mientras su madre seguía diciendo que era el hijo más maraviloso que hubiese incubado cuervo alguno, comenzó a robar en los nidos de otros pájaros. Esto era arriesgado y exigía más astucía, pero… ¿cómo podrían sorprenderlo cuando lo hacía -se preguntaba- un torpe petirrojo, un grajo o un águila?
Por desgracia, esto fue lo que sucedió finalmente. Lo sorprendieron con las manos en la masa, Y dos feroces águilas lo custodiaron hasta el momento en que debía ser castigado.
Porque, desde luego, mientras que los seres humanos eran considerados víctimas más o menos adecuadas, robar a los demás pájaros constituía un delito grave.
La mitad de los pájaros del bosque se reunieron esa mañana para decidir su destino. Aunque los cuervos alegaron largamente y con vehemencia en su favor, no lograron salvarle la vida. Finalmente, el joven cuervo pidió un favor: que le dejaran hablar con su madre. Nadie podía negarle aquel conmovedor deseo, y toda la selva guardó silencio mientras ambos pájaros estaban parados el uno junto al otro… para darse el último adiós.
Entonces, sin advertencia previa, el joven cuervo le clavó las garras y picoteó a su madre tan cruelmente, que los demás pájaros, horrorizados, los separaron. Por fin, más muerto que vivo, el cuervo logró que lo escucharan.
-Vosotros creeréis que soy un malvado y un salvaje -comenzó-. Y, desde luego, probablemente lo soy. Pero la culpa no es mía. Yo no estaría hoy aquí, si mi madre hubiese hecho que me comportara bien. En cambio, me mareó y me indujo a creer que todo lo que yo hacía era maravilloso. Si fuerais justos, la castigaríais también. Por lo menos, he dicho lo que tenía que decir. ¡Ahora, haced conmigo lo que queráis!
Aunque todos reconocieron que cuanto el cuervo había dicho era cierto, esto de nada le sirvió. Lo colgaron de la rama de un olmo… como escarmiento para todos los pájaros que pensaran robar a otros de su especie.
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