Así iba subsistiendo el músico, hasta que vino una sequía como nunca: casi no llovió ese año, a las presas se les empezó a terminar el agua, los pastos se secaron y el ganado se moría de hambre. La gente tampoco tenía para comer y se empezó a saber que a fulanito lo habían matado para robarle, que a zutanito le faltaban no sé cuántas vacas, que a menganito lo asaltaron en su casa. Aquello era un completo caos.
El pobre músico se encontraba en una situación desesperada. Él no quería matar ni robar; no, él no quería llegar a esos extremos, pero un día le dijo a su esposa:
—Mira, vieja, si en este momento el mismo diablo me contratara para ir a tocar a los infiernos, allá iría yo con tal de conseguir dinero para comprar comida.
—Deja de pensar tonterías —le dijo la mujer— necesitas cenar lo que sea, porque estás delirando y ha de ser de pura hambre.
—Pues, mientras calientas la cena, voy a la tienda a comprar el petróleo. (En aquel entonces, no había luz eléctrica y en las casas se empleaban aparatos de petróleo).
Ya estaba oscureciendo cuando el señor vio que a lo lejos venía un jinete vestido de negro, montado en un caballo negro también. El jinete se acercaba y se acercaba, y cuando estuvieron a un paso el uno del otro, el jinete preguntó:
—¿No sabe usted de alguien del pueblo que sepa tocar el arpa? Porque esta noche voy a dar una fiesta y ando buscando a alguien que vaya a tocar.
El músico, muy animado, le contestó:
—Yo sé tocar el arpa y, si usted no tiene inconveniente, puedo ir a tocar a su fiesta.
—Bueno, pues a las doce de la noche pasaré a por ti, prepárate y espérame en la puerta de tu casa.
Y, sin esperar respuesta, el jinete negro se alejó rápidamente. Muy contento, llegó a su casa el músico y se preparó. A las doce en punto, el hombre salió por la puerta de su casa. También en ese momento, muy puntual, el jinete llegaba al lugar de la cita y, sin detener siquiera al caballo, le pidió que se montara en él. Hecho esto, el jinete espoleó a su caballo, que inmediatamente se elevó y voló cruzando el cielo como una exhalación. En unos cuantos segundos, ya estaban frente a una enorme puerta de acero muy bien hecha. Dos criados se acercaron y abrieron el portón. El lugar estaba muy iluminado, pero no se veía de qué lugar salía aquella luz.
El jinete y el músico se dirigieron a un salón lleno de gente muy elegante. Al parecer, sólo esperaban a que llegara el jinete para comenzar la fiesta.
El músico acomodó su instrumento y comenzó a tocar. Con esto se inició el baile, que duró horas. La gente no se cansaba de bailar, pero el músico sí de tocar. Cuando ya se iba a tomar un ligero descanso, se le acercó una vieja señora que le parecía familiar pero, según creía, ¡esa señora había muerto hace tiempo! Todo eso le hacía sentir un temblor por todo el cuerpo, pero el músico lo disimuló como pudo.
La viejita le dijo que no se pusiera nervioso, que sólo iba a ayudarle:
—Nada malo va a pasarte —le dijo— no tengas miedo. Si te ofrecen vino, no lo tomes porque es lumbre. Si te dan cigarros, no los aceptes porque en vez de tener tabaco tienen veneno de serpiente. ¿Ves a tus familiares y compadres allá, detrás de esa mesa? Hace ya tiempo que están aquí con nosotros, pero aún no los míos… Por favor, cuando vuelvas a la tierra, dile a mis familiares que estoy arrepentida de la vida que llevé, que por favor me perdonen.
Tras esto, se cortó un pedazo del vestido que llevaba puesto y le pidió que se lo enseñara a sus familiares para que le creyeran.
Terminada la fiesta, el jinete le dio al músico un saco repleto de dinero y le llenó el arpa de monedas de oro. Luego, en el mismo caballo negro, volaron como una exhalación y el jinete dejó al músico frente a la puerta de su casa. Al amanecer, la esposa fue a pedirle dinero para la compra, pero como el músico estaba muy agitado, sólo le dijo que tomara el dinero que quisiera del arpa.
Así lo hizo su esposa y, sobre el instrumento, encontró el pedazo del vestido con que habían enterrado a Doña Panchita, una antigua vecina. Cuando quiso sacar dinero del arpa, empezaron a salir serpientes, lagartijas, arañas y alacranes de él. Al final, encontró unas cuantas monedas, lo mínimo que un músico ganaba por tocar una noche.
El tiempo pasó, volvieron las lluvias y las siembras dieron buenas cosechas, pero el músico siguió atormentado por el recuerdo de aquella noche en el infierno. Sólo cuando murió pudo descansar en paz.