martes, 30 de junio de 2015

La Lechuza




 En un pueblo de Araba, cuyo nombre se ha olvidado, vivían dos hermanos muy diferentes en su manera de ser. Mientras uno era bueno y caritativo, el otro era avaro y estaba lleno de maldad. Mientras uno creía en Dios y en el bien, el otro no creía ni siquiera en el diablo, sólo creía en sí mismo y en las riquezas que día a día iba acumulando.
    Pasaron los años y el rico era cada vez más rico, pues nunca daba a nada a nadie y guardaba todo el dinero que ganaba, de forma que había amasado una enorme fortuna que guardaba en un arcón cerrado con siete candados. Todas las tardes abría el arcón del dinero y, muy satisfecho, contaba una a una las monedas que tenía ahorradas.
    El otro hermano, por el contrario, era cada vez más pobre. Su amor hacia los demás hacía que compartiese todo, o lo poco que tenía, y los necesitados del pueblo sabían que si llamaban a su puerta no se irían con las manos vacías.
    Un día, el hermano pobre se puso muy enfermo y, sintiendo que la muerte estaba cerca, envió a un amigo a casa de su hermano mayor para que le diese unas velas, porque en aquel entonces se creía que los muertos debían de tener una luz cerca para alumbrar el camino hacía el otro mundo. Sin una vela cerca, el muerto podía extraviarse y vagar eternamente sin encontrar el camino.
    Llegó el amigo a casa del rico y le pidió dos cirios para su hermano, pero el avaro
respondió:

—¡Que le den las velas aquéllos a los que ayudó! ¡Yo nunca doy nada, y no voy a cambiar ahora! Mi hermano nunca me pidió ni me dio, así que estamos en paz.

    Cuando el enfermo supo la respuesta de su hermano, dijo:

—¡Te maldigo, hermano! Morirás sin que nadie cierre tus ojos y tu alma vagará errante en el cuerpo de una lechuza para siempre jamás.

    Y, diciendo esto, el pobre murió.
    Pasaron muchos años. El avaro no había vuelto a pensar en su hermano, pero un día, mientras contaba sus monedas, se sintió mal. Al instante supo que iba a morir, y recordó las palabras de su hermano. Horrorizado, pidió perdón, pero en ese mismo momento entró una lechuza por la ventana y se puso a volar por encima de su cabeza. Entonces escuchó una voz que llegaba desde muy lejos y que decía:

—Nada tengo que perdonarte, porque nada me hiciste, pero tu alma vagará errante por los siglos de los siglos en el cuerpo de esta lechuza que te acompaña hoy, día de tu muerte,

    El cuerpo del hermano rico nunca fue encontrado, y es creencia que sigue vagando en forma de lechuza.
Por eso, cuando una lechuza aparece en el lugar en donde hay algún enfermo es un mal presagio, porque significa que pronto morirá.



lunes, 29 de junio de 2015

El Crisantemo




En la Selva Negra (Alemania) vivía un campesino llamado Hermann. La víspera de Navidad, cuando regresaba a su casa, encontró a un niño pequeñito tendido sobre la nieve. Lo tomó en brazos y lo condujo al modesto hogar donde le aguardaban su esposa e hijos, quienes, compadeciéndose del pobre niño, compartieron alegremente con él la humilde cena que tenían preparada para aquella festividad.

El pequeño forastero permaneció toda la noche en la cabaña, y a la mañana siguiente, después de revelar que era el Niño Jesús, desapareció. Cuando volvió a pasar Hermann por el lugar donde había encontrado al Niño, vio que habían nacido entre la nieve unas flores hermosísimas. Cogiendo un buen puñado de ellas las llevó a su esposa, quien les dio el nombre de crisantemos, esto es, flores de Cristo, o más propiamente, «flores de oro». Y en lo sucesivo, toda Noche Buena, en memoria del pequeño visitante. Hermann y los suyos daban a algún niño pobre parte de la cena.