En casa eran dos hijos y una hija, además de los dos padres. De los hijos aún ninguno tenía pareja ni la buscaba, ya que el trabajo les mantenía ocupados. La hija al contrario, sí que tenía ganas de casarse, ya que dentro de poco cumpliría los 20 y en esa época, si no tenías pareja a una cierta edad tu destino parecía condenado a la soledad o limitado a la familia, a lo sumo.
La chica, de nombre Isabel empezó a mostrar interés por cierto chico, pero nadie de su familia sabía quién era. Así, cuando llegó el día del baile anual que se celebraba durante los carnavales, Isabel empezó a cambiar de actitud en casa. Sus padres, al notar que se arreglaba más de lo habitual empezaron a sospechar lo que pasaba; Isabel eludió los intentos de familiares a averiguar quién era el joven por el que se sentía atraída y por esto, los padres pensaron que sería bueno enviar a los dos hermanos mayores para que vigilaran qué hacía su hija durante la noche, y si se daba el caso, interceder por ella.
Al anochecer y haber acabado las tareas en el día festivo, Isabel salió de casa, y tras ella sus hermanos. Y cuál fue la sorpresa de estos cuándo en lugar de dirigirse hacia la plaza del pueblo, vieron que su hermana subía hacia la montaña.
A la luz de la luna la siguieron a través de árboles, matojos y pedruscos, en un ascenso sin demasiada lógica para ellos. ¿Qué haría su hermana allá arriba? Las sospechas de que Isabel planeara huir del pueblo, unirse a los gitanos errantes o otras disparatadas conclusiones empezaron a florecer en las cabezas de los dos preocupados hermanos, que cada vez estaban más extrañados.
Súbitamente la joven echó a correr, y al ir tras ella descubrieron que se adentraba en una cueva. Al seguirla descubrieron quién era el enamorado de su hermana: El Tragaldabas. Un gigante de casi tres metros, con brazos como robles y un cuello gordo como el de un buey, de facciones duras y espalda ancha y fuerte.
Pese a su asombro los hermanos se quedaron callados en las sombras y cuál fue su sorpresa cuándo Isabel, ni corta ni perezosa, se lanzó a los brazos de aquel hombretón, llenándolo de besos en la cara y el cuello, mientras este reía en una explosión de alegría.
Y ahí no acabó la cosa: el Tragaldabas e Isabel se abrazaron y bailaron en la cueva, y a falta de música, cantaban. Como la chica era demasiado baja para coger a su pareja de baile del cuello, el gigante la alzaba en brazos. Al finalizar el baile la bajó al suelo, y se arrodilló a su altura. Sus hermanos se prepararon para atacarle si se excedía, pero lejos de esto, empezó a hablar.
Su voz era dulce y suave, brillaba por su bondad y apartaba de golpe todos los prejuicios que se pudieran tener ante el hombre. Puesto que era un hombre como otro, no había duda, pese a sus particularidades de tamaño. Y allí, ante la atenta mirada de los dos hermanos, el gigantón la pidió matrimonio , Isabel sonrío, y los hermanos, sin poder aguantar más, salieron de su escondite y corrieron hacia la pareja.
Los prometidos creyeron que ahí acababa su noviazgo, pero nada más lejos de la realidad: los hermanos abrazaron a Isabel, condujeron a su futuro esposo a casa, y propiciaron que la boda se celebrara sin mayor incidente. Los padres entendieron que el hombre no por ser tan grande era menos humano, y pudieron vivir como cualquier otra pareja.
Isabel y el Tragaldabas engendraron dos hijos y una hija, los hijos fuertes como toros y la hija bella como una flor salvaje. Los tres era grandísimos, medirían como dos metros, que para la época era ser muy alto.
Su hija se llamó Josefa, y en el pueblo la llamaron la Josefona, por su gran tamaño, pero no por ello disminuyó su éxito, era tan hermosa que muy pronto tuvo una larga cola de pretendientes, a los que rechazó sistemáticamente hasta que encontró a quién de verdad quería: un hombre bajo, flaco y nervudo, que poseía una voz dulce como la miel.
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