Ya marido y mujer, durante cierto tiempo, todos veían cómo la pareja compartía su vida marchando juntos en el cielo. Todo era apacible. Había armonía y felicidad.
Pero, con el tiempo, Antú se volvió arisco y caprichoso, tanto que no aceptó la queja de Cuyén ante el primer reproche y reaccionó con violencia. Ella recibió un golpe en la cara y su relación se truncó.
Ya separados, él siguió como único astro del día. En cambio, ella, sola, taciturna, con la huella de las cicatrices en su cara, en sus rondas nocturnas solía acariciar la nieve, internarse en las frondas, besar con ternura las flores silvestres y observar su tristeza en los lagos que la reflejaban o en los que recostaba su angustia.
Un día, dispuesta a perdonar, aceleró su viaje para encontrar a su amado antes de que él se ocultara para el reposo nocturno pero descubrió cómo este besaba apasionadamente al lucero del alba. ¡Qué dolor! ¡Cuánto llanto!. Lloró tanto, tanto, que sus lágrimas al caer en la tierra de Neuquén formaron el lago Aluminé. Por eso dicen que río y lago, desde su nacimiento, tienen la pureza y la dulzura de la diosa que los creó.”
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