Había una vez, en un denso bosque de pinos y robles, una pequeña cría de oso llamada Miel. Miel vivía felizmente con su madre en una cueva acogedora, hasta que un día, mientras exploraba curiosamente los alrededores, se alejó demasiado y se perdió. La pequeña cría se encontró sola y asustada en una parte del bosque que no conocía.
Mientras Miel vagaba, un anciano llamado Tomás, que vivía en una cabaña al borde del bosque, la encontró. Tomás era un hombre amable, con ojos sabios y un corazón generoso. Al ver a la cría sola y vulnerable, decidió llevarla a su cabaña para cuidarla.
Tomás, que había vivido toda su vida cerca del bosque, sabía mucho sobre los animales y su comportamiento. Construyó un pequeño refugio junto a su cabaña, donde Miel pudiera dormir y sentirse segura. Le daba leche tibia y miel, y poco a poco, la pequeña cría de oso comenzó a confiar en él.
A medida que pasaban los días, Miel y Tomás se hicieron inseparables. Miel aprendió a jugar con las hojas y a pescar en el río, siempre bajo la atenta mirada de Tomás. El anciano le enseñó a buscar bayas y raíces, y a ser cautelosa con los peligros del bosque. Miel, por su parte, le brindaba compañía y alegría a Tomás, quien vivía solo desde hacía muchos años.
Con el tiempo, Miel creció fuerte y sabia, y aunque amaba a Tomás, algo dentro de ella anhelaba regresar al bosque y encontrar a su madre. Tomás lo sabía y, aunque le dolía la idea de separarse de su amiga, decidió que era el momento de que Miel volviera a su verdadero hogar.
Una mañana, Tomás y Miel emprendieron un último paseo juntos hacia lo profundo del bosque. Buscaron lugares donde Miel había estado con su madre, y Tomás usó sus conocimientos para rastrear a los osos locales. Después de varias horas, encontraron señales frescas de un oso adulto.
Tomás abrazó a Miel por última vez, sus ojos llenos de lágrimas pero también de orgullo. "Eres un oso fuerte y valiente, Miel. Tu lugar está aquí, en el bosque. Nunca te olvidaré."
Miel comprendió, y con un suave gruñido de despedida, se adentró en el bosque. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara un sonido familiar: el llamado de su madre. Corrió hacia ella, y las dos se reunieron en un abrazo cálido y reconfortante.
Desde entonces, Miel vivió en el bosque, pero nunca olvidó a Tomás. A menudo lo observaba desde la distancia, asegurándose de que estuviera bien. Y Tomás, aunque ahora solo, siempre sonreía cuando pensaba en su amiga, la cría de oso que había cuidado y amado.
Y así, en el corazón del bosque, la amistad entre un anciano y una cría de oso permaneció viva para siempre.
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