Anoche tuve un sueño que parecía salido de un cuento de hadas. Me encontraba en un vasto prado verde, con colinas ondulantes y flores de colores tan vivos que parecían brillar bajo el sol. El cielo era de un azul tan profundo que casi dolía mirarlo, y el aire estaba perfumado con el dulce aroma de la lavanda y la miel.
Mientras caminaba, sentí una ligereza inusual, como si pudiera flotar. Al dar unos pasos más, noté que mis pies apenas tocaban el suelo y, de repente, me elevé suavemente hacia el cielo. Volaba sin esfuerzo, con una sensación de libertad indescriptible. Podía ver todo el paisaje desde lo alto: ríos serpenteantes, bosques densos y montañas en la distancia, cubiertas de nieve que relucía bajo el sol.
A lo lejos, vi un castillo antiguo con torres altas y elegantes. Me dirigí hacia allí, movido por una curiosidad irresistible. Al llegar, me recibieron unos jardines hermosamente cuidados, llenos de fuentes y estatuas de mármol que representaban figuras mitológicas. Caminando entre los rosales y las magnolias, encontré una puerta de madera tallada con detalles intrincados.
Al cruzar el umbral, me encontré en una gran sala de banquetes iluminada por candelabros de cristal. Una mesa larga estaba cubierta con manjares de todo tipo: frutas exóticas, panes dorados, quesos y vinos de aroma embriagador. Al fondo de la sala, una música suave y melodiosa provenía de un arpa, tocada por una figura etérea que parecía surgir de la niebla.
En ese momento, apareció ante mí una figura majestuosa: una reina con un vestido de seda que brillaba como mil estrellas. Su rostro irradiaba una sabiduría y serenidad profundas. Con una sonrisa cálida, me invitó a sentarme a su lado. Conversamos durante lo que parecieron horas, aunque el tiempo no tenía importancia en aquel lugar. Hablamos de sueños, deseos y misterios del universo.
Finalmente, la reina me entregó un pequeño frasco de cristal lleno de un líquido dorado. "Esto es el elixir de los sueños", dijo. "Bebe una gota cada vez que necesites recordar la maravilla de este lugar." Agradecido, acepté el frasco y, al hacerlo, todo a mi alrededor comenzó a desvanecerse lentamente.
Desperté en mi cama, con la sensación de haber vivido algo extraordinario. Sobre la mesa de noche, el pequeño frasco de cristal brillaba a la luz del amanecer.