lunes, 14 de enero de 2013

Ziba vino en un barco



Ziba vino en un barco. Un viejo y abarrotado barco pesquero que crujía y gemía mientras se elevaba y caía, se elevaba y caía, surcando un mar sin fin…

Los pensamientos en el hogar inundaban a Ziba, de igual modo que las olas inundaban la cubierta. Oía risas de niños y el amable balido de las ovejas que pastaban al borde de la colina.

Sentía en sus mejillas el frío aire de la montaña, mientras corría con sus primas por la orilla rocosa para recoger agua del arroyo. Reían salpicándose unas a otras con el agua helada, y llevaban las pesadas vasijas de barro al calor de la casa de adobe. Ziba percibía el aroma de las ricas especias de la comida de la tarde.

Ayudaba a sus tías a preparar el pan cocinado en el tandur y probaba la textura fresca y suave del yogur de leche de cabra que su madre había hecho.

Veía a su madre, sentada ante el telar de madera, tejiendo lana de colores para una alfombra. La lana subía y bajaba, dentro y fuera, como el barco que se balanceaba en medio del tenebroso mar.

El bote iba a la deriva en medio de la noche, y los pensamientos de Ziba iban a la deriva también. En su imaginación, estaba sentada con su padre y jugaba con la muñeca que él le había dado. Él le contaba historias y le recitaba poemas de hacía mucho tiempo.

Ziba sentía la fuerza de los brazos de su padre y miraba fijamente su apacible rostro. Un viento fresco sopló desde el tempestuoso mar. Ziba recordó las frías noches de invierno en su hogar. Ese año, el invierno había sido mucho más largo y la sombra proyectada por las montañas del este parecía inclinarse más cerca que nunca.

La oscuridad se extendía filtrándose por las silenciosas esquinas de la tranquila aldea. Como no podía ir a la escuela, Ziba se escondía del mundo tras los gruesos muros de su casa de adobe.

El mar rugía y golpeaba contra el bote como una bestia enfurecida. Las olas se embravecían y los pensamientos de Ziba se volvían más tristes y temerosos.

El eco de las armas de fuego resonaba en la aldea. Voces coléricas la cercaban. Agarrada a la mano de su madre, Ziba corrió y corrió a través de la noche, alejándose de la locura hasta donde sólo había oscuridad y silencio.

Ziba temblaba y se estrechó contra su madre en la amontonada cubierta. Los ojos de su madre estaban llenos de esperanza y sus cánticos sonaban dulces como la miel. Ziba se dejó llevar por un sueño. Un sueño cálido y acogedor.

Caras sonrientes le daban la bienvenida a su nueva tierra. Aquí, podría vivir sin miedo. Aquí, podría ser libre y aprender a reír y bailar de nuevo.

‘Azadi’, susurró su madre.

‘Libertad’.

Y el barco se elevaba y caía, se elevaba y caía surcando un mar sin fin…

lunes, 7 de enero de 2013

La isla de los sentimientos





Hubo un tiempo en el que en una isla muy pequeña, confundida con el paraíso, habitaban los sentimientos como habitamos hoy en la tierra.
En esta isla vivían en armonía el Amor, la tristeza, y todos los otros sentimientos. Un día en uno de esos que la naturaleza parece estar de malas, el amor se despertó aterrorizado sintiendo que su isla estaba siendo inundada.
Pero se olvidó rápido del miedo y cuidó de que todos los sentimientos se salvaran.
Todos corrieron y tomaron sus barcos y corrieron, y subieron a una montaña bien alta, donde podrían ver la isla siendo inundada pero sin que corriesen peligro.
Solo el amor no se apresuró, el amor nunca se apresura. El quería quedarse un poquito más en su isla, pero cuando se estaba casi ahogando el amor se acordó de que no debía morir. Entonces corrió en dirección a los barcos que partieron y gritó auxilio.
La Riqueza, oyendo su grito, trató luego de responder que no podría llevarlo ya que todo el oro y la plata que cargaba temía que su barco se hundiera. Pasó entonces la Vanidad que también dijo que no podría ayudarlo, una vez que el amor se hubiese ensuciado ayudando a los otros, ella, la Vanidad no soportaba la suciedad. Por detrás de la Vanidad venía la Tristeza que se sentía tan profunda que no quería estar acompañada por nadie. Pasó también la Alegría, pero tan alegre estaba que no oyó la suplica del amor.
Sin esperanza el Amor se sentó sobre la última piedra que todavía se veía sobre la superficie del agua y comenzó a menguar. Su llanto fue tan triste que llamó la atención de un anciano que pasaba con su barco. El viejecito tomó al Amor en sus brazos y lo llevó hacia la montaña más alta, junto con los otros sentimientos. Recuperándose el amor le preguntó a la Sabiduría quien era el viejecito que lo ayudo.... a lo que esta respondió ..... "El Tiempo"..... el Amor cuestionó : ..."¿Por qué solo el Tiempo pudo traerme aquí?".... La Sabiduría entonces respondió: "Por que sólo el Tiempo tiene la capacidad de ayudar al Amor a llegar a los lugares más difíciles"..

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