jueves, 21 de febrero de 2013

El Cancho de los Muertos



Mierlo sabe que le quedan pocos minutos en este mundo tras la brutal paliza que acaba de recibir de sus atacantes mientras se retuerce de dolor notando que la sangre se le acumula en la garganta que le obliga a escupir para poder seguir respirando.

-. ¡Marchemos de aquí muchachos, este pobre desgraciado no lleva encima recompensa alguna! – Les escucha decir mientras con el ojo por el aun ve, observa que se alejan medio corriendo mientras el último se cuelga uno de los corderos recién paridos.

Su fiel perro pastor gime a su lado nervioso mientras le lame la cara en señal de intento de cura, pero no consiguiendo más que Mierlo se sienta aun peor.




Entre toses y gruñidos finalmente su cuerpo se encoje hasta quedar en posición fetal.

Es entonces cuando nota algo de alivio y esa tranquilidad hace que comience a recordar como ha llegado a esta situación sin pretenderlo.

3 días antes…


Como cada día, Mierlo se disponía a llevar a su pequeño rebaño por las laderas cercanas a cantocochino, cuando de repente algo distrae a Yako, su perro pastor, que sale corriendo y ladrando hacia unas jaras en la parte alta de la ladera que hay en frente.

-. Yako! Me cagüen la cuna que te arrulló!

Al poco el perro deja de ladrar pero no sale de las jaras, viendose Mierlo obligado a ir a por él.
Tras las jaras, sorprendido encuentra a una bella joven como dios la trajo al mundo.



-. Pero muchacha, que te ha pasado? – Le dice mientras se quita su cayado para cubrirla sus partes nobles.
-. ¡No me haga daño, por favor! – contesta la chica tirándose al suelo mientras tiembla débil y frágil como una brizna de hierba mecida por el viento.
-. Tranquila, tranquila…no es mi intención. Ven conmigo, tengo agua y comida más adelante escondida entre unas piedras.

Mierlo es la clásica persona que desprende sinceridad, tranquilidad y confianza tan solo con hablar, aunque su léxico sea torpe y muy rural, por lo que la chica se tranquiliza y le acompaña sin mediar más palabras.

Tras darle de comer y beber, la muchacha le explica lo ocurrido y de quien se trata.
Al parecer fue secuestrada por unos bandidos que se alojaban en las inmediaciones de unos riscos que hay a la vista desde cantocochino si se mira al Sur.



El jefe de la banda la quería para él como mujer, pero los dos a quien dejaron a cargo a la muchacha mientras él descendía al pueblo de Manzanares para sus quehaceres cotidianos de extorsión, se disputaron mediante rifa los beneficios de ella hasta que uno ganó. Pero el otro, al descubrir la trampa en el sorteo, le atestó una certera puñalada en el pecho dándole muerte al instante.
Con las manos aun manchadas de sangre y la mirada pedida, se abalanzó sobre la joven con insanas intenciones.
Justo en ese momento el caballo del jefe relinchó mientras saltaba este para caer sobre el mancillador, que golpeo con fuerza hasta casi dejar sin sentido.

Luego cogió a ambos, muerto y medio muerto y los subió con sus propias manos hasta lo alto de risco que gobernaba el lugar como gran monolito, pretendiendo lanzarlos para darles finiquito, con tan mala suerte que el medio muerto agarróle el pantalón de pana, consiguiendo hacer caer a los tres.
Luego vagó por los parajes durante la noche y parte del día hasta que la encontró él.

Acongojado por la terrible historia, acompaña a la muchacha al pueblo de Manzanares de donde es y luego a su casa.
Allí los padres le agradecen en suma la ayuda, sobre todo por darla ya por muerta tras tres días desaparecida y obligándole a pasar al día siguiente para recompensarle de alguna forma.

Accede a la propuesta y al día siguiente a la hora del almuerzo aparece dispuesto a recibir la supuesta generosa oferta de los padres de la joven.

La noticias del pastor salvador de la joven más guapa y solicita del pueblo corre como la pólvora llegando a oídos de todos.

Tras el generoso almuerzo, los padres le ofrecen la mano de la mucha, cosa que Mierlo, no gusta, ya que su idea de la recompensa era más material viendo lo espectacular de su casa y saliendo de esta decepcionado diciendo que se lo pensaría.

Mierlo no es que fuese materialista, pero ya tenía novia formal desde hacia años y aunque quizás no fuese tan bien agraciada como la muchacha, la quería.

Marchóse a su casa tranquilo pensando que tan sólo iba a ser una historia que pronto olvidarían todos, pero que equivocado estaba.

Al día siguiente de nuevo, como cada día, realiza el mismo trayecto con su rebaño y su perro Yako que nota más intranquilo de lo normal.

De repente el perro empieza a ladrar a su espalda, Mierlo se da la vuelta y comprueba que hay varios hombres con navaja en mano que poco a poco le terminan por rodear.
Uno de ellos hace ademán de pinchar al Yako pero este ágil escapa de su agresor ladrando mientras aleja a las ovejas para protegerlas de los malhechores.

-. Vamos pastocillo, enséñanos la bolsa, sabemos que los ricos te han recompensado por salvar a la preciosa muchacha. – le increpan mientas blande la navaja el que más cerca está de él.

-. No me dieron nada, tan solo la mano de la joven en premio – Dice sabedor de que sus palabras aunque sinceras no creerán en absoluto.

-. Tu decides pastorcillo; la bolsa o la vida – reitera amenazando con la gran navaja mientras se la pasa de mano en mano.

Mierlo sabedor que de que no le creen, sólo tiene una opción y es atacar sorprendiendo al navajero.

Con una certera patada, le quita la navaja de la mano y este corre a recogerla dejando un hueco en el círculo por el que Mierlo aprovecha para intentar escapar, pero son muchos los que allí están y una diestra zancadilla le hace besar el suelo, mientras el resto comienza a darle patadas en suelo.

¡Aaaaaagggh!

-. Triste muerte la mía Yako – Consigue decir al perro que ahora parece escuchar atento sus palabras mientras los dolores vuelven – Por salvar a una joven de su fatídico destino, el mío truncado y finiquitado. Espero que al menos mi muerte haya servido para que esta joven viva felices años con el joven que tenga la suerte de elegir.




miércoles, 20 de febrero de 2013

La pisada del diablo







A un kilómetro de la Silla de Felipe II, en el Pinar de Abantos y la Zona de La Herrería, se haya una oquedad sobre una roca que se asemeja a la huella de un talón. Cuenta la leyenda, que una niña muy devota de la Virgen María se topó allí con el diablo…

Frustrado por no vencer la fe de la muchacha, desquitó su ira de un salto, provocando una explosión en la piedra, única testigo de tan fatal encuentro. ¿Tan poderosa es la fe que no sólo nos hace mover montañas sino que puede derrotar a Satanás.

Camina despacio por miedo a resbalar entre la hojarasca mojada. Le tiemblan las piernas y le castañean los dientes. El frío cala en los huesos y tiene miedo. ¿Por qué no corre? ¡Ay! ¡Ahora se pone a rezar a María! Pobre crédula -Dios te salve María. Llena eres de Gracia […]- Sandeces. Si los cristianos conocieran las primeras versiones de sus ruegos no rezarían tanto. Veremos cuánto le dura la fe.

¿Qué haces pequeña por aquí? Ya ha oscurecido y no es momento ni lugar para pasear sola.
Señor, ¿de dónde sale? -¿Será un asalta caminos de esos que llaman?- Por favor, no me haga daño. En mi zurrón apenas llevo un trozo de pan.
Niña, no te preocupes que no soy ningún desalmado –sólo quiero divertirme- Conmigo no tienes nada que temer. Me llamo Pedro y vivo a un corto trecho al sur de aquí. ¿Cómo te llamas? ¿No te habrá comido la lengua el gato?
Me llamo Marta, por santa Marta de Betania, hermana de San Lázaro y Santa María Magdalena, pero todo el mundo me llama Martiña. Me lo puso mi abuela, que Dios la tenga en su Gloria.
-Esta insensata presume de nombre de santa- Martiña, es un nombre muy bonito. Y bien, Martiña, ¿a dónde te diriges?
Se me ha hecho de noche de vuelta de la ermita que está cerca del río, a media legua. La lluvia y el frío me han sorprendido y empezaba a tener miedo. Veo que lleva la Cruz de Santiago y la concha en la capa, ¿es usted peregrino?
Sí, linda niña. Cada año recorro los caminos hasta Santiago buscando su perdón. Si quieres puedo acompañarte hasta tu casa y para que nos olvidemos del frío te propongo un juego. ¿Qué pedirías si te concedieran un deseo?
No pediría nada para mí. Tengo un techo, comida, el calor de una familia y a la Madre del Cielo que vela por mí.
Pero imagina que yo pudiera ofrecerte todas las riquezas del mundo. Las joyas más hermosas y los mejores y más bellos vestidos, así como cualquier placer terrenal que desearas. A cambio, sólo te pediría que renunciaras a tu fe. ¿Qué contestarías? Vamos, no pongas esa cara que te pones muy fea. Sólo es un juego.
No, señor, no podríais tentarme. No vendería mi fe como hicieron los mercaderes en el Templo de Jerusalén, como bien sabéis. Nada podrías darme a cambio de mi fe.
-Bien, si la tentación no sirve, me serviré de la Razón-. ¿Y si en vez de un mago que concede deseos fuera yo el rey de los infiernos, y te probara que ni Dios, ni la Virgen ni nada en lo que creemos existe? ¿Acaso no me temerías? ¿Acaso no renunciarías a tu fe si yo te lo pidiera?
No, señor. Entonces tampoco lo haría. Quizás no ver a Dios pruebe algunos que no existe pero es que sólo los ciegos de corazón no ven a Dios.