Durante estos días, en algunos pueblos extremeños, al anochecer, pueden verse a grupos de hombres envueltos en capas que a la luz de faroles y al sonido de campanas, recorren las puertas pidiendo limosna para los muertos. Son las cofradías de ánimas.
Y existen porque en esta tierra siempre se ha creído mucho en los difuntos, sobre todo en las ánimas del purgatorio, en aquellos que esperan en ese limbo perdido entre el cielo y el infierno (que se han cargado ahora de un plumazo) a que una buena persona termine de pagar sus cuentas (metafóricas y materiales) para poder salir de allí y poder “pisar la gloria”.
En estas situaciones, aquellos a los que se les aparece el muerto (el familiar, el amigo, la novia o el vecino), acompañados del alma del difunto, deben ir a cumplir lo que esa alma solicita, que normalmente es realizar los funerales pendientes, rezar unas misas o dar unas limosnas a tal o cual santo.
Pero la forma en la que se aparecen es variada. Aunque es cierto que en muchos casos se aparecen como las personas que fueron, otras muchas adquieren los más curiosos aspectos.
El arqueólogo Noé Conejo me contaba cómo su abuela de Almendral le narraba cómo las personas que hacían promesas a Santos, Vírgenes, o al propio Cristo, muriendo sin cumplirla, se aparecían a familiares con tal de que ellos cumplieran dicha promesa, evitando así las penas del purgatorio.
La forma en que se aparecían era variada, desde su forma real hasta ser una columna de luz que iluminaba toda la habitación. Le comentó su abuela que una vez a alguien del pueblo se le había aparecido dicha luz y que acudiendo rápidamente al sacerdote, éste le comentó que lo más seguro es que se tratara de un Alma del Purgatorio. Y efectivamente, un novenario de Ánimas benditas y la columna de luz no volvió a aparecerse. Mano de santo, y nunca mejor dicho.
Pero otras veces a forma de aparecerse era menos icónica y gloriosa. Por El Cerezal y Asegur, las ánimas tienen sus propios horarios y lugares preferidos. Suelen aparecer durante las horas nonas, y tan sólo se aparecen aquéllas que aún no han purgado sus pecados, preferentemente en los huertos, en la cocina y en la calle.
Cuenta el investigador hurdano Félix Barroso que si una persona desea que se le aparezcan las ánimas, debe buscar a una mujer llamada María para que rece nueve avemarías y unos cuantos padrenuestros.
En Las Hurdes, cuando las ánimas no tienen miedo a decir las cosas a la cara, se aparecen en forma de sábana hueca. Hay que fijarse bien en la limpieza de la sábana, porque tienen tantas manchas negras como pecados ha cometido en su vida.
Y aunque es cierto que a estas alturas de la película poco miedo nos va a dar un fantasma sabanero, hay que recordar que existen apariciones aún más rocambolescas y tragicómicas.
Porque cuando las ánimas tienen miedo a transmitir alguna cosa, se aparecen en forma de objetos blancos: una mariposa blanca, un gato blanco, una paloma… o hasta una gallina.
Una de las últimas apariciones fantasmales tuvo lugar en Las Hurdes, en 1965, cuando un matrimonio vieron asombrados como su humilde casa se iluminaba repentinamente con una extraña y sobrenatural claridad, como si hubiese amanecido en plena noche.
Cuenta el periodista Iker Jimenez que el resplandor fue mitigándose hasta quedar concentrado en el piso bajo, en un viejo corral que hacía varios años que estaba abandonado. Al entrar observaron una rolliza gallina blanca que corría de un lado a otro de la pared, hasta que, al verlos, se quedó parada en medio de la estancia mirándolos muy fijamente. De la gallina surgió una voz ronca y desagradable que se identificó lastimeramente como la Tía Cristina, una mujer ya fallecida y a la que se tenía por bruja en la zona. Mientras la voz se iba tornando en llanto, la gallina proseguía:
- “Debo tres perras a San Antonio, protector contra los espantos, y no puedo entrar en la buena ventura”.
Dichas estas palabras, un fogonazo impresionante envolvió al ave y esta “salió disparada hacia arriba”, desapareciendo al instante y quedando un halo luminoso en el corral. Sobra decir que, una vez que se entregaron las perras a San Antonio, la misteriosa gallina no volvió a aparecerse jamás.
Y es que al parecer hasta para entrar en el cielo, a veces, hay que comprar la entrada.