El cocinero asó la grulla siguiendo las órdenes de su señor pero, antes de servirla, quiso probarla para asegurarse de que estaba en su punto. Así que se comió un trocito pero cuanto más comía, más le gustaba y no podía parar ¡ hasta que se comió todo un muslo!. Alarmado, el cocinero se apresuró a servir la grulla al señor en una gran bandeja de patatas. El señor Trabe-Balari se extrañó mucho al ver que la grulla sólo tenía una patata y le preguntó al cocinero dónde estaba la otra.
-Es que las grullas sólo tiene una pata, señor -explicó el cocinero.
El señor no dijo nada pero puso mala cara. El cocinero se dio cuenta de que era muy probable que tarde o temprano descubriera el engaño. Días después, el cocinero vio un par de grullas que se habían posado sobre un tejado, no muy lejos de la casa del señor Trabe-Balari, y que se sostenía sobre una sola pata. Le pareció que era una buena oportunidad para justificarse y corrió avisar al señor Trabe-Balari.
-¿Lo veis, señor, cómo las grullas solamente tienen una pata? – dijo el cocinero.
Entonces el señor Trabe-Balari gritó muy fuerte y cuando lo oyeron, las grullas levantaron el vuelo. Y entonces se vio claramente que tenían dos patas cada una.
-¿Lo ves, bellaco, como las grullas sí tienen dos patas? -dijo enfurecido el señor Trabe-Balari.
-¿Y, entonces, señor -le contestó el cocinero -, por qué no disteis este grito cuando teníais en el plato la grulla que os asé? También le habrías visto la otra pata…