miércoles, 14 de noviembre de 2018

LA LEYENDA DEL REY DE LOS CHANCHOS – COSTA RICA



Entre los animales, los chanchos (cerdos) tenían un rey. Este se parecía a un hombre muy blanco y apuesto que andaba por los montes con un bordón de oro en la mano. Vivía en un palacio encantado en los altos de una misteriosa montaña llamada Sankrá-ua y en su puerta tenía como guarda a un aterrador felino.  Al rey de los chanchos no le gustaba que atacaran a sus súbditos por puro divertimento o que en la caza los humanos no los mataran de una forma rápida y sin dolor.

Una vez hubo en Boruca un cazador que tenía fama de ser mal arquero y siempre hería a los animales sin acabar con ellos.  Un día este cazador se fue al monte y allí se encontró a una gran manada de chanchos. Corrió y corrió sin poder alcanzarlos con sus flechas durante largo tiempo hasta perderse. Sin saber dónde estaba, siguió andando hasta que de repente se encontró con el rey de los chanchos (sini-súj-kra). Este, enfadado, le dijo: “¿Por qué dañas a mis súbditos? ¡No volverás a tu hogar hasta que no cures a todos!”

El cazador paso allí mucho tiempo intentando curar a los chanchos ya que éstos no se dejaban hacer sino que se revolvían y le mordían. Pasó meses y sufrió mil penalidades en el palacio del rey de los chanchos hasta que, por fin, se ganó la confianza de los cerdos, que se amansaron y acabaron siguiéndole a todos lados como si de un pastor se tratase.

Cuando no había más chanchos que curar, el rey de los chanchos se apiadó del cazador y le permitió volver con los suyos siempre y cuando sólo matara a los chanchos cuando necesitara comer y no volviera a herir a un animal sin darle una muerte digna.

De vuelta a su hogar, el cazador anduvo largo rato por los montes hasta que dio con algunos de sus compañeros que precisamente estaban cazando chanchos.  Los animales reconocieron a su curandero y se acercaban mansamente a él.  Los demás hombres se sorprendieron y vieron con esto facilitadas las tareas de la caza pero, como les indicó el cazador que había sido perdonado por el rey de los chanchos, sólo cuando necesitaran alimentarse y sin herir innecesariamente a los animales.

martes, 13 de noviembre de 2018

CADA COSA A SU TIEMPO – CUENTO TIBETANO




En un olvidado pueblo del Tíbet vivía una viejecita a la que le gustaba cenar huevos. Todos los días recorría un largo camino para ir al mercado más cercano a por el preciado manjar. Pero como era muy vieja cada vez le costaba más el viaje así es que ahorró y se compró una gallina.

Nunca había comprendido muy bien a este plumífero animal porque era muy ignorante. Pronto comenzó la gallina a poner un huevo diario y la viejecita estaba tan contenta que decidió invitar a sus amigos a cenar en Nochevieja. Esa mañana fue al corral y la gallina había puesto su huevo de costumbre pero como la vieja necesitaba más, le pidió a la gallina que los pusiera en ese mismo momento.

Pero la gallina, que nada entendía, siguió a lo suyo hasta que la vieja la agarró por el gaznate y la rajó en canal. Pero ningún huevo encontró dentro del animal y la gallina murió desangrada. Sus invitados se extrañaron al ver gallina en pepitoria en su plato y no huevos, sabiendo lo que le gustaban a su anfitriona. La vieja no tuvo más remedio que contarles la desgracia que le había ocurrido. Todos se rieron de su ignorancia y le aconsejaron que más le valía aprender a criar gallinas que volver a tener que comprar un huevo diario.

La viejecita perdió todo por no tener paciencia ni conocimientos y se puso muy triste. Pero luego pensó que nunca es tarde para empezar y acabó haciéndose toda una experta en la cría de estas aves.