En un olvidado pueblo del Tíbet vivía una viejecita a la que le gustaba cenar huevos. Todos los días recorría un largo camino para ir al mercado más cercano a por el preciado manjar. Pero como era muy vieja cada vez le costaba más el viaje así es que ahorró y se compró una gallina.
Nunca había comprendido muy bien a este plumífero animal porque era muy ignorante. Pronto comenzó la gallina a poner un huevo diario y la viejecita estaba tan contenta que decidió invitar a sus amigos a cenar en Nochevieja. Esa mañana fue al corral y la gallina había puesto su huevo de costumbre pero como la vieja necesitaba más, le pidió a la gallina que los pusiera en ese mismo momento.
Pero la gallina, que nada entendía, siguió a lo suyo hasta que la vieja la agarró por el gaznate y la rajó en canal. Pero ningún huevo encontró dentro del animal y la gallina murió desangrada. Sus invitados se extrañaron al ver gallina en pepitoria en su plato y no huevos, sabiendo lo que le gustaban a su anfitriona. La vieja no tuvo más remedio que contarles la desgracia que le había ocurrido. Todos se rieron de su ignorancia y le aconsejaron que más le valía aprender a criar gallinas que volver a tener que comprar un huevo diario.
La viejecita perdió todo por no tener paciencia ni conocimientos y se puso muy triste. Pero luego pensó que nunca es tarde para empezar y acabó haciéndose toda una experta en la cría de estas aves.
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