domingo, 18 de noviembre de 2018

LA LEYENDA DE LOS OCHO SOLES – LAOS



Hace mucho tiempo, la tierra estaba iluminada por ocho soles. La radiante luz deslumbraba a los hombres y el inmenso calor secaba la tierra.

Un día los hombres decidieron que ocho soles eran demasiados para iluminar la tierra y que con uno sólo bastaría.

– ¡Vamos a lanzar flechas a siete soles! ¡Les daremos miedo y ellos solos se apagarán! – pactaron los hombres

Fueron a buscar a un buen arquero, el que mejor puntería tenía. Al disparar sus flechas, los soles se asustarían y se apagarían. Al disparar la primera flecha, un sol se apagó. Disparó una segunda y otro desapareció. Y así fue hasta llegar a la séptima flecha, que hizo que se apagara el séptimo sol pero también el octavo y último.

Entonces la oscuridad reinó en la tierra, la tierra era sombría y fría y los hombres desgraciados. Necesitaban la luz del sol para vivir.

– Tenemos que hacer volver al último sol – se lamentaban las mujeres

– Tiene miedo de nosotros – respondían los hombres

– En ese caso- contestaron las mujeres- Pediremos a los animales que nos ayuden a hacer volver al sol.

Hicieron venir a una vaca, que mugió y mugió pero el sol no vino. Llamaron entonces a un tigre, que estuvo rugiendo mucho rato. Los hombres y las mujeres temblaban de miedo y seguramente el sol también tuvo miedo porque no apareció.

Hicieron venir a un búho, que ululó toda la noche, pero el sol tampoco apareció. Sí que lo hizo, en cambio, una luna blanca que iluminó la tierra.

Entonces los hombres y las mujeres llamaron al gallo. Se puso a cantar tan fuerte que su cresta se enrojeció. Pero siguió cantando y cantando con todas sus fuerzas.

Entonces, tímidamente, una luz amarilla y cálida apareció sobre la tierra. Era un sol que despuntaba sobre la línea del horizonte. Poco a poco, mientras el gallo seguía cantando, el sol se iba alzando en el cielo e iluminaba las caras de todos aquellos que lo esperaban.

Y desde ese momento cada mañana el gallo llama al sol para que ilumine la tierra.

sábado, 17 de noviembre de 2018

EL NIÑO ASTUTO- CUENTO DE IRÁN




Un pastor iba de camino al mercado para vender el trigo que había recogido de su cosecha. Como los sacos de trigo pesaban tanto, el hombre cogió su burro para cargarlos, pero era un animal muy lento, ya que estaba cojo de la pata derecha y era ciego del ojo izquierdo porqué unos niños le habían tirado una piedra.

El burro andaba muy lento y antes de llegar a la ciudad, el hombre decidió descansar un momento. Dejó el burro atado en un árbol y se tumbó en la sombra para dormir un rato.

Cuando se despertó, su burro había desaparecido, con toda la carga que el hombre tenía que vender.

Desesperado salió al camino y se encontró con un niño.

– Has visto pasar un burro por aquí – preguntó el hombre.

– ¿Era un burro cojo de la pata derecha y ciego del ojo izquierdo que cargaba con un saco de trigo? – dijo el niño.

– Sí, sí – contestó el hombre desesperado – ¿dónde lo has visto?

– Ah no, no lo he visto – le aclaró el niño.

– ¿Y si no lo has visto cómo es que saber cómo era?- dijo el viejo muy enfadado- ahora mismo vendrás conmigo a la policía y les contarás dónde está mi burro!

El hombre cogió al niño y lo llevó cogido del brazo hasta la policía. Allí, los guardas le preguntaron si sabía dónde estaba el animal, y el chico volvió a decir que no.

– ¿Cómo puede ser que sepas cómo es sin verlo? – preguntó un guarda.

– Pues porqué he visto su rastro – respondió el niño – he visto unas huellas dónde la pisada de la pata derecha era menos profunda y marcada que la de la izquierda. Por eso pensé que quizá era cojo de la pata derecha. También vi que alguien había comido el césped del lado derecho del camino pero que el del izquierdo estaba intacto, por eso deduje que estaba ciego del ojo izquierdo. Finalmente, vi granos de trigo por el camino y por eso supe que llevaba trigo.

Los guardas se quedaron boquiabiertos al ver a un chico tan inteligente y le pidieron disculpas por haber desconfiado de él. El hombre también tuvo que pedirle disculpas y además le pidió:

– ¿Cómo eres tan inteligente podrías ayudarme a buscar mi burro?

– ¡Claro que sí! – contestó el chico. Y se fue con él a la ciudad para ayudarlo.