jueves, 11 de mayo de 2023




Había una vez, en las hermosas Islas Canarias, dos almas que estaban destinadas a encontrarse. Nora una joven pelirroja con una pasión por el surf y una sonrisa radiante, vivía en un pequeño pueblo pesquero en la isla de Tenerife. Eduardo, un apuesto arquitecto de ojos azules y espíritu aventurero, visitaba la isla de Gran Canaria para trabajar en un proyecto de construcción.

Un día soleado, mientras Nora surfeaba las olas en la playa, Eduardo paseaba por la orilla admirando el paisaje. Sus miradas se cruzaron y el mundo pareció detenerse por un instante. Sin pensarlo dos veces, Eduardo se acercó a Nora y entablaron una conversación animada. Compartieron historias, risas y una conexión instantánea.


A medida que pasaban los días, su amor florecía como las flores silvestres en los campos de Lanzarote. Juntos exploraron las diferentes islas, descubriendo cascadas ocultas en La Gomera, senderos volcánicos en El Hierro y playas de arena blanca en Fuerteventura. Cada rincón paradisíaco de las Islas Canarias se convirtió en el escenario de su historia de amor.

Sin embargo, como en toda buena historia, surgieron desafíos. Eduardo tenía que regresar a su ciudad natal en la Península para cumplir con sus compromisos laborales, mientras que Nora tenía una vida establecida en Tenerife. Aunque separados por kilómetros, su amor era fuerte y decidieron luchar contra 
la distancia.

Durante largos meses, se escribieron cartas apasionadas y mantuvieron videollamadas que aliviaban la añoranza. Ambos anhelaban el día en que estarían nuevamente juntos, en su amado archipiélago canario.

Finalmente, llegó el momento en que Eduardo decidió dejarlo todo y regresar a Canarias para estar con Nora.  Abandonó la vida en la gran ciudad y se estableció en Tenerife, donde construyó un hogar para ambos.

Ahora, Nora y Eduardo disfrutan de cada amanecer y atardecer juntos en las playas de arena dorada de Canarias. Comparten su pasión por el mar, exploran los senderos volcánicos de las islas y se maravillan con los paisajes naturales que los rodean.

Su historia de amor ficticia en Canarias es un recordatorio de que el amor verdadero puede superar cualquier distancia y desafío. Juntos, Nora y Eduardo encontraron su paraíso en las Islas Canarias y escribieron su propio cuento de hadas en medio del Atlántico.

lunes, 11 de febrero de 2019

CULEBRA SERÁ – LEYENDA FRANCESA



Cuando San Menoux regresaba de Roma a pie, se hallaba muy fatigado al llegar al pueblo llamado antiguamente Mailly-les-Roses, en Francia. Se detuvo para descansar, pero acabó estableciéndose allí definitivamente y llevó en soledad una vida de oración y meditación. Toda la región supo enseguida que el santo anacoreta era un enviado de Dios, que realizaba numerosos milagros, aliviaba a los desgraciados con su infatigable caridad, y curaba los males de los inválidos y de los enfermos. Se le respetó y se depositó en él la máxima confianza.

En el pueblo de Mailly-les-Roses, antes de que cambiara su nombre por el de Saint-Menoux, convertido en su patrón, había una fuente de la que todas las gentes del lugar iban a sacar agua. Unas mujeres, al llegar un día a la fuente, vieron una gruesa serpiente que allí se bañaba. Su cabeza salía del agua, su boca dejaba ver unos amenazadores colmillos y sus ojos lanzaban llamaradas de fuego. Las mujeres huyeron despavoridas, fueron a buscar a san Menoux y le suplicaron que los librara de aquel monstruo salido, sin duda, de los infiernos.

El santo ermitaño se dirigió a la fuente e introdujo en ella su bastón, alrededor del cual se enrolló la serpiente. Cuando la hubo sacado del agua, la lanzó al aire diciendo: «Donde caiga, culebra será». La bestia inmunda fue a caer a más de diez leguas de allí, en un territorio de aspecto desolado donde, después, se construyó una iglesia alrededor de la cual se fue edificando la aldea de Couleuvre (culebra). La serpiente atrajo a otros animales venenosos: víboras, sapos, escorpiones. Había tal cantidad de alimañas, que nadie se atrevía a acercarse a aquel lugar por miedo a recibir una picadura mortal.

San Julián, al tener conocimiento de la gran desolación del lugar en el que había caído la serpiente de San Menoux, decidió vivir allí en un montaraz ascetismo para expiar sus pecados. Tan pronto como él llegó, todos los animales venenosos desaparecieron. Y no regresaron jamás. San Julián construyó en primer lugar un oratorio, cerca del cual hizo brotar una fuente. Luego decidió construir una iglesia. Pidió a las gentes del lugar que le ayudaran, acarrearan las piedras e hicieran los muros. Como todo el mundo colaboró, el trabajo avanzó rápidamente. Se cuenta, no obstante, que hubo tres jóvenes que decidieron no prestar su colaboración a la edificación común. Tramaron una farsa para no trabajar, convencieron a uno de ellos de que se hiciera el muerto y lo colocaron, cubierto con una sábana blanca, sobre una carreta tirada por dos bueyes. Cuando llegaron al tajo, san Julián les dijo:

-Deteneos un instante y llevad vuestra piedra a la iglesia que levantamos a la gloria de Dios.

-No podemos -contestaron los jóvenes- porque llevamos un muerto.

-Entonces proseguid vuestro camino -dijo san Julián-, y que todo sea como decís.

Preguntándose qué significaban aquellas palabras, los jóvenes se pusieron de nuevo en marcha. Tan pronto como pensaron que el santo no podía verlos, levantaron la sábana e invitaron a su compañero a levantarse. Este permaneció sin moverse. Los otros lo sacudieron. No se movió. Entonces comprendieron el sentido de las palabras de san Julián, al constatar con terror que su amigo no daba ya señales de vida.

Pero Julián era incapaz de sentir rencor. Estimó que la lección que le había dado a los jóvenes era suficiente. Además la prometida del muerto fue llorando en su busca, para suplicarle que le devolviera la vida. Julián se puso a orar y le dijo a la joven:

-Bebe agua de la fuente que Dios ha hecho brotar, y regresa a tu casa, pidiendo al Cielo que perdone la mentira de tu novio.

Cuando llegó cerca de su casa, vio al joven que se dirigía hacia ella sonriendo. Este hecho milagroso produjo una gran conmoción en toda la región. Dio testimonio de las virtudes y del poder de san Julián. Todos quisieron ponerse bajo su protección y las casas se fueron edificando en torno a la iglesia. Es así como también nació la aldea de Couleuvre.