En el pueblo de Mailly-les-Roses, antes de que cambiara su nombre por el de Saint-Menoux, convertido en su patrón, había una fuente de la que todas las gentes del lugar iban a sacar agua. Unas mujeres, al llegar un día a la fuente, vieron una gruesa serpiente que allí se bañaba. Su cabeza salía del agua, su boca dejaba ver unos amenazadores colmillos y sus ojos lanzaban llamaradas de fuego. Las mujeres huyeron despavoridas, fueron a buscar a san Menoux y le suplicaron que los librara de aquel monstruo salido, sin duda, de los infiernos.
El santo ermitaño se dirigió a la fuente e introdujo en ella su bastón, alrededor del cual se enrolló la serpiente. Cuando la hubo sacado del agua, la lanzó al aire diciendo: «Donde caiga, culebra será». La bestia inmunda fue a caer a más de diez leguas de allí, en un territorio de aspecto desolado donde, después, se construyó una iglesia alrededor de la cual se fue edificando la aldea de Couleuvre (culebra). La serpiente atrajo a otros animales venenosos: víboras, sapos, escorpiones. Había tal cantidad de alimañas, que nadie se atrevía a acercarse a aquel lugar por miedo a recibir una picadura mortal.
San Julián, al tener conocimiento de la gran desolación del lugar en el que había caído la serpiente de San Menoux, decidió vivir allí en un montaraz ascetismo para expiar sus pecados. Tan pronto como él llegó, todos los animales venenosos desaparecieron. Y no regresaron jamás. San Julián construyó en primer lugar un oratorio, cerca del cual hizo brotar una fuente. Luego decidió construir una iglesia. Pidió a las gentes del lugar que le ayudaran, acarrearan las piedras e hicieran los muros. Como todo el mundo colaboró, el trabajo avanzó rápidamente. Se cuenta, no obstante, que hubo tres jóvenes que decidieron no prestar su colaboración a la edificación común. Tramaron una farsa para no trabajar, convencieron a uno de ellos de que se hiciera el muerto y lo colocaron, cubierto con una sábana blanca, sobre una carreta tirada por dos bueyes. Cuando llegaron al tajo, san Julián les dijo:
-Deteneos un instante y llevad vuestra piedra a la iglesia que levantamos a la gloria de Dios.
-No podemos -contestaron los jóvenes- porque llevamos un muerto.
-Entonces proseguid vuestro camino -dijo san Julián-, y que todo sea como decís.
Preguntándose qué significaban aquellas palabras, los jóvenes se pusieron de nuevo en marcha. Tan pronto como pensaron que el santo no podía verlos, levantaron la sábana e invitaron a su compañero a levantarse. Este permaneció sin moverse. Los otros lo sacudieron. No se movió. Entonces comprendieron el sentido de las palabras de san Julián, al constatar con terror que su amigo no daba ya señales de vida.
Pero Julián era incapaz de sentir rencor. Estimó que la lección que le había dado a los jóvenes era suficiente. Además la prometida del muerto fue llorando en su busca, para suplicarle que le devolviera la vida. Julián se puso a orar y le dijo a la joven:
-Bebe agua de la fuente que Dios ha hecho brotar, y regresa a tu casa, pidiendo al Cielo que perdone la mentira de tu novio.
Cuando llegó cerca de su casa, vio al joven que se dirigía hacia ella sonriendo. Este hecho milagroso produjo una gran conmoción en toda la región. Dio testimonio de las virtudes y del poder de san Julián. Todos quisieron ponerse bajo su protección y las casas se fueron edificando en torno a la iglesia. Es así como también nació la aldea de Couleuvre.
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