En un hermoso bosque, lleno de árboles frondosos y flores de colores brillantes, vivían una mariposa llamada Margarita y una ardilla llamada Sofía. Margarita tenía alas de un azul resplandeciente con pequeños puntos dorados, y le encantaba volar de flor en flor, disfrutando del néctar dulce. Sofía, por otro lado, era una ardilla ágil y curiosa, siempre saltando de rama en rama en busca de nueces y bellotas para almacenar en su hogar.
Un día de primavera, mientras Margarita volaba cerca de un roble enorme, escuchó un suspiro triste. Intrigada, se acercó para ver quién estaba tan afligido y encontró a Sofía sentada en una rama, con sus orejitas caídas y su cola enroscada sobre su regazo.
—¡Hola, Sofía! —dijo Margarita, posándose suavemente sobre una hoja cercana—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan triste?
Sofía levantó la mirada y vio a Margarita revoloteando con gracia.
—Hola, Margarita —respondió Sofía con un suspiro—. Es que he perdido mi nuez favorita. La había guardado en un lugar especial, pero ahora no puedo encontrarla por ninguna parte. Me he esforzado mucho para encontrarla, y ahora no sé qué hacer.
Margarita, con su corazón lleno de empatía, pensó en cómo podría ayudar a su amiga. Entonces, tuvo una idea brillante.
—¡No te preocupes, Sofía! —dijo Margarita con entusiasmo—. ¿Por qué no me acompañas y buscamos juntas? Con mis ojos afilados y tu habilidad para trepar, seguro que encontraremos esa nuez en un santiamén.
Sofía se animó un poco con la propuesta de Margarita y, juntas, comenzaron la búsqueda. Margarita volaba alrededor de los árboles, examinando cada rincón y grieta, mientras Sofía trepaba y revisaba las ramas más altas.
Después de un buen rato buscando, Margarita vio algo brillante escondido entre las hojas de un arbusto cercano.
—¡Sofía, ven aquí! —exclamó Margarita emocionada—. ¡Creo que he encontrado algo!
Sofía se apresuró a bajar del árbol y se acercó al arbusto. Entre las hojas, encontró su querida nuez, todavía intacta y brillante.
—¡Mi nuez! —gritó Sofía con alegría—. ¡La encontraste, Margarita! ¡Muchas gracias!
Margarita sonrió feliz de haber podido ayudar a su amiga.
—No fue nada, Sofía. Me alegra haberte ayudado a encontrarla. Ahora podrás guardarla de nuevo en un lugar seguro.
Sofía abrazó a Margarita con gratitud.
—Eres una gran amiga, Margarita. Gracias por estar aquí para mí.
Desde ese día, Margarita y Sofía se volvieron inseparables. Compartían muchas aventuras juntas, explorando el bosque y ayudando a los demás animales que encontraban en su camino. Y así, en ese maravilloso bosque, la mariposa y la ardilla demostraron que, con amistad y colaboración, siempre es posible superar cualquier dificultad.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.