domingo, 16 de junio de 2024

Juntos frente al miedo


 

Había una vez, en un pequeño pueblo junto al mar, una niña llamada Sofía. Sofía era una niña muy valiente en muchos aspectos: no tenía miedo a la oscuridad, a las alturas ni a los monstruos imaginarios. Sin embargo, había algo que la aterrorizaba: el mar.

El sonido de las olas rompiendo contra la orilla y la vastedad del agua infinita le producían un miedo inexplicable. Cada vez que su familia iba a la playa, Sofía se quedaba en la arena, jugando con sus juguetes y construyendo castillos, pero nunca se acercaba al agua.

Un día, mientras Sofía jugaba en la arena, apareció un niño de su misma edad. Se llamaba Lucas y tenía una sonrisa cálida y ojos llenos de curiosidad.

—Hola, me llamo Lucas. ¿Quieres jugar conmigo? —le preguntó amablemente.

—Hola, soy Sofía. Claro, podemos hacer un castillo de arena juntos —respondió ella con una tímida sonrisa.

Pasaron la tarde construyendo un castillo enorme, con torres altas y un foso alrededor. Cuando terminaron, Lucas sugirió algo inesperado.

—Vamos a llenarlo de agua para que parezca un verdadero castillo con su propio foso —dijo Lucas emocionado.

Sofía se puso nerviosa y miró hacia el mar, pero la idea del foso lleno de agua era tan interesante que decidió intentarlo. Lucas tomó una cubeta y corrió hacia la orilla, llenándola de agua y regresando rápidamente. Sofía lo observaba, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad.

—Vamos, Sofía, inténtalo. Yo estoy aquí contigo —la animó Lucas, ofreciéndole la cubeta vacía.

Sofía tomó la cubeta con manos temblorosas y dio unos pasos hacia la orilla. Cada paso parecía más difícil que el anterior, pero con Lucas a su lado, se sintió un poco más valiente. Cuando llegó al borde del agua, el frío de las olas le acarició los pies y, aunque sintió un escalofrío, también sintió algo de emoción.

Llenó la cubeta y regresó corriendo hacia el castillo. Al ver cómo el agua llenaba el foso, se sintió orgullosa y emocionada.

—¡Lo logré! —exclamó con una sonrisa radiante.

Lucas le sonrió de vuelta.

—Sabía que podías hacerlo. A veces, lo que nos da miedo no es tan malo cuando tenemos a alguien que nos apoya.

Desde ese día, Sofía comenzó a acercarse al mar cada vez más. Descubrió que las olas eran divertidas para saltar y que el agua fresca era perfecta para los días calurosos. Con el tiempo, su miedo al mar desapareció, y el lugar que antes la asustaba se convirtió en uno de sus favoritos.

Y así, Sofía aprendió que enfrentando sus miedos y con el apoyo de buenos amigos, podía descubrir maravillas y disfrutar de aventuras que nunca imaginó. El mar, que antes le daba miedo, se convirtió en su compañero de juegos y exploración, abriéndole un mundo de nuevas experiencias y alegría.







sábado, 15 de junio de 2024

Explorando Fuerteventura


 

Era un día brillante y soleado cuando decidí embarcarme en una aventura a Fuerteventura, una de las joyas del archipiélago canario. Desde el avión, pude ver el resplandor dorado de sus playas y el azul profundo del océano Atlántico que rodeaba la isla. Al aterrizar, me recibió una suave brisa marina que susurraba promesas de descubrimientos inolvidables.

Mi primer destino fue Corralejo, una animada localidad en el norte de la isla. Conocida por sus impresionantes dunas, parte del Parque Natural de Corralejo, este lugar es un paraíso para los amantes del sol y el mar. Caminé descalza por la arena fina y sentí cómo los granos se deslizaban entre mis dedos mientras el viento me acariciaba el rostro. Las olas rompían suavemente contra la orilla, creando una sinfonía natural que me invitaba a relajarme y disfrutar del momento.

Decidí explorar más allá de las playas y me dirigí a la montaña de Tindaya, un lugar sagrado para los antiguos habitantes de la isla, los Majos. La majestuosidad de esta montaña se alzaba ante mí, envuelta en leyendas y misterios. Subí por sus senderos, admirando las vistas panorámicas de la isla y el océano, sintiéndome conectado con la historia y la naturaleza de Fuerteventura.

El hambre me llevó a un pequeño restaurante local donde probé el famoso queso majorero, un manjar elaborado con leche de cabra que deleitó mi paladar. Acompañado de papas arrugadas y mojo, una salsa típica canaria, disfruté de un festín que reflejaba la rica cultura gastronómica de la isla.

La jornada continuó con una visita a Betancuria, la antigua capital de Fuerteventura. Este pintoresco pueblo, con sus típicas casas blancas, parecía congelado en el tiempo. La iglesia de Santa María, con su arquitectura histórica, me transportó a épocas pasadas y me hizo reflexionar sobre la vida de los primeros colonos.

Al caer la tarde, me dirigí a la playa de Cofete situada en pleno parque natural de Jandía, en la costa de Barlovento, parte occidental de la península de Jandía. De unos 14 km de largo, el color de la arena oscila entre el melocotón amarillo a tierra marrón.​ Este lugar, remoto y salvaje, ofrecía un espectáculo natural incomparable. Las olas llegaban a la orilla como un murmullo de Dioses y el sol se hundía lentamente en el horizonte, pintando el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. Sentada en la arena, sentí una paz profunda, como si el tiempo se detuviera y solo existiera el momento presente.

Fuerteventura es más que una isla; es una experiencia sensorial que despierta todos los sentidos. Desde sus paisajes contrastantes hasta su rica cultura y su gente acogedora, cada rincón de la isla cuenta una historia que espera ser descubierta. Mi viaje a Fuerteventura me dejó recuerdos imborrables y un deseo ardiente de volver y seguir explorando sus maravillas ocultas.