Había una vez, en un pequeño pueblo junto al mar, una niña llamada Sofía. Sofía era una niña muy valiente en muchos aspectos: no tenía miedo a la oscuridad, a las alturas ni a los monstruos imaginarios. Sin embargo, había algo que la aterrorizaba: el mar.
El sonido de las olas rompiendo contra la orilla y la vastedad del agua infinita le producían un miedo inexplicable. Cada vez que su familia iba a la playa, Sofía se quedaba en la arena, jugando con sus juguetes y construyendo castillos, pero nunca se acercaba al agua.
Un día, mientras Sofía jugaba en la arena, apareció un niño de su misma edad. Se llamaba Lucas y tenía una sonrisa cálida y ojos llenos de curiosidad.
—Hola, me llamo Lucas. ¿Quieres jugar conmigo? —le preguntó amablemente.
—Hola, soy Sofía. Claro, podemos hacer un castillo de arena juntos —respondió ella con una tímida sonrisa.
Pasaron la tarde construyendo un castillo enorme, con torres altas y un foso alrededor. Cuando terminaron, Lucas sugirió algo inesperado.
—Vamos a llenarlo de agua para que parezca un verdadero castillo con su propio foso —dijo Lucas emocionado.
Sofía se puso nerviosa y miró hacia el mar, pero la idea del foso lleno de agua era tan interesante que decidió intentarlo. Lucas tomó una cubeta y corrió hacia la orilla, llenándola de agua y regresando rápidamente. Sofía lo observaba, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad.
—Vamos, Sofía, inténtalo. Yo estoy aquí contigo —la animó Lucas, ofreciéndole la cubeta vacía.
Sofía tomó la cubeta con manos temblorosas y dio unos pasos hacia la orilla. Cada paso parecía más difícil que el anterior, pero con Lucas a su lado, se sintió un poco más valiente. Cuando llegó al borde del agua, el frío de las olas le acarició los pies y, aunque sintió un escalofrío, también sintió algo de emoción.
Llenó la cubeta y regresó corriendo hacia el castillo. Al ver cómo el agua llenaba el foso, se sintió orgullosa y emocionada.
—¡Lo logré! —exclamó con una sonrisa radiante.
Lucas le sonrió de vuelta.
—Sabía que podías hacerlo. A veces, lo que nos da miedo no es tan malo cuando tenemos a alguien que nos apoya.
Desde ese día, Sofía comenzó a acercarse al mar cada vez más. Descubrió que las olas eran divertidas para saltar y que el agua fresca era perfecta para los días calurosos. Con el tiempo, su miedo al mar desapareció, y el lugar que antes la asustaba se convirtió en uno de sus favoritos.
Y así, Sofía aprendió que enfrentando sus miedos y con el apoyo de buenos amigos, podía descubrir maravillas y disfrutar de aventuras que nunca imaginó. El mar, que antes le daba miedo, se convirtió en su compañero de juegos y exploración, abriéndole un mundo de nuevas experiencias y alegría.
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