viernes, 21 de junio de 2024

Abducción


 

Había una vez un chico llamado Carlos que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas y campos verdes. Carlos era conocido por su curiosidad insaciable y su amor por las estrellas. Pasaba horas observando el cielo nocturno, soñando con los misterios del universo.

Una noche de verano, mientras Carlos estaba acostado en el prado detrás de su casa, algo extraño ocurrió. Un resplandor intenso iluminó el cielo, mucho más brillante que cualquier estrella o avión que hubiera visto. Intrigado, se incorporó para ver mejor. A medida que la luz se acercaba, Carlos sintió una extraña sensación de hormigueo en su piel, y antes de que pudiera reaccionar, se vio envuelto en una intensa luz blanca.

Carlos despertó en una sala circular, completamente lisa, sin ventanas ni puertas visibles. Había una suave luz azulada que parecía emanar de las paredes mismas. A su alrededor, seres de aspecto esbelto y de piel grisácea lo observaban con ojos grandes y oscuros. Aunque su apariencia era extraña, Carlos no sintió miedo, sino una profunda calma y curiosidad.

Los seres comenzaron a comunicarse con él, no con palabras, sino con pensamientos que resonaban directamente en su mente. Le explicaron que eran exploradores del espacio, viajeros de una galaxia lejana. Le dijeron que habían elegido a Carlos por su inteligencia y su espíritu inquisitivo para establecer una conexión entre sus mundos.

Durante lo que le pareció horas, Carlos fue llevado en un recorrido por la nave. Vio maravillosos paisajes extraterrestres a través de enormes pantallas, y le mostraron tecnologías que ni siquiera podía comenzar a comprender. Aprendió sobre la historia de sus visitantes y su misión de explorar y comprender otras formas de vida en el universo.

Finalmente, los seres le dijeron que debían devolverlo a la Tierra. Antes de partir, colocaron una pequeña esfera luminosa en sus manos. Le explicaron que este dispositivo era un regalo, una forma de comunicación que le permitiría contactar con ellos si alguna vez necesitaba ayuda o tenía preguntas sobre el universo.

De repente, Carlos se encontró de nuevo en el prado detrás de su casa, como si nada hubiera pasado. El resplandor en el cielo desapareció, y la noche volvió a ser tranquila y oscura. Carlos miró la esfera luminosa en su mano, que ahora brillaba suavemente.

Regresó a su casa y, durante los días siguientes, trató de contarle a su familia y amigos lo que había sucedido, pero nadie le creyó. Pensaron que había tenido un sueño muy vívido o que su imaginación había volado demasiado alto.

Sin embargo, Carlos sabía la verdad. Guardó la esfera en un lugar seguro y continuó con su vida, pero con un renovado sentido de propósito. Sabía que no estaba solo en el universo y que algún día, cuando llegara el momento adecuado, usaría el regalo que le habían dado para volver a conectar con sus amigos del espacio y quizás, algún día, volver a viajar entre las estrellas.









jueves, 20 de junio de 2024

Divorcio con graves consecuencias


 


En una pequeña ciudad donde todos se conocían, vivían Ana y Roberto. Su matrimonio, que había comenzado con promesas de amor eterno, se desmoronó lentamente a lo largo de los años. Las discusiones, la falta de comunicación y las infidelidades minaron la relación, llevando a Ana a tomar la difícil decisión de pedir el divorcio.

Ana era una mujer fuerte y decidida, que a pesar del sufrimiento, quería mantener una relación cordial con Roberto por el bien de sus hijos, Laura y Miguel. Roberto, por otro lado, no aceptaba la separación. Se sentía traicionado y humillado, y su orgullo herido lo llevó a actuar de maneras irracionales.

El proceso de divorcio fue tormentoso. Roberto utilizó todas las herramientas legales a su disposición para complicar el proceso y hacer la vida de Ana lo más difícil posible. Las audiencias en el tribunal se convirtieron en batallas campales, con acusaciones y revelaciones que sacaban a la luz los aspectos más oscuros de su relación. Las amistades y familiares se dividieron en bandos, exacerbando el conflicto.

Ana, cansada pero determinada, luchaba por la custodia de sus hijos. Sabía que Roberto no era un mal padre, pero su comportamiento reciente la hacía temer por el bienestar emocional de Laura y Miguel. Finalmente, el juez otorgó la custodia compartida, una decisión que, aunque justa, no alivió las tensiones.

Roberto comenzó a manipular a los niños, hablándoles mal de su madre y tratando de ganarse su favor con regalos y permisos indulgentes. Ana veía cómo sus hijos se alejaban emocionalmente de ella, confundidos y heridos por la situación. Laura, la mayor, comenzó a tener problemas en la escuela y Miguel se volvió retraído y silencioso.

Un día, en un arrebato de desesperación, Roberto decidió tomar medidas extremas. Sin previo aviso, recogió a los niños de la escuela y se los llevó a una ciudad lejana, sin dejar rastro. Ana, al descubrir lo ocurrido, sintió que su mundo se derrumbaba. La búsqueda de sus hijos se convirtió en una angustiante odisea.

Las autoridades locales no lograban encontrar pistas sólidas sobre el paradero de Roberto y los niños. Ana, con la ayuda de algunos amigos y familiares, emprendió su propia investigación, recorriendo ciudades, hablando con desconocidos y siguiendo cualquier pista, por pequeña que fuera.

Pasaron semanas de incertidumbre y dolor. Ana apenas dormía y sus días estaban llenos de llamadas, reuniones y viajes desesperados. Finalmente, un amigo de la familia logró localizar a Roberto en una pequeña comunidad rural. Con el corazón en la garganta, Ana se dirigió al lugar, temiendo lo peor.

Al llegar, encontró a sus hijos asustados y confundidos, pero físicamente sanos. Roberto, enfrentado con la realidad de sus acciones, accedió a devolverlos, aunque su relación con Ana y los niños estaba irrevocablemente dañada. La intervención de las autoridades fue necesaria para resolver la situación de manera pacífica.

De regreso en casa, Ana comenzó el lento y doloroso proceso de reconstruir la vida de su familia. Con la ayuda de terapeutas y el apoyo de seres queridos, poco a poco lograron sanar las heridas. Laura y Miguel, aunque marcados por la experiencia, encontraron en su madre una fuente de fortaleza y amor incondicional.

El divorcio dejó cicatrices profundas en todos los involucrados, pero también enseñó a Ana y a sus hijos la importancia de la resiliencia y la unidad familiar. La vida siguió adelante, y aunque el pasado no podía ser olvidado, aprendieron a vivir con él y a buscar la felicidad en los pequeños momentos de cada día.