Desperté temprano en Oviedo, emocionada por comenzar mi aventura en Asturias. Mi primera parada fue en una encantadora cafetería del centro, donde probé los famosos bollos preñaos y un delicioso café con leche. Con energías renovadas, me dirigí a la Catedral de San Salvador. La majestuosidad gótica de la catedral me dejó sin palabras, especialmente la Cámara Santa y sus reliquias. Paseé por el casco antiguo, disfrutando de la animada Calle Gascona, conocida como el Bulevar de la Sidra, y el bullicioso Mercado El Fontán, donde los colores y aromas de los productos locales eran irresistibles.
Después de explorar Oviedo, hice un viaje en coche hacia Cangas de Onís. Al llegar, el famoso Puente Romano sobre el río Sella me dio la bienvenida. Fue un momento mágico, con el río reflejando el cielo azul. Continué mi camino hacia el Santuario de Covadonga. La imponente basílica y la mística Cueva de Covadonga, con la estatua de la Virgen, fueron un recordatorio de la profunda historia religiosa de la región.
Para terminar el día, Opté por un restaurante local que ofrecía cabrito, una delicia que superó mis expectativas, que calentó mi corazón y mi estómago, acompañado de un buen vino de la región.
El segundo día comenzó con una subida a los impresionantes Lagos de Covadonga. Los lagos Enol y Ercina, rodeados de montañas, eran un espectáculo natural incomparable. Paseé por los senderos, respirando el aire fresco de los Picos de Europa y deleitándome con las vistas panorámicas.
Regresé a Cangas de Onís para almorzar.Probé la deliciosa fabada asturiana, un plato tradicional acompañado de una buena sidra escanciada. Luego, decidí relajarme un poco y disfruté de una tranquila tarde en el pueblo, observando la vida local.
La noche me llevó a un llagar tradicional, donde cené rodeado de locales y turistas. La sidra, escanciada con habilidad, complementó perfectamente los platos asturianos. La camaradería y el ambiente festivo hicieron que la noche fuera inolvidable.
El último día me llevó a la costa, a la vibrante ciudad de Gijón. Comencé mi visita con un paseo por la Playa de San Lorenzo, disfrutando del sonido de las olas y la brisa marina. Luego, me adentré en el barrio antiguo de Cimavilla, donde las estrechas calles y la iglesia de San Pedro me transportaron a otra época.
Por la tarde decidí visitar el Museo del Ferrocarril de Asturias. Fue fascinante aprender sobre la historia ferroviaria de la región y ver las antiguas locomotoras y vagones. Después, me dirigí al Jardín Botánico Atlántico, donde pasé una tarde relajante explorando las diversas colecciones de plantas y disfrutando de la tranquilidad del lugar.
Para cerrar mi viaje por Asturias, cené en uno de los restaurantes del puerto deportivo de Gijón. Disfruté de mariscos frescos y una cocina asturiana moderna, mientras el sol se ponía sobre el mar Cantábrico, creando un hermoso final para una aventura inolvidable.
Asturias me había cautivado con su mezcla de historia, cultura y paisajes naturales. Los tres días habían sido intensos, pero llenos de experiencias que siempre recordaré.