lunes, 8 de julio de 2024

Fin de Semana a San Fermín


 

Era un sábado caluroso de julio cuando decidimos emprender nuestro viaje hacia Pamplona, ansiosos por vivir en primera persona la mundialmente famosa fiesta de San Fermín. Salimos temprano por la mañana, con el coche lleno de provisiones y una mezcla de emoción y nerviosismo en el ambiente. Ninguno de nosotros había asistido antes a esta celebración, pero todos habíamos oído historias de la adrenalina, la camaradería y el desbordante entusiasmo que caracterizaban estas fiestas.

Llegamos a Pamplona a media mañana, justo a tiempo para disfrutar de un desayuno típico navarro en una taberna local. Mientras degustábamos unos pintxos y un vino de la región, los lugareños nos recibieron con la calidez y la hospitalidad propias de la gente del norte. Nos dieron algunos consejos sobre cómo disfrutar al máximo de las fiestas y, lo más importante, cómo mantenernos a salvo durante los encierros.

El ambiente era electrizante: las calles estaban repletas de gente vestida de blanco con pañuelos rojos al cuello, la música y los cánticos se escuchaban en cada esquina, y las risas y el bullicio eran contagiosos. Decidimos unirnos a la tradición y nos pusimos nuestros atuendos blancos y rojos para sentirnos parte del festejo.

El primer evento al que asistimos fue el famoso "chupinazo", el cohete que marca el inicio oficial de las fiestas. La plaza del Ayuntamiento estaba abarrotada de personas que esperaban ansiosas el disparo del cohete. Cuando finalmente se lanzó, la multitud estalló en júbilo, y en ese momento comprendimos que estábamos en un lugar único en el mundo.

Esa tarde y noche, Pamplona se transformó en una gran fiesta. Las calles se llenaron de música, bailes y espectáculos improvisados. Nos perdimos entre la multitud, disfrutando de la alegría y el espíritu festivo que reinaba en cada rincón. Probamos deliciosas tapas y bebimos sangría mientras conocíamos a personas de todas partes del mundo, todos unidos por la emoción de estar en San Fermín.

A la mañana siguiente, nos despertamos temprano para asistir a uno de los eventos más esperados: el encierro. Con el corazón latiendo a mil por hora, encontramos un lugar seguro desde donde observar. A las ocho en punto, sonó el cohete que anunciaba la suelta de los toros, y los corredores comenzaron su frenética carrera por las estrechas calles de Pamplona. La emoción era palpable, y ver a los toros correr tan cerca de nosotros fue una experiencia indescriptible.

El resto del fin de semana lo pasamos explorando la ciudad, disfrutando de sus encantos y participando en diversas actividades festivas. Visitamos la Plaza de Toros, asistimos a conciertos y, por supuesto, seguimos probando la deliciosa gastronomía local.

Cuando llegó el momento de regresar a casa, nos sentimos agotados pero inmensamente felices. San Fermín nos había ofrecido una experiencia inolvidable, llena de adrenalina, alegría y nuevas amistades. Prometimos volver algún día, pues habíamos quedado encantados con la magia y la tradición de estas fiestas únicas.


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