miércoles, 21 de agosto de 2024

El Grimoire de las Sombras.


 

Era una noche de invierno en Salamanca, cuando las luces de la ciudad apenas lograban perforar la espesa niebla que cubría las calles adoquinadas. La Plaza Mayor, normalmente vibrante y llena de vida, estaba desierta, salvo por la figura solitaria de un hombre que caminaba despacio, con el sombrero bien calado y una capa negra que lo envolvía por completo.

El hombre, don Esteban, era un erudito conocido en la ciudad. Había dedicado su vida al estudio de los textos antiguos, y su nombre era mencionado con respeto y temor en los círculos académicos de la Universidad de Salamanca. Sin embargo, esa noche su paso era diferente, más pesado, como si cargara con un secreto que lo atormentaba.

Don Esteban se dirigía hacia el antiguo convento de San Esteban, un lugar que, aunque en desuso, conservaba una biblioteca a la que pocos tenían acceso. Según viejas leyendas, allí se guardaban libros prohibidos, textos que hablaban de saberes arcanos y conocimientos que bordeaban lo inefable.

Al llegar al convento, don Esteban empujó la pesada puerta de madera, que se abrió con un chirrido que resonó en la oscuridad. El interior estaba apenas iluminado por la luz trémula de unas velas, suficientes para revelar los estantes repletos de volúmenes polvorientos. Sin embargo, él no buscaba un libro cualquiera. Tenía en mente uno en particular, uno que había oído mencionar en sus investigaciones: El Grimoire de las Sombras.

Con manos temblorosas, recorrió los estantes hasta que sus dedos tocaron una encuadernación de cuero antiguo, con símbolos grabados que parecían moverse bajo la luz. Era el libro que buscaba. Sin dudarlo, lo abrió y comenzó a leer en voz baja, pronunciando palabras en un idioma olvidado, con un tono que se mezclaba con el susurro del viento que se filtraba por las ventanas rotas.

De repente, la habitación pareció llenarse de una presencia inquietante. Las sombras en las paredes comenzaron a tomar forma, moviéndose como si tuvieran vida propia. Don Esteban, absorto en su lectura, no notó cómo el aire se volvía cada vez más pesado, cómo una sensación de frío extremo lo envolvía. Pero cuando levantó la vista, vio que las sombras ya no eran meras figuras sin forma; se habían convertido en entidades con ojos que brillaban con malicia.

El erudito intentó retroceder, pero algo lo retenía en su lugar. Las sombras se acercaban, y en sus ojos veía reflejado su propio miedo. Comprendió entonces que había desatado algo que no podía controlar, que el conocimiento que buscaba había venido con un precio demasiado alto.

Con un último esfuerzo, don Esteban lanzó el libro al suelo y pronunció una plegaria desesperada, pero era demasiado tarde. Las sombras lo rodearon, y la última vela se extinguió, dejando al convento sumido en una oscuridad total.

A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos del sol entraron tímidamente por las ventanas del convento, encontraron el lugar vacío. No había rastro de don Esteban, ni del libro que había buscado con tanta desesperación. Solo un extraño silencio, como si el lugar guardara un secreto que nadie debería intentar desvelar.

Desde aquel día, en Salamanca se cuenta que, en las noches más frías, si caminas cerca del convento de San Esteban, puedes escuchar un susurro en el viento, como si alguien estuviera leyendo en voz baja desde las sombras. Y si eres lo suficientemente valiente, quizá veas una figura solitaria, vestida con una capa negra, que desaparece en la niebla antes de que puedas acercarte.







martes, 20 de agosto de 2024

Luna y el universo


 

Había una vez, en un pequeño pueblo donde el cielo siempre parecía estar lleno de estrellas, una niña llamada Luna. Luna era una niña muy curiosa. Cada noche, después de que su mamá la arropaba en la cama, Luna miraba por la ventana y soñaba con viajar por el universo.

Un día, mientras caminaba por el bosque cercano a su casa, Luna encontró una piedra brillante. No era una piedra común; esta piedra parecía tener la luz de las estrellas en su interior. Encantada, Luna la recogió y la guardó en su bolsillo. Al caer la noche, cuando se preparaba para dormir, la piedra comenzó a brillar intensamente.

De repente, Luna sintió como si flotara, y en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en el espacio exterior. A su alrededor, las estrellas brillaban con más fuerza que nunca, y los planetas giraban lentamente en la distancia. No tenía miedo, al contrario, estaba emocionada.

Mientras exploraba, Luna se encontró con una estrella que parpadeaba de manera peculiar. "Hola, pequeña estrella", dijo Luna, "¿por qué parpadeas así?". La estrella, que era muy joven y juguetona, le respondió: "Estoy tratando de aprender a brillar tan fuerte como mis hermanas mayores, pero todavía estoy practicando."

Luna sonrió y dijo: "No te preocupes, seguro que pronto brillarás igual de fuerte. A veces, todo lo que necesitamos es un poco de tiempo para aprender."

Continuando su viaje, Luna llegó a un planeta cubierto de cristales de todos los colores. Allí conoció a un ser hecho de luz, que le explicó que ese era el planeta de los sueños. "Aquí es donde nacen todos los sueños de los niños", dijo el ser de luz. "Y tú, Luna, eres una soñadora muy especial. Has venido hasta aquí porque tu corazón está lleno de deseos de explorar y aprender."

Luna se sintió muy feliz. Sabía que su amor por el universo era lo que la había llevado a ese maravilloso viaje. Pero también sabía que era hora de volver a casa.

El ser de luz le dio un cristal, que prometió la llevaría de vuelta cuando lo deseara. Luna lo sostuvo con fuerza y cerró los ojos. Cuando los abrió, estaba de nuevo en su cama, con la piedra brillante aún en su mano.

Desde entonces, cada noche, Luna mira el cristal y sueña con sus amigos en el universo. Sabe que, aunque esté en la Tierra, su corazón siempre podrá viajar a las estrellas.

Y así, Luna creció sabiendo que el universo estaba lleno de maravillas, y que con un poco de imaginación, cualquiera podía llegar hasta ellas. 

Fin.