domingo, 30 de septiembre de 2018

EL GOLEM DE PRAGA – REPÚBLICA CHECA



Pero una vez, Löw ben Bezalel, preparándose para ir a la vieja sinagoga y celebrar el sabbat, se olvidó del golem y no le extrajo el “shem” de la boca. Apenas el rabino entró a la sinagoga, llegaron corriendo vecinos que, aterrorizados, gritaban que el golem estaba enfurecido y podía matar a cualquiera.

El rabino titubeó unos instantes: ya se iniciaba el sabbat y cualquier trabajo, aún el más insignificante, era a partir de este momento pecado. Pero aún no se había concluido el rezo del salmo, no había aún realmente comenzado el sabbat, pensó el rabino, así que se levantó y corrió a su casa. Aún no había llegado y ya escuchó fuertes ruidos y retumbantes golpes. Cuando entró a la vivienda, vio un horroroso desastre: vajilla destrozada, mesas, sillas, arcones volcadas y desarmadas, libros desparramados. Aquí el Golem ya había descargado su furia destructiva, ahora “trabajaba” en el patio, dónde ya habían caído las gallinas, pollos, el gato y el perro, y se disponía a arrancar de la tierra un tilo de áspera corteza.

El rabino se dirigió directamente al Golem con los brazos extendidos y, mirándolo fijamente y con un solo movimiento, le arrancó de la boca el mágico “shem”. El Golem cayó sobre la tierra como si le hubieran cortado de un golpe los pies con un hacha. Todos los judíos presentes, jóvenes y viejos, gritaron alegremente. El rabino suspiró profundamente y, sin decir una palabra, volvió a la sinagoga para retomar el rezo del salmo y bendecir el sabbat.

Desde entonces, el rabino Löw ya no volvió a introducir el “shem” mágico en la boca del Golem. Nunca más el Golem se levantó, siguió siendo un muñeco de barro y finalizó en la bohardilla de la vieja sinagoga, en dónde se deshizo en polvo y algunos dicen que se fundió con su estructura.


Fuente:  Basado en “Antiguas leyendas Checas” de Alois Jirásek,


sábado, 29 de septiembre de 2018

LOS DOS LADRONES – ARGELIA



Una noche, dos ladrones entraron en la jaima de un hombre que acampaba en el desierto. Mientras buscaban en sus pertenencias con sigilo, hallaron una tinaja y la abrieron para ver qué había dentro.

— ¡Es mantequilla fresca! —exclamó el primero.

—No, es una mantequilla de lo más rancia —replicó el otro.

Como cada uno quería tener razón, el tono de la conversación fue subiendo y empezaron a gritar. Esto despertó al dueño de la jaima, que salió tras ellos con un palo y logró así que se pusieran de acuerdo: ambos tuvieron que huir de allí a toda prisa con las manos vacías y un tanto magullados.