Una noche, dos ladrones entraron en la jaima de un hombre que acampaba en el desierto. Mientras buscaban en sus pertenencias con sigilo, hallaron una tinaja y la abrieron para ver qué había dentro.
— ¡Es mantequilla fresca! —exclamó el primero.
—No, es una mantequilla de lo más rancia —replicó el otro.
Como cada uno quería tener razón, el tono de la conversación fue subiendo y empezaron a gritar. Esto despertó al dueño de la jaima, que salió tras ellos con un palo y logró así que se pusieran de acuerdo: ambos tuvieron que huir de allí a toda prisa con las manos vacías y un tanto magullados.
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