miércoles, 1 de enero de 2025

Fin de Año


 

La ciudad brillaba con luces doradas y destellos de colores. Era la última noche del año, y el aire estaba cargado de promesas y brindis anticipados. Las calles principales bullían de vida: risas, abrazos, familias caminando apresuradas con bolsas llenas de uvas y botellas de champán.

Sin embargo, a pocas calles de distancia, donde las luces no alcanzaban y el bullicio se apagaba, la realidad era distinta. Bajo un puente, Marcos ajustaba el cartón que usaba como cama mientras se frotaba las manos para intentar entrar en calor. El vapor de su aliento se perdía en la noche helada. Miraba al cielo, tratando de ignorar el eco de las celebraciones que llegaba desde el otro lado de la ciudad.

En una esquina cercana, Ana, una mujer de rostro cansado y mirada perdida, sostenía una taza vacía. Nadie pasaba por allí; nadie la veía. En sus oídos, el sonido de los fuegos artificiales retumbaba como un cruel recordatorio de todo lo que alguna vez tuvo y perdió.

A medianoche, cuando el cielo explotó en colores y la ciudad entera gritaba "¡Feliz Año Nuevo!", Marcos y Ana intercambiaron una mirada fugaz desde sus respectivos rincones. No hubo palabras, solo un leve gesto de asentimiento, una especie de brindis silencioso entre dos almas olvidadas.

El contraste era abrumador: en un lado de la ciudad, la euforia; en el otro, la soledad. Pero por un instante, en aquel puente frío y aquella esquina desolada, dos personas compartieron un momento de humanidad en medio de la indiferencia.

El nuevo año había llegado, pero para algunos, era solo otro día más para sobrevivir.


lunes, 30 de diciembre de 2024

El Elefante de la sabana


 

En el corazón dorado de la vasta sabana africana, donde el horizonte se extiende hasta fundirse con el cielo anaranjado, vivía un majestuoso elefante llamado Tembo. Sus orejas eran tan grandes como las hojas de una acacia, y sus colmillos, curvados y brillantes, narraban historias de muchas estaciones pasadas. Pero lo que realmente distinguía a Tembo no era su tamaño ni su fuerza, sino su corazón bondadoso y su profundo respeto por cada criatura que compartía la llanura con él.

Tembo era considerado el sabio guardián de la sabana. Los antílopes acudían a él cuando las lluvias tardaban en llegar, las jirafas le pedían consejo cuando las hojas altas se secaban, y hasta los leones, con su rugido imponente, lo respetaban. Sin embargo, Tembo tenía un secreto que lo inquietaba: soñaba con ver el océano. Había oído hablar de él por aves migratorias que cruzaban el cielo, describiendo un horizonte interminable de agua azul y salada.

Un día, mientras la sabana se bañaba en los tonos dorados del atardecer, un pequeño suricato llamado Kibo se acercó a Tembo con una noticia urgente.

—¡Tembo! —exclamó Kibo—. El río se está secando. Los peces se están muriendo y los flamencos están abandonando sus nidos.

El elefante, con su mirada profunda y sabia, asintió lentamente.

—Es hora de buscar respuestas —dijo con voz grave.

Juntos, Tembo y Kibo emprendieron un viaje hacia las montañas lejanas, donde nacía el río. Durante su travesía, enfrentaron desafíos: atravesaron terrenos áridos, sortearon tormentas de arena y se encontraron con cazadores furtivos que intentaban dañar la fauna. Pero Tembo, con su imponente presencia y astucia, siempre encontraba una forma de seguir adelante.

Al llegar a las montañas, descubrieron la verdad: un enorme muro de tierra y rocas había bloqueado el cauce del río. Sin dudarlo, Tembo utilizó su fuerza para romper la barrera, permitiendo que el agua fluyera nuevamente hacia la sabana.

El regreso fue triunfal. Los animales celebraron con cantos y danzas mientras el agua devolvía la vida al paisaje seco. Sin embargo, Tembo sabía que su viaje no había terminado.

Una mañana, mientras el sol nacía, Tembo se despidió de sus amigos y comenzó su camino hacia el océano. Nadie sabe con certeza si logró llegar, pero las aves migratorias aún cuentan historias sobre un elefante que camina junto a las olas, mirando el horizonte infinito con los ojos llenos de paz.

Y así, la leyenda de Tembo, el elefante de la sabana, vive en cada rincón de aquella tierra dorada.