lunes, 12 de agosto de 2024
Niños Olvidados
domingo, 30 de junio de 2024
Terror en la ciudad
El reloj marcaba la medianoche en la ciudad de Santiago. Las calles, usualmente llenas de vida y bullicio, estaban ahora desiertas, envueltas en un silencio inquietante que solo era interrumpido por el eco distante de una sirena.
Ana se apresuraba a llegar a su apartamento, con los nervios a flor de piel. El anuncio de un toque de queda inminente había hecho que todos se encerraran en sus casas, pero ella se había quedado trabajando hasta tarde en la biblioteca, inmersa en su investigación. Los rumores de una serie de desapariciones recientes habían teñido la atmósfera de un temor palpable.
Mientras caminaba, Ana sentía como si cada sombra alargada por las luces de las farolas la acechara. Aceleró el paso, deseando llegar a la seguridad de su hogar. Al doblar una esquina, se encontró con una escena que la hizo detenerse en seco.
Un hombre estaba parado en medio de la calle, su figura iluminada de manera siniestra por una farola parpadeante. Llevaba una capucha que cubría su rostro y sostenía algo en las manos que Ana no pudo distinguir. El aire se tornó frío y denso, y el miedo se apoderó de ella.
Decidió tomar una ruta alternativa, bordeando un parque que solía estar lleno de familias durante el día. Ahora, el parque estaba sumido en la oscuridad, con solo el crujido de las hojas y el ulular del viento como compañía. Mientras caminaba por el sendero de grava, sintió una presencia detrás de ella. Se dio la vuelta rápidamente, pero no vio a nadie.
El miedo se convirtió en pánico. Empezó a correr, con el corazón latiendo frenéticamente. En su desesperación, tropezó con una raíz y cayó al suelo. Antes de que pudiera levantarse, escuchó un susurro gélido cerca de su oído:
—No deberías estar aquí.
Ana gritó, pero el sonido fue absorbido por la noche. Intentó levantarse, pero una mano fría y fuerte la agarró del brazo. Luchó con todas sus fuerzas, pataleando y golpeando a ciegas, hasta que logró soltarse y correr de nuevo. La adrenalina la impulsó hasta que finalmente llegó a la puerta de su edificio.
Con manos temblorosas, sacó las llaves y abrió la puerta, entrando y cerrándola de golpe. Se apoyó contra la puerta, jadeando, tratando de calmarse. Pero cuando miró por la mirilla, su corazón casi se detuvo. El hombre encapuchado estaba allí, parado frente a la puerta, mirándola fijamente.
Ana retrocedió lentamente, su mente trabajando a toda velocidad. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Qué quería? Decidió llamar a la policía, pero cuando levantó el teléfono, la línea estaba muerta. El miedo ahora era insoportable. Escuchó pasos en el pasillo y el sonido de la puerta abriéndose lentamente.
La luz de su apartamento parpadeó y se apagó. La oscuridad la envolvió, y antes de que pudiera reaccionar, sintió una presencia detrás de ella. Giró, solo para encontrarse cara a cara con el hombre encapuchado. En un susurro, él dijo:
—La noche es nuestra.
Y con esas palabras, todo se volvió negro.
A la mañana siguiente, la policía encontró el apartamento vacío. No había rastro de Ana. Solo una nota en el suelo con una frase que helaba la sangre:
"El terror en la ciudad acaba de comenzar".
viernes, 7 de junio de 2024
Compañía en la soledad
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, vivían dos ancianos que compartían una vida de soledad. Don Manuel y Doña Emilia, aunque vecinos desde hace más de cincuenta años, apenas se hablaban. Cada uno, en su propio rincón del mundo, había desarrollado una rutina solitaria y melancólica.
Don Manuel había sido carpintero toda su vida. Sus manos, ahora arrugadas y temblorosas, aún conservaban la habilidad de crear belleza con la madera. Su casa estaba llena de muebles antiguos, todos hechos por él mismo. Cada mueble contaba una historia de tiempos pasados, de juventud y vigor, de días llenos de risas y de amor. Pero esos días habían quedado muy atrás. La pérdida de su esposa y la partida de sus hijos a la ciudad lo habían dejado solo, con sus recuerdos y sus creaciones como única compañía.
Doña Emilia, por otro lado, había sido costurera. Su pequeña casa estaba adornada con cortinas y tapices que ella misma había bordado con esmero. Cada puntada era un testimonio de su dedicación y paciencia. Su esposo había muerto joven, y sin hijos, su vida se había vuelto una cadena de días monótonos y silenciosos. A menudo, se sentaba junto a la ventana, observando el mundo exterior con una mezcla de nostalgia y resignación.
Un día de otoño, mientras el viento susurraba entre los árboles y las hojas caían suavemente al suelo, Don Manuel decidió salir a caminar. Llevaba consigo un bastón que él mismo había tallado. Sus pasos, lentos pero firmes, lo llevaron hasta el jardín de Doña Emilia. Ella estaba allí, sentada en un banco, con una bufanda que había tejido envuelta alrededor de su cuello. Al verlo, sonrió tímidamente y lo invitó a sentarse junto a ella.
Al principio, el silencio fue incómodo. Ambos miraban al suelo, sin saber qué decir. Pero, poco a poco, las palabras empezaron a fluir. Hablaron de sus vidas, de sus pérdidas, de sus recuerdos. Compartieron historias que nunca antes habían contado a nadie. Descubrieron que, a pesar de la soledad, había una conexión profunda entre ellos, una comprensión mutua que solo quienes han vivido una larga vida pueden tener.
Desde ese día, Don Manuel y Doña Emilia comenzaron a encontrarse regularmente. Paseaban juntos por el pueblo, compartían comidas y, sobre todo, se acompañaban en su soledad. Encontraron consuelo en la compañía del otro y, aunque los años seguían pesando sobre ellos, la carga de la soledad se hizo un poco más ligera.
El invierno llegó y, con él, las noches largas y frías. Pero Don Manuel y Doña Emilia ya no temían la oscuridad. Habían encontrado una luz en la compañía del otro. Su amistad, nacida de la soledad, se convirtió en un refugio. Y así, en el ocaso de sus vidas, descubrieron que nunca es tarde para encontrar consuelo y compañía, incluso en los lugares más inesperados.
El pequeño pueblo siguió su curso, pero para Don Manuel y Doña Emilia, cada día traía una nueva razón para levantarse y seguir adelante. En su soledad compartida, encontraron la fuerza para vivir sus últimos años con dignidad y esperanza.
jueves, 1 de febrero de 2024
Enfermedad mental
domingo, 1 de octubre de 2023
Día Internacional del Mayor
El 1 de octubre se celebra el Día Internacional de las Personas Mayores, una jornada que busca sensibilizar sobre la importancia de la promoción y protección de los derechos de las personas mayores y reflexionar sobre la imagen que se tiene de ellas en la sociedad actual.
La imagen de las personas mayores en la sociedad ha ido evolucionando con el tiempo y varía de una cultura a otra. En muchos casos, las personas mayores son valoradas por su experiencia, sabiduría y contribución a la comunidad. Sin embargo, también existen estereotipos y prejuicios negativos que a menudo los perciben como dependientes, frágiles, o incluso como una carga para la sociedad.
Es esencial desafiar estos estereotipos y promover una visión más positiva y justa de las personas mayores. Reconocer y valorar la experiencia y conocimientos que aportan a la sociedad es crucial para garantizar un envejecimiento activo y saludable, así como promover políticas que fomenten su participación activa en la comunidad, el acceso a servicios de salud adecuados y la inclusión social.
La sensibilización sobre este tema es fundamental para cambiar actitudes y comportamientos, y para garantizar que las personas mayores sean tratadas con respeto, dignidad y consideración en todos los aspectos de la vida diaria. Además, es importante abogar por políticas que promuevan la igualdad de oportunidades y la eliminación de la discriminación por edad.
viernes, 4 de agosto de 2023
Entre sombras solitarias