Desde luego el lugar y su entorno es espectacular, encajada en un profundo valle, termina separada por una franja de dunas de la playa de su mismo nombre: Doniños.
Empezando por la zona próxima a la playa.
Como podéis apreciar, está rodeada de matorral y algunos árboles y praderas. En la zona palustre más externa nos encontramos con un cinturón de lirios de agua, juncos y cañas herbáceas que impiden aproximarse al agua y al siguiente cinturón vegetal esta vez compuesto por nenúfares blancos y otra especie vegetal que por la distancia no pude distinguir cual era.
Ferrol es la ciudad del mar por ascendencia. Su nombre se traduce por faro o farol, lo que le confiere el muy antiguo título de “guía de barcos”, como reza en su escudo.
El puerto urbano de la bahía profunda comparte servicios con el puerto exterior, de aguas que limpian las mareas, en el lugar donde la ría serena deja paso al Atlántico más bravo. Navegar este trayecto es indispensable para conocer la belleza.
Porque al Prioriño Chico le sigue el Prioriño Grande. Entre ambos comienza el Atlántico Norte. El mismo océano que esculpe la piedra del acantilado con la facilidad de un cincel y el que deposita ola tras ola, en la arena blanca de la playa de Doniños, que es también legendaria laguna litoral, próxima a la isla Herbosa y a sus acantilados prohibidos.
Las aguas de la laguna de Doniños poseen poderes mágicos y se cuenta aquí una mitológica leyenda, en la que Avana, tomó forma de mujer para pasear por un pueblo donde reinaban la envidia, la soberbia, la crueldad y el odio.
La diosa celta del agua preparaba su hechizo cuando vio a dos niños jugando junto a una cabaña. Uno le preguntó si tenía sed y el otro si también tenía hambre, a lo que Avana contestó afirmativamente. Los niños se fueron hacia el interior y volvieron acompañados por una mujer que traía queso fresco, en un pañuelo de lino, mientras uno de los pequeños le ofrecía una jarra de agua.
Avana, cuya hermosura se reflejaba en el mar próximo, instó a la familia entera a subir al Faro o Farol, desde donde serían testigos de cómo aquella diosa sepultaba bajo las aguas al pueblo entero y a sus habitantes.
Solo salvó a la familia elegida y por eso la laguna se llamó “Doniños” en honor de los dos niños cuya bondad superaba al mal reinante en aquel pueblo…
Desde entonces, estas aguas ayudan a la sanación de los más pequeños:
El ritual es sencillo. Nos situamos en la orilla este, la que está más hacia el mar. Llenamos de agua una concha de nácar que encontraremos en la playa fácilmente para verterla sobre las manos de los niños diciendo:
“Llamamos a la voluntad de los Salvados para que esta criatura sea como ellos, bendecida y curada de todos sus males…”
Si el día está para que asomen las raioliñas entre las nubes, que son esa especie de haces de espadas que la atraviesan con extrañas transparencias, se vislumbran en el medio del lago los tejados de pizarra de aquel pueblo…
Y hay quien asegura haber escuchado el suave y lejano tañido de una vieja campana…
No hay comentarios:
Publicar un comentario