Montaña de la Mesa en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), por Dietmar Temps (CC)
Cansado del juego, Sankhambi, decidió dirigirse así a los primates:
– “Amigos míos, quiero contaros un gran secreto” – dijo Sankhambi con una vocecita zalamera.
Pese a la desconfianza inicial, los monos, de naturaleza curiosa, empezaron a bajar de los árboles y a reunirse alrededor de Sankhambi.
– “En lo alto de la montaña hay una cueva en cuyas profundidades se esconde una colmena con la más pura y dulce miel con la que podáis soñar. Y yo soy el único que conoce el camino. ¡Seguidme, pues!”
Sankhambi guió a los monos hasta la entrada de la cueva y, una vez allí, les dijo que entraran. Cuando todos los monos estuvieron dentro, empezó a dar fuertes golpes en el suelo que hacía que el sonido retumbara en toda la cueva.
-“Ay, amigos, el techo está a punto de derrumbarse”- chilló Sankhambi haciéndose el asustado – “Estirad los brazos y sujetadlo mientras yo voy a buscar unos postes. ¡No os mováis pase lo que pase!”.
Los monos, aterrorizaros, no osaban mover ni un solo músculo, no fuera a desplomarse el techo sobre sus cabezas. Y así pasaron varios días y noches. Mientras tanto, Sankhambi campaba a sus anchas por el territorio de los monos.
De repente, la sospecha empezó a apoderarse del más anciano de los simios. Cautelosamente retiró un dedo del techo de la cueva y luego otro, y otro,… Contempló las sudorosas y aterrorizaras caras de sus parientes y comprendió que Sankhambi se había burlado de ellos. Uno a uno los monos fueron bajando sus entumecidos brazos. Cuando fuera de la cueva se miraron los unos a los otros, con sorpresa vieron que sus cuerpos se habían transformado por completo: sus brazos y piernas se habían hecho largos y delgados y, tras el esfuerzo por sujetar el techo de la cueva, se habían convertido en unos fuertes y flexibles animales. Y por eso hoy en día los monos son tan ágiles y pueden saltar de árbol en árbol con tanta destreza.