sábado, 10 de noviembre de 2018

PALABRAS DE SANKHAMBI DULCES COMO LA MIEL – SUDÁFRICA

Montaña de la Mesa en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), por Dietmar Temps (CC)



Hace mucho, mucho tiempo, los monos no eran los ágiles animales que son hoy en día sino que eran rechonchos seres de movimientos lentos. El tunante de Sankhambi se divertía sorprendiéndoles por la espalda y tirándoles de su larga cola, lo que hacía que los monos se enfurecieran y desde lo alto de los árboles dejaran caer una lluvia de semillas y ramas cuando Sankhambi se disponía a dormir la siesta.

Cansado del juego, Sankhambi, decidió dirigirse así a los primates:

– “Amigos míos, quiero contaros un gran secreto” – dijo Sankhambi con una vocecita zalamera.

Pese a la desconfianza inicial, los monos, de naturaleza curiosa, empezaron a bajar de los árboles y a reunirse alrededor de Sankhambi.

– “En lo alto de la montaña hay una cueva en cuyas profundidades se esconde una colmena con la más pura y dulce miel con la que podáis soñar. Y yo soy el único que conoce el camino. ¡Seguidme, pues!”

Sankhambi guió a los monos hasta la entrada de la cueva y, una vez allí, les dijo que entraran.  Cuando todos los monos estuvieron dentro, empezó a dar fuertes golpes en el suelo que hacía que el sonido retumbara en toda la cueva.

-“Ay, amigos, el techo está a punto de derrumbarse”- chilló Sankhambi haciéndose el asustado – “Estirad los brazos y sujetadlo mientras yo voy a buscar unos postes. ¡No os mováis pase lo que pase!”.

Los monos, aterrorizaros, no osaban mover ni un solo músculo, no fuera a desplomarse el techo sobre sus cabezas. Y así pasaron varios días y noches. Mientras tanto, Sankhambi campaba a sus anchas por el territorio de los monos.

De repente, la sospecha empezó a apoderarse del más anciano de los simios. Cautelosamente retiró un dedo del techo de la cueva y luego otro, y otro,… Contempló las sudorosas y aterrorizaras caras de sus parientes y comprendió que Sankhambi se había burlado de ellos. Uno a uno los monos fueron bajando sus entumecidos brazos. Cuando fuera de la cueva se miraron los unos a los otros, con sorpresa vieron que sus cuerpos se habían transformado por completo: sus brazos y piernas se habían hecho largos y delgados y, tras el esfuerzo por sujetar el techo de la cueva, se habían convertido en unos fuertes y flexibles animales. Y por eso hoy en día los monos son tan ágiles y pueden saltar de árbol en árbol con tanta destreza.

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