viernes, 4 de enero de 2019

LA MALDICIÓN DEL PARAÍSO – FÁBULA OCCIDENTAL



Hay una mano sobre la mesa, la otra cuelga del respaldo de la silla. Sentado junto a una chimenea sostiene entre sus dientes una pipa de ébano. Su respiración es pesada, su cuerpo grueso, la barba cae hasta tocar su pecho. Está pensando, reflexionando, su mente está trabada en algo que lo tiene preocupado. ¿Por qué la humanidad está condenada a sufrir oprimida por necesidades ajenas a su naturaleza? ¿Qué nos ha llevado a condenar nuestras vidas por el ansia de poseer?

Fuma de la pipa, una pausa que detiene su pensamiento mientras el humo sube rozando su cabellera. ¿Cuál es el origen del pecado? ¿Dónde se halla la raíz de todas nuestras miserables preocupaciones? ¿Dónde comenzó todo? Nuestra cultura, nuestros deseos, nuestra imagen.

Imagina una pareja de seres humanos, están completamente desnudos, son libres y viven en completa paz y armonía con la naturaleza. Con su mente dibuja un paraíso en el que no hay dolor, no hay sufrimiento. Enseguida aparece entre sus pensamientos el relato del Génesis, Adán y Eva, los primeros seres humanos de la cristiandad, lo tenían todo, la creación era para ellos, pero ¿Qué pasó?, ¿Por qué fueron expulsados? Comieron la fruta del árbol prohibido, ya habían sido advertidos por el creador, ese árbol era sagrado, no podía tocarse ni comer su fruto. Era la inquebrantable propiedad de Dios, su propiedad privada.

Ellos, guiados por la seducción y el apetito violaron la ley de Dios, y tras invadir su propiedad, la única dentro del jardín, fueron expulsados, desterrados para no volver jamás. Un destierro acompañado por la idea de posesión, algo que desconocían hasta ese momento.

Enciende una cerilla, el tabaco húmedo por la saliva se ha apagado, vuelve a prender la pipa y aspira. La propiedad privada, se dice a sí mismo, impuesta por el creador poco después de diseñar al hombre. He aquí el pecado original, la idea de que se puede cercar la tierra bajo el signo de la pertenencia. Dios ha muerto, pensó, pero su semilla está más viva que nunca.


jueves, 3 de enero de 2019

EL REY MIDAS TIENE OREJAS DE… – MITO GRIEGO



Cuenta la leyenda, que en la antigua Grecia había un rey, el rey Midas, y he aquí una de sus historias.

Una tarde de otoño, el rey Midas decidió salir a dar un paseo por un cercano monte de su reino, el monte Tmolo. Anduvo paseando por este, cuando se topó con una curiosa competición: Apolo, dios del sol, con su lira frente a un hombre, Marsias,  que soplaba una flauta. Ambos competían por saber quién era, de los dos, el mejor músico. El rey Midas, junto a las musas, sería el jurado.

Tras escuchar la música de Apolo y la de Marsias, las musas dieron por vencedor al dios, mientras que el rey Midas se decantó por Marsias. Enojado por semejante afrenta, el dios decidió castigar a ambos humanos: mató a Marsias por osar enfrentarse a un dios y transformó las orejas del rey en las de un asno. El rey avergonzado, corrió y corrió hasta cubrirse las orejas con un gorro frigio para que nadie más supiera de su castigo.

No obstante, pasado un tiempo, no pudo ocultar más su secreto, tenía que quitarse el gorro para… ¡¡cortarse el pelo!! Por lo que desde entonces, su peluquero también conocía su gran secreto. El rey Midas lo amenazó de muerte si le contaba a cualquier criatura viva que tenía orejas de burro.

El secreto del rey ardía en el interior del peluquero que ansiaba contarlo y gritarlo a todo el mundo. La amenaza, sin embargo, lo aterrorizaba. Incapaz de guardar el secreto por más tiempo, el peluquero tuvo una idea: viendo que no había nadie que pudiera escucharlo, cavó un hoyo en el suelo cercano a un río y susurró: “¡El rey Midas tiene orejas de burro! ¡El rey Midas tiene orejas de burro!” Tras lo que tapó bien el agujero con abundante arena y se marchó aliviado.

Meses más tarde, en el lugar dónde el peluquero había cavado y enterrado el vergonzante secreto de su rey, comenzó a brotar una caña, y luego otra y otra y otra. Estas cañas comenzaron a susurrar “¡El rey Midas tiene orejas de burro! ¡El rey Midas tiene orejas de burro!”. Con el viento, estas palabras volaron y volaron, hasta llegar a los oídos de los pájaros, que con sus cantos empezaron a difundirlo entre todos los pájaros de la región. Para desgracia del rey, escuchó los cánticos de los pájaros un adivino llamado Melampo, que ¡comprendía el idioma de los pájaros!

Melampo, conocedor del secreto del rey y su peluquero, se lo contó a sus amigos, a sus familiares, incluso a gente que no conocía. Animado por todos, Melampo se presentó un día frente al rey y, gritando, le reto: “¿Por qué no te quitas el gorro y nos muestras tus orejas?” Furioso, el rey ordenó cortar la cabeza de su peluquero, y avergonzado porque todo el mundo supiera que “¡el rey Midas tiene orejas de burro!”, acabó con su propia vida.



¿SABÍAS QUÉ?

En la mitología griega, Melampo (en griego Μέλαμπους, «el de los pies negros», de μέλας, mélas, «negro», y πούς, poús «pie») era un adivino griego. Hesíodo le dedicó un poema, la Melampodia, hoy desaparecido.
Midas (en griego Μίδας, llamado Mita en fuentes asirias) fue un rey de Frigia (Turquía) que gobernó en el período entre el 740 a. C. y el 696 a. C., aproximadamente.
En la mitología griega, Dioniso otorgó al rey Midas el poder de convertir en oro todo cuanto tocara. Viendo que no podía comer los alimentos que a su contacto quedaban transformados en dicho metal, pidió al dios que le liberara de su don, para lo cual tuvo que bañarse en el río Pactolo, que desde entonces contuvo arenas auríferas.
El monte Tmolo (en griego Τμώλος, en latín Tmolus), Tmolos, Tmolus o Timolus es una montaña de Lidia, en el límite de las provincias turcas actuales de Manisa y de Esmirna, que separa las cuencas fluviales del Caístro (Küçük Menderes) al sur y el Gediz (Hermo) al norte. Esta cadeña montañosa se llama actualmente Boz Dağlar en turco («montañas argénteas/grises»).
Según Plutarco (46-125), el monte Tmolo se llamaba Carmanorion (en griego: Καρμανόριον), del nombre de un hijo de Dioniso, que murió de la herida que le infligió un jabalí durante su caza.