Una tarde de otoño, el rey Midas decidió salir a dar un paseo por un cercano monte de su reino, el monte Tmolo. Anduvo paseando por este, cuando se topó con una curiosa competición: Apolo, dios del sol, con su lira frente a un hombre, Marsias, que soplaba una flauta. Ambos competían por saber quién era, de los dos, el mejor músico. El rey Midas, junto a las musas, sería el jurado.
Tras escuchar la música de Apolo y la de Marsias, las musas dieron por vencedor al dios, mientras que el rey Midas se decantó por Marsias. Enojado por semejante afrenta, el dios decidió castigar a ambos humanos: mató a Marsias por osar enfrentarse a un dios y transformó las orejas del rey en las de un asno. El rey avergonzado, corrió y corrió hasta cubrirse las orejas con un gorro frigio para que nadie más supiera de su castigo.
No obstante, pasado un tiempo, no pudo ocultar más su secreto, tenía que quitarse el gorro para… ¡¡cortarse el pelo!! Por lo que desde entonces, su peluquero también conocía su gran secreto. El rey Midas lo amenazó de muerte si le contaba a cualquier criatura viva que tenía orejas de burro.
El secreto del rey ardía en el interior del peluquero que ansiaba contarlo y gritarlo a todo el mundo. La amenaza, sin embargo, lo aterrorizaba. Incapaz de guardar el secreto por más tiempo, el peluquero tuvo una idea: viendo que no había nadie que pudiera escucharlo, cavó un hoyo en el suelo cercano a un río y susurró: “¡El rey Midas tiene orejas de burro! ¡El rey Midas tiene orejas de burro!” Tras lo que tapó bien el agujero con abundante arena y se marchó aliviado.
Meses más tarde, en el lugar dónde el peluquero había cavado y enterrado el vergonzante secreto de su rey, comenzó a brotar una caña, y luego otra y otra y otra. Estas cañas comenzaron a susurrar “¡El rey Midas tiene orejas de burro! ¡El rey Midas tiene orejas de burro!”. Con el viento, estas palabras volaron y volaron, hasta llegar a los oídos de los pájaros, que con sus cantos empezaron a difundirlo entre todos los pájaros de la región. Para desgracia del rey, escuchó los cánticos de los pájaros un adivino llamado Melampo, que ¡comprendía el idioma de los pájaros!
Melampo, conocedor del secreto del rey y su peluquero, se lo contó a sus amigos, a sus familiares, incluso a gente que no conocía. Animado por todos, Melampo se presentó un día frente al rey y, gritando, le reto: “¿Por qué no te quitas el gorro y nos muestras tus orejas?” Furioso, el rey ordenó cortar la cabeza de su peluquero, y avergonzado porque todo el mundo supiera que “¡el rey Midas tiene orejas de burro!”, acabó con su propia vida.
¿SABÍAS QUÉ?
En la mitología griega, Melampo (en griego Μέλαμπους, «el de los pies negros», de μέλας, mélas, «negro», y πούς, poús «pie») era un adivino griego. Hesíodo le dedicó un poema, la Melampodia, hoy desaparecido.
Midas (en griego Μίδας, llamado Mita en fuentes asirias) fue un rey de Frigia (Turquía) que gobernó en el período entre el 740 a. C. y el 696 a. C., aproximadamente.
En la mitología griega, Dioniso otorgó al rey Midas el poder de convertir en oro todo cuanto tocara. Viendo que no podía comer los alimentos que a su contacto quedaban transformados en dicho metal, pidió al dios que le liberara de su don, para lo cual tuvo que bañarse en el río Pactolo, que desde entonces contuvo arenas auríferas.
El monte Tmolo (en griego Τμώλος, en latín Tmolus), Tmolos, Tmolus o Timolus es una montaña de Lidia, en el límite de las provincias turcas actuales de Manisa y de Esmirna, que separa las cuencas fluviales del Caístro (Küçük Menderes) al sur y el Gediz (Hermo) al norte. Esta cadeña montañosa se llama actualmente Boz Dağlar en turco («montañas argénteas/grises»).
Según Plutarco (46-125), el monte Tmolo se llamaba Carmanorion (en griego: Καρμανόριον), del nombre de un hijo de Dioniso, que murió de la herida que le infligió un jabalí durante su caza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario