lunes, 11 de febrero de 2019

CULEBRA SERÁ – LEYENDA FRANCESA



Cuando San Menoux regresaba de Roma a pie, se hallaba muy fatigado al llegar al pueblo llamado antiguamente Mailly-les-Roses, en Francia. Se detuvo para descansar, pero acabó estableciéndose allí definitivamente y llevó en soledad una vida de oración y meditación. Toda la región supo enseguida que el santo anacoreta era un enviado de Dios, que realizaba numerosos milagros, aliviaba a los desgraciados con su infatigable caridad, y curaba los males de los inválidos y de los enfermos. Se le respetó y se depositó en él la máxima confianza.

En el pueblo de Mailly-les-Roses, antes de que cambiara su nombre por el de Saint-Menoux, convertido en su patrón, había una fuente de la que todas las gentes del lugar iban a sacar agua. Unas mujeres, al llegar un día a la fuente, vieron una gruesa serpiente que allí se bañaba. Su cabeza salía del agua, su boca dejaba ver unos amenazadores colmillos y sus ojos lanzaban llamaradas de fuego. Las mujeres huyeron despavoridas, fueron a buscar a san Menoux y le suplicaron que los librara de aquel monstruo salido, sin duda, de los infiernos.

El santo ermitaño se dirigió a la fuente e introdujo en ella su bastón, alrededor del cual se enrolló la serpiente. Cuando la hubo sacado del agua, la lanzó al aire diciendo: «Donde caiga, culebra será». La bestia inmunda fue a caer a más de diez leguas de allí, en un territorio de aspecto desolado donde, después, se construyó una iglesia alrededor de la cual se fue edificando la aldea de Couleuvre (culebra). La serpiente atrajo a otros animales venenosos: víboras, sapos, escorpiones. Había tal cantidad de alimañas, que nadie se atrevía a acercarse a aquel lugar por miedo a recibir una picadura mortal.

San Julián, al tener conocimiento de la gran desolación del lugar en el que había caído la serpiente de San Menoux, decidió vivir allí en un montaraz ascetismo para expiar sus pecados. Tan pronto como él llegó, todos los animales venenosos desaparecieron. Y no regresaron jamás. San Julián construyó en primer lugar un oratorio, cerca del cual hizo brotar una fuente. Luego decidió construir una iglesia. Pidió a las gentes del lugar que le ayudaran, acarrearan las piedras e hicieran los muros. Como todo el mundo colaboró, el trabajo avanzó rápidamente. Se cuenta, no obstante, que hubo tres jóvenes que decidieron no prestar su colaboración a la edificación común. Tramaron una farsa para no trabajar, convencieron a uno de ellos de que se hiciera el muerto y lo colocaron, cubierto con una sábana blanca, sobre una carreta tirada por dos bueyes. Cuando llegaron al tajo, san Julián les dijo:

-Deteneos un instante y llevad vuestra piedra a la iglesia que levantamos a la gloria de Dios.

-No podemos -contestaron los jóvenes- porque llevamos un muerto.

-Entonces proseguid vuestro camino -dijo san Julián-, y que todo sea como decís.

Preguntándose qué significaban aquellas palabras, los jóvenes se pusieron de nuevo en marcha. Tan pronto como pensaron que el santo no podía verlos, levantaron la sábana e invitaron a su compañero a levantarse. Este permaneció sin moverse. Los otros lo sacudieron. No se movió. Entonces comprendieron el sentido de las palabras de san Julián, al constatar con terror que su amigo no daba ya señales de vida.

Pero Julián era incapaz de sentir rencor. Estimó que la lección que le había dado a los jóvenes era suficiente. Además la prometida del muerto fue llorando en su busca, para suplicarle que le devolviera la vida. Julián se puso a orar y le dijo a la joven:

-Bebe agua de la fuente que Dios ha hecho brotar, y regresa a tu casa, pidiendo al Cielo que perdone la mentira de tu novio.

Cuando llegó cerca de su casa, vio al joven que se dirigía hacia ella sonriendo. Este hecho milagroso produjo una gran conmoción en toda la región. Dio testimonio de las virtudes y del poder de san Julián. Todos quisieron ponerse bajo su protección y las casas se fueron edificando en torno a la iglesia. Es así como también nació la aldea de Couleuvre.

domingo, 10 de febrero de 2019

EL GAFE ESTÁ GAFADO – CUENTO EGIPCIO



En la ciudad de El Cairo, el rey y su visir tenían por costumbre vestirse de campesinos para mezclarse con el pueblo y observar a sus gentes. Una noche, se detuvieron delante de la tienda de un pobre zapatero. El rey observaba la miseria con la que el hombre y sus hijos vivían, azuzados por el frío y el hambre. Un panorama desolador.  El rey se conmovió y mandó a su visir escoger el mejor pavo de palacio, cocinarlo, meter 100 piezas de oro dentro de él y a la mañana siguiente enviárselo al pobre zapatero. El visir entregó al día siguiente el pavo al zapatero, quién alababa y bendecía al rey: “¡Ojalá tenga un sitio en el paraíso!”.

Al lado del zapatero tenía su negocio un colchonero cara dura. Este, al oler el pavo y tras esperar que el emisario del rey se marchara, le propuso: “Te doy 50 piastras a cambio del pavo,y así podrás comprar pan para tus hijos durante toda esta semana”. El zapatero, sin saber el contenido del pavo, aceptó el cambio y el colchonero, por su parte, disfrutó del manjar y de la riqueza que, con sorpresa, descubrió dentro del pavo.

Tres días más tarde, el rey llamó a su visir y ambos volvieron a pasearse por las calles de la ciudad vestidos de campesinos. El rey decidió buscar la tienda del zapatero para ver cómo había cambiado su vida tras el regalo que le había hecho pero…desastre, nada había cambiado. El rey, descontento, ordenó al visir escoger esta vez una oca, cocinarla e introducir 200 monedas de oro en su interior para el zapatero. El visir entregó el regalo del parte del rey al zapatero, quien se deshizo en alabanzas hacia el gobernante. En cuanto el emisario se marchó,  el colchonero apareció de nuevo, ofreciendo esta vez una guinea con la que el zapatero podría alimentar a su familia durante dos semanas.

Una semana más tarde, el rey, vestido de hombre de campo, pasó de nuevo por delante de la tienda del zapatero, con la esperanza de verle transformado en un hombre próspero. Pero, de nuevo, todo seguía como siempre: el zapatero y sus hijos seguían tan delgados, hambrientos y sucios como al principio. El rey no comprendía qué pasaba y se enfadó. Esta vez ordenó enviar un carnero con 300 piezas de oro como regalo para el zapatero. Sin embargo, el regalo corrió la misma suerte que los anteriores. En cuanto el colchonero se percató, propuso al campesino comprárselo por una importante suma de dinero: 50 monedas de oro.

El rey, tranquilo y esperando merecer el paraíso por su generosidad, supuso que con 600 piezas de oro el zapatero habría podido renovar su vida y no le faltaría de nada ni a él ni a su familia. Sin embargo, por casualidad volvió a pasar, una vez más, por la tienda del zapatero…pero…¡Increíble! ¡La misma miseria, tristeza y suciedad de siempre! El rey montó en cólera y ordenó a sus soldados apresar al zapatero y llevarlo a palacio.

Allí el rey le dijo “Te he visto varias semanas con tus hijos en la tienda. Estabas en una situación de miseria absoluta. He querido ayudaros y os he enviado la primera vez un pavo asado con 100 monedas de oro dentro, después una oca con 200 monedas y por último un carnero con 300. Esperaba que de este modo tú y tu familia mejorarais vuestra situación, pero no ha sido así ¿qué has hecho con todo ese dinero?”. El zapatero confesó el destino de los tres regalos y el rey, cansado de todo el asunto, mandó llamar a su chambelán para que acompañara al zapatero a la cámara del tesoro y allí este se quedara con todo lo que quisiera, esperando que se volviera rico de una vez y mostrarse heroico y generoso ante sus súbditos.

El chambelán guió al zapatero por las inmensas escaleras que llevaban a la cámara del tesoro. Una vez en ella, el zapatero llenó su saco a espuertas con oro, joyas y gemas. Por fin sería rico. El chambelán cerró la puerta y los dos hombres se dispusieron a bajar las escaleras. El funcionario del rey iba primero y el zapatero detrás, pensando en todas las cosas que podría comprar con tanto dinero y arrastrando tras de sí su voluminosa carga.

Pero, de pronto, el zapatero tropezó y cayó arrastrando consigo el saco y al chambelán, con lo que los dos hombres murieron y el saco se rompió, dejando el suelo lleno de riquezas sin dueño. El rey, desesperado, vio que con su generosidad no había ganado ni un lugar en el paraíso ni una buena imagen en el reino, y exclamó:

Le malchanceux est malchanceux/ El que tiene mala suerte, tiene mala suerte

Même s’il a une lanterne/ Aunque tenga una linterna

Accrochée au derrière/ Enganchada al trasero

Quoi qu’il fasse, un jour il pétera/ Haga lo que haga, un día se peerá. (Se tirará un pedo)

Et la flamme s’éteindra!/ ¡Y la llama se apagará!



¿SABÍAS QUÉ…?

Un chambelán,  sinónimo de camarlengo, es un funcionario a cargo de un hogar. En muchos países este cargo está asociado a la residencia de los soberanos y es de carácter honorífico.