viernes, 27 de diciembre de 2024

Perdidos


 

Las vacaciones perfectas de verano estaban a punto de comenzar. Sofía, Lucas y Martín habían planeado una semana navegando por la costa en un pequeño velero alquilado. El sol brillaba intensamente cuando zarparon desde el puerto, con provisiones suficientes, una brújula y un mapa que Lucas juraba saber leer.

El primer día transcurrió sin contratiempos. El viento era suave, el mar cristalino, y el horizonte parecía infinito. Sin embargo, al tercer día, una tormenta inesperada los sorprendió al anochecer. El cielo se tornó gris, las olas crecieron y el pequeño velero fue zarandeado como una hoja en el viento.

Cuando finalmente la tormenta amainó, el amanecer trajo consigo una calma inquietante. El horizonte se veía vacío en todas direcciones. Sin señal en sus teléfonos y con la brújula rota, el grupo comprendió que estaban completamente perdidos.

El agua potable comenzó a escasear al quinto día, y la tensión entre ellos era cada vez más evidente. Lucas intentaba mantener la calma, Sofía miraba fijamente el horizonte buscando algún indicio de tierra firme, mientras Martín, normalmente el más optimista, empezaba a mostrar signos de desesperación.

Una mañana, mientras el sol se elevaba, Sofía creyó ver algo a lo lejos. Una sombra en el horizonte. "¡Allí! ¡Una isla!" gritó con todas sus fuerzas. Con las pocas fuerzas que les quedaban, dirigieron el velero hacia esa sombra lejana.

Al acercarse, descubrieron una pequeña isla deshabitada. Aunque no era el paraíso que habían imaginado para sus vacaciones, era tierra firme. Al pisar la arena blanca, los tres amigos se abrazaron, aliviados y agradecidos.

Pasaron varios días en la isla antes de que un barco pesquero los divisara y los rescatara. Aquellas vacaciones que habían comenzado como un sueño se convirtieron en una aventura que ninguno de ellos olvidaría jamás. El mar, con su inmensidad y misterio, les había enseñado una lección invaluable: la importancia de la calma, el trabajo en equipo y, sobre todo, el respeto por la naturaleza.


jueves, 26 de diciembre de 2024

Niño perdido


 En un pequeño pueblo rodeado de densos bosques y montañas susurrantes, vivía un niño llamado Tomás. Era curioso y valiente, con una imaginación tan vasta como el cielo estrellado que contemplaba cada noche desde la ventana de su habitación. Su madre siempre le advertía que no se adentrara demasiado en el bosque, pues sus senderos eran engañosos y fácilmente podía uno perderse.

Una mañana soleada, mientras jugaba cerca del límite del bosque, Tomás vio un pájaro de plumaje dorado que nunca había visto antes. Sin pensarlo dos veces, siguió al ave entre los árboles, ignorando el eco de la voz de su madre llamándolo desde la distancia. El canto del ave era hipnótico y cada vez que Tomás se acercaba, el pájaro volaba un poco más adentro.

Pronto, Tomás se dio cuenta de que estaba completamente solo. El bosque, que al principio le parecía un lugar mágico, ahora se sentía frío y silencioso. Las sombras de los árboles se alargaban mientras el sol descendía, y el canto del ave dorada había desaparecido.

El niño intentó regresar por donde había venido, pero cada sendero parecía igual al anterior. Asustado y con los ojos llenos de lágrimas, Tomás se sentó bajo un árbol enorme y cerró los ojos. En ese momento, escuchó un suave susurro en el viento: era como si el bosque mismo le hablara.

"Sigue la luz de las luciérnagas", susurró la brisa.

Al abrir los ojos, Tomás notó un pequeño grupo de luciérnagas brillando no muy lejos. Con renovada esperanza, las siguió a través de senderos ocultos y entre raíces retorcidas. Después de lo que parecieron horas, finalmente vio una luz familiar: la luz de su hogar.

Su madre lo abrazó con fuerza al verlo aparecer entre los árboles. Tomás aprendió una lección importante aquel día: la naturaleza es hermosa y misteriosa, pero también merece respeto.

Desde entonces, cada vez que escuchaba el canto de un ave dorada, Tomás sonreía, pero se quedaba siempre cerca de casa.