A los pocos pasos el cántaro empezó a moverse de un lado a otro. La moza asustada posó el cántaro, y el cántaro se movía en el suelo para arriba y para abajo y de un lado a otro como una peonza.
Al mismu tiempo que se movía oyó una voz que salía del cántaro y que decía así:
Debajo de la fuente
hay un gran tesoro
hecho de plata y de oro...
La muchacha ya sabía que metidos entre el agua hay unos duendes chiquitines que a veces salen con el chorro y golpean los cántaros y los rompen por travesura; y otras veces avisan a la gente cuando averiguan que debajo de la tierra por donde viene el agua hay alguna mina o algún tesoro de los que dejaron los moros escondidos.
El duende de las fuentes y de los ríos, que es más chico que la cabeza de una cerilla, no paraba de cantar en el cántaro:
Debajo de la fuente
hay un gran tesoro
hecho de plata y de oro...
Asombrada la muchacha de lo que decía el duende, volvió a la fuente y vació el cántaro, que es lo que hay que hacer cuando un duende se mete en un cántaro, porque si no al beber se le traga y las personas se vuelven locas y traviesas y no pueden parar quietas un momento.
Cuando volvió a su casa se lo contó a su padre, y al hacerse de noche, cuando ya no había ninguna luz en el pueblo y la gente estaba dormida, la muchacha y su padre fueron a la fuente con unos picachones para cavar debajo y encontrar el tesoro enterrado.
Dale que te dale con los picachones y venga a sacar tierra encontraron una piedra muy ancha.
Sus fuerzas no podían levantar la piedra y se volvieron a casa desconsolados.
A la noche siguiente volvieron y tampoco pudieron levantar la piedrona.
Así fueron unas cuantas noches y la piedra sin menearse de allí.
Entonces el padre de la moza se fue al monte y llamó a un ojáncano y le dijo que le daría a su hija si levantaba la piedra para sacar el tesoro.
El ojáncano bajó con el hombre a la media noche y levantó la piedra.
En unas arcas de hierro había miles y miles de sortijas, de gargantillas y de barras de oro.
Poco a poco el hombre fue sacando aquellas riquezas y el ojáncano se las llevó a casa.
Después el padre, avaricioso y villano, llamo a su hija y la dijo para engañarla que ya había levantado la piedra y que se fuera con él para traer el tesoro.
La moza se levantó muy contenta y cuando estaban cerca de la fuente encontraron a un crio que iba llorando. El ojáncano estaba escondido a la parte de allá de un matorral para llevarse a la moza en cuanto el padre le silbara avisándole.
La muchacha compadecida del crío que iba llorando muy desconsolado, le preguntó con mucho cariño y con mucha lástima por qué lloraba.
Y el crío le respondió que lloraba porque se le había perdido un cordero del rebaño y que venía de un pueblo que estaba a dos leguas buscándole.
En esto se sintió balar a un cordero y la moza y el crío echaron a correr muy contentos hacia donde salían los balidos. Al llegar donde estaba el cordero, el crío le dijo a la moza:
- Corre, corre sin parar
porque tu padre te quiere engañar.
El cordero se convirtió en un caballo y en el caballo se montaron la moza y el crío.
El ojáncano echó a correr detras del caballo, pero no le alcanzó.
Cuando ya estuvieron muy lejos de la fuente, el crío paró al caballo y dijo a la moza:
- Soy un duende del monte y vi a tu padre con el ojáncano y oí que le decía que le daría la hija si le sacaba el tesoro.
Después de decir estas palabras, el duende se convirtió en una viejecito bajo y gordo, con unas barbas largas, muy blancas; y el caballo se convirtió en cordero y después al darle el duende con el bastón en la frente se convirtió en un lobo muy grande.
Porque todos los duendes del monte van acompañados de un lobo que se puede convertir en pájaro grande, en caballo y en otros animales.
La moza agradeció al duende su salvación y se quedó con él en su cueva, a donde se entraba por un roble hueco.
A los pocos días la moza sintió que escarbaban en la tierra, encima de la cueva.
Despertó al duende, que estaba dormido, y el duende adivinó que era el ojáncano que había encontrado el sitio donde se escondían.
En aquel istante dio con el bastón un golpe muy suave en la frente de la moza y la moza se convirtió en una oruga. Dio otro golpe al lobo y el lobo también se convirtió en oruga. Y él también quedó convertido en oruga.
No paraba el ojáncano de escarbar en la tierra hasta llegar a la cueva del duende.
Con el ojáncano estaba el padre de la moza. El duende, la moza y el lobo convertidos en orugas salieron de la cueva.
Después el duende volvió a la cueva, se metió debajo de la tierra y fingía la voz como si hablaran un hombre y una mujer.
El ojáncano no paraba de escarbar, creyendo que debajo de la cueva había otra. Así abrió un hoyo muy hondo. Entonces el duende se convirtió otra vez en oruga, salió al monte, se convirtió otra vez en un viejo bajito y gordo, con las barbas muy largas y muy blancas, se asomó a la orilla del hoyo que abrió el ojáncano y empezó a reirse con toda la fuerza. Se dió él mismo con el bastón en la frente y se convirtió en un gigante con unas manos grandísimas.
Y sin parar de reirse fue echando la tierra en el hoyo y allí quedaron sepultados el ojáncano y el maldito y avaro padre de la moza.
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