jueves, 30 de agosto de 2012

El Jardín de las Hespérides y el Drago Milenario


Hesíodo (poeta griego del s. VIII a.C.) escribe sobre el legendario Jardín de las Hespérides. Comenzaba su historia con Atlas.

Atlas era un gigante, hijo del Titán Japeto. Los titanes fueron vencidos por Zeus, rey de los dioses, que los arrojó al Tártaro -el infierno. Atlas había participado en la lucha junto a su padre, y según unos, Zeus lo condenó a sostener la bóveda celeste sobre sus hombros. Según otros, Perseo le enseñó la cabeza de la Medusa y lo convirtió en una alta montaña que sostuviera el cielo. Sea lo que fuere, Atlas debía sostener el cielo más allá de las Columnas de Hércules -el estrecho de Gibraltar.


Atlas tuvo tres hijas, las Hespérides: Egle, Eritia y Aretusa. Las tres vivían en la tierra más occidental del mundo, unas islas maravillosas en el Océano Atlántico, un paraíso terrenal donde el clima era benigno y donde los árboles producían manzanas de oro. La diosa Gea (la Madre Tierra) había hecho brotar esas manzanas como regalo de bodas para los reyes de los dioses, Zeus y Hera.

Las Hespérides cultivaban el Jardín, pero éste era custodiado por Ladon, un fiero dragón que arrojaba fuego por sus cien cabezas.

Hércules, también llamado Heracles, el héroe más grande de la Antigüedad, recibió la misión de realizar doce tareas consideradas muy difíciles o imposibles, los "Doce trabajos de Hércules". El trabajo número once consistió en robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides.

Hércules encontró a Atlas sosteniendo el cielo al borde del Océano, en las montañas que hoy llamamos el Atlas (Marruecos). Puesto que el dragón del Jardín de las Hespérides conocía a Atlas, Hércules lo convenció para quedarse él en su lugar sosteniendo el cielo, mientras el gigante iba a las islas y robaba las manzanas. Atlas fue al Jardín, en el que pudo entrar ya que el dragón lo reconoció; mató al monstruo, robó las manzanas de oro, y regresó donde estaba Hércules. Atlas, cansado de sostener el cielo, pretendió dejar a Hércules en esa posición, pero el héroe logró engañarle, pasarle la carga de nuevo, y huir con las manzanas.

¿Y el Jardín de las Hespérides? ¿Acaso se quedó el Paraíso sin sus manzanas de oro? No. Las manzanas regresaron a las islas, pues fueron entregadas a la diosa Atenea... que las devolvió al Jardín y a sus jardineras, las Hespérides.

En cuanto a Ladon, el dragón guardián muerto por Atlas... sigue vivo en sus hijos los árboles llamados dragos. Según la leyenda, la sangre que manaba de las heridas mortales del dragón cayó sobre el Jardín de las Hespérides, y de cada gota creció un drago. Estos árboles, "dracaena drago", llamados "árbol dragón", tienen un grueso tronco del cual surge de pronto un racimo de ramas retorcidas que parecen las cien cabezas de Ladon. Cuando se rompe la corteza, brota una savia de color rojo oscuro llamada "sangre de drago" que tiene propiedades medicinales. Los dragos crecen lentamente, pero pueden vivir varios siglos, y hay algúu ejemplar, como el de Icod de los Vinos (Tenerife) al que se llama milenario. Los Guanches, aborígenes canarios, veneraban a los dragos como lugares de especial poder y significación. Algunas supersticiones y ritos populares canarios siguen teniendo hoy como centro un drago creciendo solitario al borde de un risco o acantilado.

Cuando el viajero se acerca a Canarias en barco, se puede ver, muchas millas antes de llegar a las islas, la silueta del gigantesco Teide "flotando" sobre las nubes. Si nos imaginamos al volcán en erupción, entenderemos cómo nació la leyenda de aquel fiero dragón que vomitaba fuego, custodiando un Jardín maravilloso donde crecían las manzanas de oro...




   Una tarde en la remota antigüedad, cierto navegante mercader llegaba de las costas mediterráneas en busca de sangre de Drago producto muy en boga y de gran importancia en la elaboración de ciertas preparaciones de la farmacopea, y desembarcó por la playa de San Marcos, de Icod de los Vinos para llevar a efecto su lucrativo propósito. Estando ya en la playa sorprendió allí a unas infantas o damas de esta tierra, que conforme al rito tradicional se bañaban solas en el mar aquella tarde veraniega. El intruso navegante las persiguió, logrando apoderarse de una de ellas. Esta trató astutamente de conquistar el corazón del extraño viajero para lograr huir, y con signos de consideración y amistad le ofreció algunos hermosos frutos de la tierra. Para aquel navegante que venía detrás de la sangre del Drago, y traía metido en la imaginación y en el alma el mito helénico de las Hespérides, los frutos que aquella dama de esta tierra le ofreciera, pudieron muy bien parecerle las manzanas del mítico jardín. Mientras él comía gustosamente desprevenido, la bella aborigen saltó ágil al otro lado del barranco, y velozmente huyó hacia el bosquecillo cercano escondiéndose tras la arboleda. El viajero sorprendido en principio trató de perseguirla de cerca, pero vio con sorpresa que algo se interponía en su camino, que un árbol extraño movía sus hojas como dagas infinitas, y que el tronco parecido al cuerpo de una serpiente se agitaba con el viento marino y entre sus tentáculos se ocultaba la bella doncella guanche. El navegante lanzó un dardo que llevaba en sus manos, contra lo que a él se le figuró un monstruo, con gran miedo y asombro y al quedarse clavado en el tronco, del extremo de la jabalina empezó a gotear sangre líquida del Drago. Confuso y atemorizado el hombre huyó laderas abajo, se metió en su pequeña barca y se alejó de la costa; porque iba pensando en su corazón, que había sorprendido en el jardín a una de las Hésperides a la que salió a defender el mítico Dragón...



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