martes, 1 de marzo de 2016

La Torre de Floripes




La torre de Floripes es lo único que queda visible del castillo de Rocafrida, sumergido en el pantano de Alcántara. Una isla de piedra y leyenda que desafía a las aguas azules y en cuyo suelo,  cuando el verano agosta el agua y el nivel del rio baja, pueden verse los profundos agujeros realizados por los buscadores de tesoros.

La fortaleza de Rochafrida, de la que ya nadie se acuerdan se encontraba en otro tiempo unida al puente romano de Alconétar, aunque el tiempo los alejó como a amantes despechados, ya que el puente fue trasladado para protegerlo del pantano, y ya solo conserva algunos arcos. Sus restos se encuentran cerca de la mágica villa de  Garrovillas de Alconétar, y su construcción se atribuye por algunos al arquitecto del emperador Trajano, Apolodoro de Damasco.

Al puente de Alconétar se le conoce como el puente de Mantible, gracias a la leyenda que narra cómo los famosos Pares de Francia anduvieron por Extremadura, concretamente en Alconétar, donde  se toparon de bruces con el gran Fierabrás (el de feroces brazos) Rey de Alejandría, quien se disputaba con Carlomagno el imperio del mundo. Cuentan que había conquistado la fortaleza de Rochafrida el capitán Mantible y, en su honor y desde entonces, el puente romano cambió de nombre.

El rey Fierabrás, famoso por su bálsamo (que también dejó en la zona) y al que algunas leyendas ascendieron al rango de gigante,  llevaba siempre a su lado a su hermana Floripes, bellísima princesa de la que incestuosamente estaba enamorado. Sin embargo, la hermosa agarena despreciaba las insinuaciones amorosas de su hermano, ya que estaba coladita por uno de sus más feroces enemigos: Guido de Borgoña, paladín de Carlomagno.

Fierabrás ignoraba la pasión que devoraba a su hermana, pero quiso la mala suerte que Guido fuera herido y cayera prisionero junto con otros caballeros franceses. Fierabrás ordena que sean encerrados en los más oscuros calabozos del castillo, y encomienda la custodia de la torre y de su calabozo al fiero Alcaide de la fortaleza, el hercúleo Brutamonte, que ya con el nombre asustaba un poco.



Enterada la bella Floripes del paradero de su amado, no se corta y va en su busca. El alcaide, al reconocer entre las sombras a la hermana de su señor, no desconfía  y abre las puertas. La princesa, en ese  momento, salta sobre Brutamonte y le hunde su daga en lo más profundo del corazón, quitándole las llaves de las mazmorras y rescatando a su amado Guido y  a sus compañeros.

Pero Fierabrás ha notado la ausencia de su hermana, y oliéndose (ahora sí) la tostada, decide acercarse con sus  mejores caballeros al castillo, sospechándolo que algo raro estaba pasando. Al encontrarse en la puerta de la fortaleza el cadáver de Brutamonte y comprobar que no puede entrar en su propio castillo, ordena  a su ejército rodear la fortaleza para rendirlos por hambre.



A Guido le toca, por sorteo, intentar escapar del castillo para pedir auxilio al Carlomagno. Guido lo consigue y el emperador manda sus soldados, vence a Fierabrás y libera a los prisioneros, entregando de paso la mano de Guido de Borgoña a su amada Floripes.

Pero dicen que al retirarse quiso dejar un cruel recuerdo de su presencia en aquellas tierras y destruyó el puente para estorbar la vuelta de los musulmanes.

Curiosamente, la leyenda casi encuentra visos de realidad cuando, según cuentan en Alkonetara, durante las excavaciones de Caballero Zoreda en 1969 se encontró, casi a los pies de la torre de Floripes, un esqueleto de grandes proporciones. Se pensó por un momento que la leyenda podía ser cierta y que el esqueleto podía ser nada más y nada menos que el del Brutamonte, aunque finalmente los estudios demostraron que era un esqueleto de  mujer, lo que no quita ni un ápice al misterio.

Y cuentan que Fierabrás murió desesperado, llorando la pérdida de su gran señorío y de su bella hermana, y que Alá lo condenó a vagar eternamente errante por las inmediaciones de la Torre de Floripes. Y dicen algunos, como el sacerdote José Sendín Blázquez,   que aún hoy sus gritos y lamentos se oyen en las cercanías. Y cuando el agua del pantano se atreve a anegar la torre, a su alrededor se forma un halo misterioso, una especie de remolino, por donde respiran los espíritus condenados de Fierabrás y Brutamonte.

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