-Vamos, muchacha -dijo Haruki sin más. Y, levantándola sobre la nieve, la llevó al otro lado.
Ekido no dijo ni una sola palabra hasta que, ya de noche, llegaron al monasterio. Entonces no pudo resistir más:
-Los monjes como nosotros no deben acercarse a las mujeres, sobre todo si son bellas jovencitas. Es peligroso. ¿Por qué lo hiciste?
-Yo la dejé allí -contestó Haruki-. ¿Es que tú todavía la llevas?.
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