Me pasaba las mañanas tras el, “Paco, corre, que van a subastar los emperadores”, pero el chico permanecía en cuclillas, junto a las redes, donde se había enganchado algún pez raro e inservible. Su pobre padre estaba desesperado, pertenecía a la quinta generación de una familia dedicada al negocio de exportación, y su hijo, el único varón que Dios le dio, se dejaba quitar hasta las partidas menos codiciadas. Cuando me enteré que Paco Cámara se iba a la capital a estudiar biología respiré todo el aire de la mar. Los años siguientes ya no tuve que perseguirle saltando entre los jureles y las palometas.
Ahora solo le vemos tres o cuatro días por año, en la cantina, después de la subasta, con sus camisas limpias y oliendo a perfume. Aún le gusta fastidiarme. “Anda, que no te he hecho rabiar, ¿ Eh, barbas?”, me recuerda, “anda condenado”, le digo yo, “que eres un condenado. Menos mal que te largaste”, y el chico se ríe, “vamos, Barbas, déjame que te invite al café”.
Viene poco a vernos, ya digo, aunque algunas veces llega alguien del puerto con un periódico en la mano y leemos su nombre en la portada, “¿Habéis visto?”, grita algún mozo, “el chico del patrón ha vuelto a descubrir otra de esas cosas sobre el comportamiento de las barracudas” ” Bah,” les digo, “esos bichos no valen ni para caldo. No los quieren ni las monjas”
La semana pasada se me acercó un asentador de la competencia, “el chico de tu patrón ha vuelto a salir en los papeles este mes, mira, dicen que ahora estudia la comunicación de los delfines ¿Qué te parece lo que son las cosas? al final el muchacho se buscó un buen futuro”. “Bah”, le dije, “lo difícil es arrancarle los frutos a la mar, sacar los peces espada con la palangre sin perder los dedos, o desnucar los congrios en la cubierta antes de que te coman las piernas”
“Si, eso es cierto”, aseguró el asentador, “los hombres de verdad no se forjan en las piscinas contemplando como nadan los bichos” Pegué un brinco. Miré al individuo de reojo y sin saber por qué le arrebaté el periódico de la mano. El tipo tragó saliva, “bueno, Barbas, no te pongas así, no quise decir eso” Terminé deprisa mi café y salí a la calle. Necesitaba respirar. Si hubiese quedado allí un segundo más no habría podido aguantar las ganas de romperle las narices.
F.S. Estaire
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