miércoles, 21 de noviembre de 2018

LA LEYENDA DE LAS CINCO ÁGUILAS BLANCAS – MÉRIDA, VENEZUELA



Pico Bolívar nevado, Mérida (Venezuela)

Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento; cinco águilas blancas enormes, cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas.

¿Venían del Norte? ¿Venían del Sur? La tradición indígena sólo dice que las cinco águilas blancas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota.

Eran aquellos días de Caribay, genio de los bosques aromáticos, primera mujer entre los indios Mirripuyes, habitantes de Ande empinado. Era la hija del ardiente Zuhé y la pálida Chía. Caribay imitaba el canto de los pájaros, corría ligera sobre el césped como el agua cristalina, y jugaba como el viento con las flores y los árboles.

Caribay vio volar por el cielo cinco enormes águilas blancas, cuyas plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornar su coraza con tan raro y espléndido plumaje. Corrió son descanso tras las sombras errantes que las aves dibujaban en el suelo; salvó los profundos valles; subió a un monte y otro monte; llegó, al fin, fatigada a la cumbre solitaria de las montañas andinas. Las pampas, lejanas e inmensas, se divisaban por un lado; y por el otro, una escala ciclópea, jaspeaba de gris y esmeralda, la escala que formaban los montes, iba por onda azul del Coquivacoa.

Las águilas blancas se levantaron, perpendicularmente sobre aquella altura hasta perderse en el espacio. No se dibujaron más sus sombras sobre la tierra.

Entonces Caribay pasó de un risco a otro por las escarpadas sierras, regando el suelo con sus lagrimas. Invoco a Zuhé, el astro rey, y el viento se llevó sus voces. Las águilas se habían perdido en el horizonte y el sol se hundía ya en el Ocaso.

Aterida de frío, volvió sus ojos al Oriente, e invocó a Chía, la pálida luna; y al punto se detuvo el viento para hacer silencio. Brillaron las estrellas, y un vago resplandor en forma de semicírculo se dibujó en el horizonte.

Caribay rompió el augusto silencio de los páramos con un grito de admiración. La luna había aparecido y en torno a ella volaban las cinco águilas blancas refulgentes y fantásticas. Y en tanto que las águilas descendían majestuosamente, Caribay, genio de los bosques aromáticos, la india mitológica de los Andes, moduló dulcemente sobre la altura su selvático cantar.

Las misteriosas aves revolotearon por encima de las crestas desnudas de la cordillera y se sentaron cada una sobre un risco, clavando sus garras en la roca viva; y se quedaron inmóviles, silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el Norte, extendidas las gigantescas alas en actitud de remontarse nuevamente al firmamento azul.

Caribay quería adornar su coroza con aquel plumaje raro y espléndido, y corrió hacia ellas para arrancarles las codiciadas plumas. Pero un frío glacial entumeció sus manos: las águilas estaban petrificadas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.

Caribay dio un grito de espanto y huyó despavorida. Las águilas blancas eran un misterio pero no un misterio pavoroso. La luna oscureció de pronto, golpeó el huracán con siniestro ruido los desnudos peñascos y las águilas blancas se despertaron. Se erizaron furiosas y, a medida que sacudían sus monstruosas alas, el suelo se cubrió de copos de nieve y toda la montaña se engalanó con su plumaje blanco.

Este es el origen legendario de las Sierras Nevadas de Mérida.  Las cinco águilas blancas de las tradición indígena son los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve, las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas, y el silbido del viento en los páramos es el remedo del canto triste y monótono de Caribay y el mito hermoso de los Andes de Venezuela.

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