– Queridos hijos, veis que vuestro padre ya es viejo y no tiene fuerzas para seguir gobernando. Yo hubiera dejado mi trono hace mucho si hubiera visto realizado un deseo que durante años ha alimentado mi alma. Si uno de vosotros puede cumplir ese deseo, recibirá esta corona para gobernar el país.
– ¡Larga vida a nuestro padre! Su noble voluntad es sagrada para nosotros. ¿Qué deseo es ese que, hasta hoy, no ha podido resolver su mente sabia?
– ¿Veis ese grande y voluminoso armario que construí hace ya tanto tiempo?. Mi deseo era de llenarlo con lo más útil de este mundo, con algo que pudiera hacer afortunado y feliz a mi país. De entre los tres, el que sea tan inteligente que pueda llenarlo hasta arriba y hasta el último rincón con ello, merecerá mi trono. Coged todo el oro que queráis y caminad por este y otros reinos hasta encontrar lo más útil del mundo. Os doy tres cuarentenas de tiempo.
Los hijos besaron la mano del rey y salieron de viaje. Cada uno por su lado, pasaron por ciudades, por países, conocieron otros mundos, otras culturas, otras costumbres. Justo en tiempo regresaron y se pusieron delante del rey.
-Bienvenidos sean mis valientes. ¿Me habéis traído lo que os pedí?
– Sí, lo hemos encontrado querido padre – contestaron los hijos.
El rey se levantó y acompaño a sus hijos hacia la puerta del armario. Allí les esperaban los funcionarios reales y una multitud de gente. El rey abrió la puerta del armario y llamó al hijo mayor.
– Querido hijo, ¿qué consideras la cosa más útil del mundo?
El hijo mayor saco del bolsillo un puñado de trigo y dijo:
– Lo llenaré de pan, querido padre. En el mundo no hay nada más importante que el pan. ¿Quién puede vivir sin ello? Pasé por muchos lugares y no vi cosa más necesaria que el pan.
Entonces el rey llamo al hijo mediano y repitió su pregunta.
– Querido hijo, ¿qué es lo que has traído tú?
El hijo mediano sacó de su bolsillo un puñado de tierra y le contestó:
– Lo llenaré de tierra, querido padre. No hay nada más importante que la tierra en este mundo. Sin la tierra no hay trigo para hacer pan. Pasé por varios países pero no vi nada más importante que la tierra.
El rey llamó por último al hijo menor. Este se acercó con pasos seguros, se puso en la puerta del armario y sacó de su bolsillo una vela que encendió. Nadie entendía nada.
– Cuéntame, querido hijo, ¿qué me traes tú? – preguntó impacientemente el rey.
– Lo llenaré de luz, querido padre, solamente de luz. Caminé por el mundo y no vi nada más valioso. Sin luz, de la tierra no saldrá el trigo. Sin luz, en la tierra no habría vida. Descubrí muchas culturas, muchas tradiciones, y me di cuenta de que lo más valioso en esta vida es la luz de la sabiduría y sólo con ello se puede gobernar el mundo.
– ¡Viva! – exclamó el rey con alegría. – Tú mereces tener este trono y el cetro, para que llenes con la luz de la sabiduría nuestro reino y el alma de nuestra gente.
– ¡Larga vida a nuestro rey joven! – exclamaron los funcionarios reales y todo el país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario