Había una vez, hace mucho tiempo, en un bonito pueblo de nombre Zékièzou situado al oeste de Benin, en el País Yorouba, una muchacha llamada Zimba que tenía una hermana llamada Flora.
En este pueblo, todos los hombres y mujeres trabajaban excepto Zimba, que se pasaba el día jugando en el bosque y no volvía a casa hasta el anochecer. Después de cenar, sin hacer caso a la madre, Zimba cogía jabón y una esponja y se iba, ya de noche, a lavarse al río. La madre siempre le decía que no había que ir de noche a bañarse pero ella no hacía caso.
Un día, Zimba llegó a casa cuando ya oscurecía y vio que su hermana volvía de lavarse en el río y le dijo:
– Flora, tú ya te has lavado. ¿Puedes acompañarme al río para lavarme?
Flora, a pesar del miedo que le daba la oscuridad de la noche, aceptó. Flora se fue a la casa a coger el jabón mientras Zimba llegaba al río. Pensando que su hermana estaba con ella, le dijo:
– Flora, frótame la espalda.
Y le pasó la esponja. Entonces, por detrás, alguien tomó la esponja y comenzó a frotar su espalda. Pero cuando Zimba se dio la vuelta se llevó una gran sorpresa al ver que detrás de ella no esta su hermana sino un diablo, negro como la noche, que sonreía con desprecio y al que sólo sus ojos rojos le hacían visible.
Aterrada, Zimba comenzó a correr entre los árboles, golpeándose con ellos, cayéndose y golpeándose con las piedras, levantándose de nuevo y rompiendo ramas mientras corría, que se le clavaban en los ojos, hasta que agotada cayó al suelo sin sentido. Después de permanecer inconsciente durante cinco días y cinco noches, Zimba abrió los ojos pero … sus ojos estaban vacíos. Zimba se quedó ciega para siempre.
Desde aquel día, los habitantes del País Yorouba saben que es muy peligroso andar solos por la noche ya que la noche pertenece a los diablos y demonios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario